Maestro del toreo puro
Rafael Ortega dirige en la plaza de El Puerto de Santa María la Escuela Taurina de Cádiz
Una treintena de chavales, aspirantes a toreros, da clases de tauromaquia, tres días por semana, en la plaza de toros de El Puerto de Santa María, sede oficial de la Escuela Taurina de Cádiz, que pertenece a la Diputación Provincial. Dirige Rafael Ortega, 70 años, figura señera de la tauromaquia, maestro del toreo puro. Hay centros filiales de la escuela en Sanlúcar de Barrameda, en Algeciras, en La Línea de la Concepción, en Ubrique, donde otro centenar largo de muchachos se preparan para presentarse como novilleros en público y, si hay suerte, llegar a ser figuras del toreo.
Rafael Ortega tiene sus profesores auxiliares. En El Puerto está Muriel Alfonseca, funcionario del Cuerpo Superior de Policía, presidente de las corridas que se celebran en este coso, quien se encarga con verdadero entusiasmo y desinteresadamente de la preparación física de los muchachos. También colabora el banderillero Cruz Vélez, y banderilleros son los profesores-delegados de la escuela: El Rabioso, en Sanlúcar; Miguelete, en Algeciras; Pacheco y Ruano, en La Línea; El Pato, en Ubrique.Las enseñanzas teóricas se completan con toreo en tentaderos y en becerradas que organiza la propia escuela. Casi todos los alumnos tienen por ídolo a Paco Ojeda y como ejemplo inmediato a Jesús Janeiro Jesulín de Ubrique, que perteneció a la escuela y a sus 17 años es matador de alternativa con mucho porvenir.
"Aquí les enseñamos el toreo", dice, Rafael Ortega, "pero lo importante es que lo desarrollen tal como lo llevan dentro. Es inútil imponerles un estilo, pues cada chico siente el toreo a su manera". Rafael Ortega, con pocas palabras y menos voces, va corrigiendo a quien debe corregir. Es curiosa la aparente pasividad del maestro, en el enorme ruedo de la plaza de El Puerto, rodeado de muchachos que torean de salón. Observa y calla, hasta que se adelanta a uno y le ordena, a media voz: "Carga la suerte". Lo normal es que, los chicos tiendan a imitar a ciertas Figuras. Entonces, va el maestro, reclama muleta y estoque y se pone a torear como Dios manda. Adelanta el engaño, carga la suerte... "Así es". Pocas palabras y pocos pases.
Las lecciones son magistrales y los alumnos aprenden, del toreo, lo bueno, pero las modas y los tópicos también hacen lo suyo. O sea que, en cuanto se descuida el maestro, ya está alguien toreando con truco. "Así no es", le reprocha Rafael Ortega, y vuelve a reclamar los trastos. ¿Ves lo que pasa si metes el pico?", dice, y embroca el borde de la pañosa en el testuz de las astas con que hace de torito otro alumno. "En cambio, si presentas la muleta por la panza", sigue explicando el maestro, "el toro la toma de lleno y lo puedes llevar hasta ahí". Y, en efecto, la embestida del alumno-torito, embarcada con temple exquisito, acaba suavemente ahí, en el punto preciso del redondel donde se debe ligar el siguiente pase.
"¿Cual es tu torero preferido?", preguntamos a un alumno, y contesta con grandilocuencia: "Todo el que se viste de luces merece un respeto". Le preguntamos a otro, y lo mismo. Es el latiguillo de moda, entre figuras, y los aprendices lo asumen pues deben de creer que, expresarse así, es propio de toreros cabales. Cualquier director de escuela taurina tiene difícil papeleta, si pretende desbrozar de tópicos la torería auténtica. Por lo demás, en esta escuela gaditana la vocación de los alumnos es palpable, y las enseñanzas, completísimas: preparación física, vídeos, práctica del toreo. "Hay un gitanillo que torea con un gusto especial; no se lo pierda", dice Ortega. El gitanillo es Juan Ramón Reyes, 15 años, un muchacho muy simpático que, efectivamente, torea con singular gracia. Joselito de los Reyes, el más veterano del aula, ya ha toreado de luces, con éxito, y mientras espera otra oportunidad, acude cada día a la escuela y trabaja en una granja avícola.
"¿Y tú a qué torero querrías parecerte?', le preguntamos a Miguel Ángel Recio, 14 años, portuense, hijo de un policía urbano. Este alumno no dice lo de todos-los-que-se-visten-de-luces-merecen-un-respeto, Dios le bendiga, y responde: "A Paco Ojeda". "Pero te hemos visto torear y tu toreo es totalmente distinto...". "Me refiero a su talla de figura, no a su estilo".
Una caja de sorpresas
Todos van al colegio, muchos con aprovechamiento -Recio sacó tres notables y cuatro sobresalientes en la última evaluación- y por la tarde acuden a la centenaria plaza de El Puerto. Coso de severa arquitectura, alto, solemne, hermético, con muchos portalones, resulta ser una caja de sorpresas. Porque se abre un portalón y, sí, es la sede de la escuela taurina, pero se abre otro, y es la sede de los ecologistas; se abre otro, y es la de los bomberos; se abre otro, y es la de una chirigota que adereza una carroza de carnaval con la efijie de Juan Guerra.Los alumnos ya en el ruedo, sobre la barrera acodillaron capotes y muletas; junto al estribo, cornamentas para embestir. El policía-presidente dirige la gimnasia. Rafael Ortega indica: "Dales una vuelta más y que se acolleren". Corren; se acolleran, jadeantes; unos torean y otros son toreados, por turnos. Todos se esmeran, estilizan posturas. "Oye, chaval, ¿tú sabes qué supuso Rafael Ortega en el toreo?". "Sí, fue un gran matador". Es la fama del maestro. Entramos en un restaurante, en la mesa de al lado almuerza un grupo de alicantinos, reconocen a Rafael Ortega, le dan parabienes, comentan: "¡Qué buen estoqueador era!". Y dicen verdad. Pero ninguno parecía saber que Rafael Ortega aún toreaba mejor que mataba. Sus alumnos, que no habían nacido cuando se retiró, tampoco lo sabían. Y cuando, desmintiendo el tópico, se lo explicamos a varios de ellos, se quedaron desconcertados. Aunque uno comentó: "Por eso siempre nos enseña el toreo puro".
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