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De Malvinas al golfo Pérsico

Considera el articulista las posibles, y lejanas, similitudes entre la guerra del Golfo y las de las Malvinas. La capitulación total de los perdedores y el resurgir del nacionalismo son aspectos coincidentes en los dos conflictos.

La civilización no suprime la barbarie; la perfecciona. (Oscar Wilde).El 31 de marzo de 1982, millares de argentinos convocados por las organizaciones sindicales se congregaron en la plaza de Mayo para repudiar la dictadura. El régimen militar estaba en crisis absoluta y todo hacía pensar que no tardaría en caer. Más fuertes que el miedo, la furia, la desesperación y la esperanza, empujaron a la gente hacia la plaza. Dos días después, sin embargo, una multitud más numerosa aún se reunió en el mismo sitio para expresar su apoyo incondicional al general Galtieri. Los militares acababan de recuperar las islas Malvinas.Unas semanas después, mientras la flota inglesa se dirigía al Atlántico Sur, apareció en París, en el diario Le Monde, una declaración firmada por varias decenas de exiliados. Condenábamos la invasión porque nos oponíamos al principio de resolución de conflictos por la fuerza, y sobre todo porque negábamos a la dictadura militar el derecho a ejercer cualquier acto en nombre del pueblo. También reivindicábamos el derecho argentino sobre las islas, condenábamos el neocolonialismo británico y el envío de su armada, por considerar que las potencias occidentales, en particular Estados Unidos, disponían de los resortes necesarios para obligar a los militares argentinos a dar marcha atrás.

El mismo día de la aparición del comunicado, muchos de los firmantes recibimos llamados insultantes o amenazadores. No provenían, como podría pensarse, de amigos de la dictadura, sino de exiliados o proscritos súbitamente presos de: un fervor nacionalista tal que les había hecho olvidar la naturaleza del régimen, el derecho a. disentir y hasta el sentido de la amistad. En el interior del país ese sentimiento fue mucho más poderoso. Atrapados entre la razón de sus convicciones y el estigma de traidores a la patria, los sectores más lúcidos y progresistas se vieron desde el principio reducidos a un impotente silencio y al aislamiento. Un par de años después, ya de regreso, me di cuenta de que desde dentro y en plena guerra la doble y equidistante razón del comunicado parisiense perdía su equilibrada polaridad y se tornaba en magma confuso. Que quizá en la marea emocional de una guerra de esas características, en la alternativa de elegir entre dos males, no es posible otra cosa que mentir callando y colaborar por simple omisión. Que en cualquier caso el estallido de la primera bomba pone automáticamente a todo el mundo en la misma trinchera.Intransigencia

Aunque muy distinta, la guerra de las Malvinas tuvo algunas similitudes con la actual. En primer lugar, la sospechosa indiferencia de Estados Unidos y del Reino Unido ante una invasión inminente y conocida. Luego, la intransigencia: el Reino Unido no quiso entrar a discutir en ningún momento no ya la soberanía, sino siquiera la reivindicación argentina sobre unas islas ocupadas en el siglo pasado en un acto de piratería, con lo que los invasores fueron obligados a elegir entre el suicidio y la guerra. Noam Chorrisky ha reseñado con precisión (véase EL PAÍS del 12 de enero de 199 1) no sólo los antecedentes coloniales de la crisis del golfo Pérsico, sino incluso una propuesta de Sadam Husein de abril de 1990 (más de un año antes de la invasión de Kuwait), en la que éste propuso a George Bush la destrucción de sus armas convencionales si Israel aceptaba otro tanto. Paul Balta, por su parte, recuerda que en 1969 el joven Arafat defendió la idea de "un Estado palestino democrático en el cual coexistirían cristianos, judíos y musulmanes", rechazada de plano por Israel (véase EL PAÍS del 31 de enero de 1991). Teniendo en cuenta tc1os los antecedentes, la propuesta de Sadam de ligar su retirada de Kuwait con el caso palestino debió ser tomada en consideración, aun sin creer en absoluto, como es lógico, que ése fuera su objetivo al invadir. En cualquier circunstancia, esa concesión hubiera sido mínima comparada con los daños de la guerra que ahora se están poniendo en evidencia, sobre todo cuando existe acuerdo general en que después habrá una conferencia sobre Oriente Próximo.

La guerra de las Malvinas (en la que los británicos atacaron con ferocidad, aunque no hubiese explotación petrolera) concluyó en que allí donde -sólo había pastores y ovejas ahora haya una superbase militar británica. En cuánto a la reivindicación argentina, el asunto está cerrado: a los derrotados, ya se sabe, no les asisten derechos. ¿No ocurrirá ahora que después de la eventual derrota iraquí el golfo Pérsico quede bajo control militar de Estados Unidos y el pueblo palestino "empujado a una desesperada alianza con Irak- despojado de sus derechos por mucho tiempo?

