Adiós
Llueve en Madrid, pero todo está en orden. Durante la noche llovió sin convicción, aunque con insistencia, con la voluntad del torpe. De madrugada, desde un taxi, vi el color oscuro de las calles mojadas y la arquitectura de los paraguas abiertos. Íbamos o veníamos de algún sitio con los pies húmedos y el corazón frío.Luego, al amanecer, llovió un poco más y salió el sol. Habíamos fumado mucho y teníamos la garganta seca. En un hospital tomé un café. La sala de espera estaba llena de gente asustada que observaba a los otros intentando calibrar por su gesto la gravedad del caso. Alguien oía un transistor como si esperara que a través de él le dijeran algo realmente importante para el curso de su vida. El médico de guardia tenía barba y llevaba una bata verde.
Nos fuimos de allí porque había que hacer papeles, ver al juez, contratar la sala del tanatorio. En fin, toda la burocracia de la muerte.
Entretanto, las cosas iban despertando. Vi un helicóptero que sobrevolaba uno de los accesos más complicados a Madrid. Recuerdo que en una película italiana aparecía un helicóptero que simbolizaba la muerte.
Dos certificados de defunción; para incinerar un cuerpo hacen falta dos certificados de defunción y una nota a pie de página en la que el médico diga que no ve ningún inconveniente en incinerar ese cadáver.
Los taxistas corren mucho de madrugada, aunque el suelo esté mojado. Hablan a través de la radio con otros compañeros; se intercambian pequeñas confidencias.
Estamos en una edad de pérdidas, lo malo es que a veces perdemos cosas o personas que nunca hemos llegado a tener.
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