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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Del enfriamiento a la congelación

LA ECONOMÍA, como tantas otras disciplinas, basa parte de su fuerza en la creación de un argot que le es propio. Son las palabras de la tribu. Corren tiempos en los que la utilización de uno u otro término modifica sustancialmente el análisis que se busca. Usar enfriamiento o recesión no es baladí. ¿Hemos entrado en una fase de recesión? ¿Se trata de un fenómeno coyuntural agudizado por la guerra del Golfo o de una crisis de mayor calado? Aunque en sentido estricto se habla de recesión cuando se producen dos trimestres sucesivos de crecimiento negativo, en términos más coloquiales los economistas la definen como la fase del cielo económico que sucede a la expansión, previa a la depresión, Durante los periodos de recesión, la actividad económica empieza a resentirse. Aumenta la producción, pero a un ritmo decreciente, la demanda se desacelera y empiezan a aparecer los primeros síntomas de crisis, como regulaciones de empleo y suspensiones (te pagos, y se estanca la creación de puestos de trabajo.Según los numerosos datos disponibles, parece claro que hemos entrado claramente en una fase recesiva. Según Economía, la demanda interna creció el 4,3% en 1990, prácticamente la mitad que en cada uno de los tres años anteriores, si bien por encima de la media de la CE, que creció el 3,6%. Pero el Banco de España proporcionó un dato más preocupante al especificar que en el segundo semestre la demanda creció el 2,5% respecto al primer semestre, dos puntos menos que en el periodo anterior.

La mayor preocupación radica en que ha sido la industria el sector que ha sufrido más negativamente los efectos del enfriamiento. Los datos del índice de producción industrial de octubre señalan un crecimiento prácticamente nulo para el conjunto de los 10 primeros meses del año. La construcción también ha sufrido un notable frenazo, sólo amortiguado por el fuerte aumento de la licitación oficial, aunque últimamente el sector residencial volvió a recuperarse. Recientemente, otros nuevos indicadores han puesto de manifiesto que el parón de la economía española se ha acentuado. La recaudación por IVA cayó el 4,5% en enero, una de las causas de que se haya multiplicado por 12 el déficit público.

Entre junio de 1989 y diciembre de 1990, el crecimiento de la demanda pasó del 7,7% al 1,8%, y el de la inversión, del 13,5% a un nivel negativo, -0,2%, según el Banco Hispano Americano. Por su parte, el BBV ha señalado que la demanda de crédito descendió el 51,5% en enero y el aumento del consumo descendió del 6,2% al 4,6% del tercer al cuarto trimestre, según la encuesta de presupuestos familiares. Cabe pensar así que la crisis del Golfo y el estallido de la guerra han tenido un efecto multiplicador sobre las medidas de enfriamiento que venía aplicando el Gobierno, hasta el punto de llegar a la congelación de la economía.

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Sin duda, la reciente decisión del Banco de España de relajar la política monetaria bajando los tipos de interés fue adoptada sobre todo por la necesidad de aflojar la tensión que soportaba una peseta sobrevalorada en el seno del Sistema Monetario Europeo. Pero con la medida se pretendía también reanimar una economía cuya caída de la actividad es cada día más inquietante. La cuestión es que la decisión de flexibilizar la política monetaria, cuyo principal instrumento es el mantenimiento de altos tipos de interés para frenar la inflación, se produjo al día siguiente de un nuevo incremento de los precios.

Hasta ahora, luchar contra la inflación y su causa principal, una economía demasiado recalentada en la que el excesivo consumo tiraba de las importaciones, se podía lograr con la misma terapia: manteniendo altos los tipos de interés. Ahora la situación se ha complicado. La inflación se mantiene elevada y la economía se ha enfriado peligrosamente. El manejo de los tipos de interés como instrumento de control es insuficiente para el Gobierno. Mantener alto el precio del dinero puede ayudar a rebajar la inflación, pero incrementa el peligro de agarrotamiento de la economía y posibilita el aumento exagerado del paro. Sin duda, es el momento de revisar posiciones y actuar con rapidez. Así se ha visto ya en algún banco privado que bajó su tipo de interés de créditos preferenciales y en las críticas del ministro de Economía al distanciamiento de las inversiones empresariales. La situación es tan delicada que habría que emplear todos los instrumentos posibles antes de que sea demasiado tarde. Sindicatos y empresarios tienen mucho que decir en este momento. Urge moderar las oscilaciones.

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