El otro elemento similar entre las Malvinas y el Golfo es una de sus consecuencias: el resurgir del sentimiento nacionalista. Aunque el Estado es confesional, la sociedad argentina es perfectamente laica, moderna en el sentido occidental. No existe nada comparable al formidable elemento místico unificador que representa el en el mundo árabe. Sin embargo, aquella aventura militar tuvo el apoyo inmediato de los más dispares Gobiernos latinoamericanos, y después de la guerra no hay en Argentina partido político con posibilidades electorales que no incluya en su programa la reivindicación nacional sobre las Malvinas. Los siniestros militares carapintadas son hijos directores de esa guerra y el presidente Menem es considerado en ese punto como un traidor, por asumir con realismo la recomposición de los vínculos diplomáticos y comerciales con el Reino Unido. En la medida en que las democracias del Tercer Mundo no hacen hasta ahora más que ampliar y profundizar la miseria con sus medidas de ajuste dictadas -no hay que olvidarlo- desde el Norte, el peligro de un nacionalismo exacerbado aumenta. Basta comprobar en este momento el multiplicado vigor de los sectores integristas islámicos en el mundo árabe e imaginar el embarazo de un musulmán moderado y progresista aliado, por ejemplo, de la Internacional Socialista. Cualquier integrista le diría, no sin razón en este caso, que De Gaulle era mejor que Mitterrand.

Los defensores de Occidente ponen al acento en que esta guerra la empezó el invasor iraquí e 2 de agosto, en que Sadam Husein es un tirano y criminal indefendible y en que están en juego intereses vitales, con el agregado de que pararle los pies ahora a Sadam será en cualquier caso menos costoso y sangriento que hacerlo dentro de unos años.

Analistas que reconocen los hechos pero que rehúsan embarcarse en la aparente lógica, de esta guerra subrayan por su parte que fueron los principales miembros de la alianza occidental y de la URSS quienes armaron a Sadam incluyendo las armas químicas y bacteriológicas, que este conflicto tiene origen en el arbitrario e interesado orden poscolonial impuesto por las potencias oceidentales y que no es el derecho internacional ni la democracia lo que se defiende en el Golfo, sino sencillamente el petróleo, la seguridad de Israel y la estabilidad de las monarquías petroleras árabes aliadas de Occidente.Vieja patraña

Todo esto se ha dicho ya bastante aunque es notable que los prooccidentales a ultranza eviten la polémica en el terreno histórico, concreto y se sirvan de la vieja patraña maniquea civilización o barbarie. Los nuevos cruzados no se aventuran en lo que Ítalo Calvino llamaba "el mar de la objetividad", mucho más complejo y menos reconfortante. De cualquier modo, la discusión parece centrarse ahora -descontando la victoria militar aliada, más tarde o más temprano- en qué clase de nuevo orden internacional será el que surja después del conflicto. Los optimistas -Savater, Timerman, por citar a algunos de esta misma página opinan, grosso modo, que esta guerra ha dado por fin el protagonismo a la ONU y que en el futuro sólo habrá -si las hay guerras por consenso y en defensa del Derecho Internacional; que la derrota de Irak abrirá las puertas de una conferencia sobre todos los problemas de Oriente Próximo y que por fin el mundo civilizado tendrá el horizonte libre de comunistas y mesiánicos líderes tercermundistas para difuminar su bálsamo bienhechor. Hasta hay especialistas que pronostican que "Europa regirá la economía mundial" y proponen "un Plan Marshall europeo para los países del Este y los del Magreb" después de la guerra (véase EL PAÍS del 2 de febrero de 1991), lo que supone un mundo liderado por un capitalismo democrático y social a la europea.

El pesimismo parece, sin embargo, más razonable. El papel de Europa en la constitución de un nuevo orden jurídico mundial está resumido en el programa de posguerra de Henry Kissinger: ninguno (véase EL PAÍS del 29 de enero de 1991). En cualquier caso, será mínimo e intrascendente, como lo fue antes y durante su influencia política y militar. El país que desde hace al menos una década está imponiendo al mundo un Plan Marshall de proporciones descomunales es Estados Unidos. Una simple Ojeada a su déficit presupuestario y de comercio exterior, a su deuda externa y a la crisis de su sistema financiero basta para augurar que la presión que ejerce sobre el resto del mundo se redoblará en el futuro, desde una posición más prepotente y hegemónica. No habrá capitales para los países del Este ni para el Tercer Mundo después de esta guerra, al menos por bastante tiempo. Habrá, en cambio, rebrote nacionalista y sed de venganza en el Sur, por no hablar de una eventual. involución grave de la perestroika. Habrá, por tanto, demanda armamentista, nuevas guerras en el horizonte y un más que probable rebrote del terrorismo internacional. Si la guerra se prolonga, o si la crisis consecutiva es seria, hasta es previsible una descomposición de la Comunidad Europea y el ingreso de la socialdemocracia en un cono de sombra. El nacionalismo xenófobo, regresivo y musculoso no es un invento árabe, y los que comparan a Sadam con Hitler no caen en la cuenta de que el espejo de la historia les devuelve su propia imagen.

es periodista y escritor argentino.

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