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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El fracaso de la ONU

LA GUERRA tiene su propia lógica, en muchos aspectos totalmente autónoma respecto a la razón política, lo que se manifiesta agudamente en las situaciones límite, como la que se producía esta madrugada con el confuso inicio del abandono de Kuwait por las tropas iraquíes. La razón política es la que dictó a Frangois Mitterrand, mucho antes de que empezaran los combates, cierta frase condenada a una celebridad lacerante y que actualizó el pasado día 20: la guerra "puede terminar en el momento mismo en que Sadam lo quiera: basta con que anuncie su retirada" para que haya un alto el fuego y todo se convierta en negociable. También ha sido la razón política la que impulsó a Gorbachov a buscar una fórmula aceptable de retirada iraquí de Kuwait, fórmula que se hallaba -no hay que olvidar el detalle- a escasa distancia del ultimátum de Bush a Sadam. La propia razón política impulsó a John Major a hallar algunos -aunque insuficientes- aspectos positivos en la propuesta soviética, y a Felipe González, Giulio Andreotti, el papa Juan Pablo II y tantos otros a estar básicamente a favor del desarrollo de la misma.Pero la razón militar estaba al mismo tiempo en marcha. "Inaceptable", dijo enseguida un portavoz de la Casa Blanca. Expertos militares norteamericanos han reconocido que la decisión del ataque terrestre estaba planteada de hecho hace varios meses, desde el día en que se amplió el número de efectivos en 300.000 hombres más. La lógica militar se fue imponiendo desde ese momento, ayudada por la permanente obstinación de Sadam Husein en sus negativas, y determinando las resoluciones del Consejo de Seguridad, que acabaron por fijar la autorización al Gobierno legítimo del emirato y a sus Gobiernos amigos a utilizar "todos los medios necesarios" para conseguirlo. Todos los medios necesarios puede significar, en una lectura extensiva, abrir la puerta a toda la violencia necesaria, incluso sin límite alguno, sobre todo si desde que emitió la famosa resolución, de 29 de noviembre, el Consejo -aparte de su posible convocatoria por la URSS, esta madrugada- sólo se ha reunido una vez, el pasado sábado, y ello para constatar su impotencia, puesto que ninguno de sus miembros, ni el representante francés, ni siquiera el soviético, se atrevieron a plantear iniciativas que fuesen susceptibles de topar con el veto norteamericano.

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En una guerra que se hace bajo los auspicios legales de normas emitidas por este organismo, el Consejo de Seguridad no se ha reunido para calibrar los bombardeos con "efectos colaterales", eufemismo que se refiere a los objetivos no militares. El Consejo de Seguridad no se ha sentido impelido a decir nada de la utilización de armas no convencionales, aunque las convenciones internacionales prohíban su uso. El Consejo tampoco ha limitado expresamente la zona geográfica sobre la que debe producirse la utilización de todos los medios necesarios para poner fin a la invasión de Kuwait por parte de Irak. Todos los Gobiernos que aceptan y apoyan la legalidad internacional se hallan, por tanto, ligados a la resolución 678, que es la puerta abierta a la lógica militar, y expuestos, por ello, en ausencia de una intervención controladora y legitimadora de las Naciones Unidas, a tener que seguir -aunque en ocasiones con contradicciones- lo que dicta el interés de quien soporta el peso fundamental de las operaciones bélicas.

El presidente francés es un buen ejemplo de un político que intenta establecer un sistema de corrección, desde la lógica política y civil, a la dinámica de guerra, que, sin embargo, acepta. Primero, al intentar, infructuosamente, erigirse en artífice de la negociación diplomática previa a la guerra. Luego, cuando ve lo inevitable de la contienda, buscando limitar su alcance geográfico y armamentístico: Mitterrand ha afirmado solemnemente que no hay que utilizar el arma nuclear y que la guerra debe limitarse a la liberación de Kuwait. Pero la dinámica de guerra implica mantener la unanimidad de la coalición, sin la que Sadam no se hubiera acercado nunca a la aceptación condicionada de las resoluciones de la ONU. Ante el riesgo de romper el consenso, Mitterrand, atrapado por esa dinámica bélica, acata -como el resto de los países coligados, sin excepción alguna- el liderazgo estadounidense. Sabe que a estas alturas es la única manera de acabar con la guerra y afrontar de una vez la poscrisis en Oriente Próximo.

Otro personaje de esta tragedia inmensa que vivimos estos días, Javier Pérez de Cuéllar, expresó el domingo, en declaraciones a EL PAÍS, la profundísima melancolía que afecta a la derrotada razón diplomática. "Soy civil, y como tal no puedo evaluar hasta qué punto se necesita una presión militar determinada", dijo tras afirmar que no controla a los aliados y que no es ésta una guerra de las Naciones Unidas.

De modo que todo aquel que no se atenga estrictamente a la lógica militar y crea principalmente en la razón política ha quedado ya marginado del conflicto, por lo menos hasta que acabe. Y ello independientemente de que persistan todas las razones por las que se decidió la conflagración: tolerar la anexión de un Estado por parte de otro implica aceptar el principio de que el más fuerte imponga su ley por la fuerza.

El inicio del abandono del territorio kuwaití por las tropas de Sadam -si se confirma en toda regla-, mientras continuaba la ofensiva terrestre, podría indicar una evolución del conflicto que lo acercase al alto el fuego; o bien, dadas la falta de credibilidad del régimen de Sadam Husein y la opción de rotundidad que ha escogido la coalición internacional, un acelerado camino no sólo hacia una total e inmediata retirada de las tropas invasoras, no únicamente de Kuwait, sino hacia el interior de Irak, que acabase en pura y simple capitulación.

En estas horas dificiles cabe reiterar una vez más la necesidad de que la actuación de la alianza internacional se adecue estrictamente a los objetivos fijados en las resoluciones de la ONU. Más que nunca, hay que administrar con equidad el propio éxito, especialmente para salvar el máximo número de vidas posibles, sean propias o ajenas. Porque cuando finalice la guerra, las dificultades para construir una paz estable serán obvias, y será dificil que la ONU, que ha facilitado el paso a la acción bélica y luego ha hecho mutis por el foro, recupere su vocación de control y de neutralización de conflictos.

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