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La transición balcánica

La oposición serbia que salió a la calle el sábado para protestar contra la manipulación informativa -un insulto a la inteligencia de este pueblo- no está compuesta por "vampiros fascistas", por mucho que como tales sean tachados sus miembros por el presidente Slobodan Milosevic, artífice y máximo responsable de este régimen neocomunista.Milosevic parece una vez más Nicolae Ceausescu redivivo cuando acusa a los miembros de la oposición de ser "agentes del exterior", "fascistas" y "enemigos del pueblo serbio". Lo que en principio fue una protesta del derechista Partido de Renacimiento Serbio, de Vuk Draskovic, contra la mentira y la difamación sistemática en la televisión de Belgrado se ha convertido ya en un movimiento que exige el fin del régimen y no se conforma con una transformación más o menos retórica del mismo.

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Tenía razón Milosevic cuando se refirió el lunes al "escenario rumano" en su vitriólico discurso ante el Parlamento serbio, que domina con una mayoría de 194 diputados sobre 250.

En Serbia vuelve a repetirse estos días el síndrome balcánico de la transición. El esquema fue el mismo en Rumania, Bulgaria y, ahora, Serbia. Los comunistas cambian de nombre y discurso ante la imposibilidad de seguir gobernando con la desmoronada ideología del pasado. Con el control del aparato del partido rebautizado, prácticamente idéntico a las estructuras del Estado, ganan elecciones sin necesidad de fraude.

La intimidación ejercida en décadas, la falta de información, el control de los medios de comunicación y de las estructuras que determinan la vida cotidiana, son harto suficientes para infligir una derrota a oposiciones democráticas sin experiencia, muchas veces infantiles en su creencia de poder imponer desde sus tribunas intelectuales convicciones democráticas a pueblos que nunca las conocieron y se hallan a años luz de la ilustración urbana de los líderes democráticos.

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