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41º FESTIVAL DE BERLÍN

El cine penetra en la condición trágica del descubrimiento y conquista de América

'Cabeza de Vaca' no acierta en la forma, pero es intelectualmente coherente y arriesgada

ENVIADO ESPECIALCabeza de Vaca es una película mexicana coproducida por el Instituto Mexicano de la Cinematografía y Televisión Española. La dirige un cineasta mexicano, Nicolás Echevarría, y la protagoniza el actor español Juan Diego. Es el primer intento, a nuestro juicio formalmente fallido, pero, en todo caso, el primero éticamente coherente e intelectualmente arriesgado de penetrar con la cámara en el fondo de tragedia que hay bajo el temerario optimismo histórico con que en España se ha enjuiciado este enorme y contradictorio suceso histórico, que aún pesa, tras cinco siglos, sobre la conciencia y la identidad colectivas e España y, por causas aún más evidentes, sobre los países latinoamericanos.

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Para Juan Diego, Cabeza de Vaca fue un místico

La película mexicana Cabeza de Vaca está lejos de ser safisfactoria. Quiere representar una de las aventuras personales más sorprendentes de una aventura colectiva plagada de sucesos hoy casi inconcebibles, a causa de la colosal magnitud del esfuerzo, del horror, de la inventiva, del coraje y de la sanguinaria violencia de sus protagonistas. Es el caso, probablemente inigualado en la historia del esfuerzo y del arte de la supervivencia, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.Este notable personaje, naufragó frente a las costas aún inexploradas de la actual Florida. Logró salvarse y, entre incontables adversidades y horrores -uno de los cuales fue el canibalismo que los supervivientes tuvieron que practicar para salir con vida del atolladoro-, consiguió con un puñado de hombres entrar en contacto con algunas tribus y aparecer, ocho años después, en el México de Cortés, saltando por encima de obstáculos que hoy parecen sobrehumanos.Cabeza de Vaca conquistó, en el sentido noble del término, a los indígenas. La versión que desarrollan el director Echevarría y el guionista Guillermo Sheridan es que las habilidades médicas de Cabeza de Vaca, que le sirvieron para su pacífica conquista, fueron aprendidas por él de algunos expertos magos de las tribus caribeñas. El hecho es que este hombre fue de los primeros coriq ulstad ores españoles que no pasó a la historia por sus hazañas guerreras y políticas, sino por su inaudito coraje físico y moral.

El enfoque del filme es por tanto apasionante, y sólo queda desear que su ejemplo cunda, que éste sea el principio de una averiguación visual permanente en una mina de imágenes que todavía están por descubrir y conquistar con las armas no sangrientas de la imaginación y la generosidad del buen celuloide.Echevarría, pretendienclo representar (más que narrar) una de las más esforzadas hazañas personales de que hay noticia, es incapaz de un mínimo de verosimilitud. De ahí que no logre una ficción, sino su contrario: un fingimiento, una simulación.

Quietismo

Un quietismo teatral, ritualismo muy endeble, en el peor sentido, brota de las imágenes. No hay sensación de traslación, de itinerario, de distancia. Todo parece transcurrir alrededor de un solo árbol y de una sola hectárca de mala llanura. No hay carnino, sino estampas sin vigor, planas, chatas.Los intérpretes se ven obligados a perder su capacidad de convicción en una continua sobreactuación, mortal en cine. Y, por ello, la desmesura del suceso se degrada en exageración; la colosal magnitud de la aventura, tanto en sentido físico como ético, se degrada en retórica: y la búsqueda del fondo oscuro de la tragedia de la colonización de América por España es degradada en tragedia enunciada, no representada: en horror dicho, no visto; en trabajo más de ensayistas que de hombres de imagen. Y la ejemplaridad de la pelicula queda reducida a la ejemplaridad de sus intenciones, no de sus resultados.

Completó el día un filme checoeslovaco también sobre el pasado, éste reciente, de su país. Se trata de una obra falsaria. que afima con su forma lo que inútilmente pretende negar con sus contenidos. Se titula Cuando las estrellas tenían color rojo y lo dirige un tal Dusan Trancik, que nos abruma con una lamentable lección de impotencia expresiva.

La película, que sólo tiene de bello el título, se parece como una gota de agua, a otra a aquellas obras deleznables que se programaban desde las oficinas políticas del llamado realismo socialista, que naturalmente no era ni una cosa ni otra. No es posible sin rubor emprender la tarea de desmantelamiento de la imagen del estalinismo checo sin modificar la mirada, sin, buscar nuevas formas para contar en un filme lo contrario de lo que se contaba en los otrosd. Intención, pues, antiestalinista, con forma rigurosamente estaliniana: una vulgar denuncia realizacla con las mismas armas que empleaba lo denunciado.

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