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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa en la crisis

LA RECIENTE reunión en Bruselas de los ministros de Asuntos Exteriores de la Comunidad Europea (CE) ha puesto de relieve el ahondamiento de las diferencias que ya se habían manifestado con anterioridad y que provocaron la ausencia de Europa como tal en los momentos decisivos de la crisis del Golfo. Una ausencia que círculos de Estados Unidos e Israel desearían prolongar lo más posible, como señaló sin disimulo Henry Kissinger. El ministro británico, con el apoyo holandés, se opuso en Bruselas a la propuesta de Francia y Alemania de establecer ámbitos de política exterior en los que las decisiones se tomasen por mayoría, como ya ocurre en otras actividades de la Comunidad. Rechazó asimismo la perspectiva de la integración, a medio plazo, de la Unión Europea Occidental (UEO) en la Comunidad como vía para favorecer una política exterior y de seguridad común.Frente a esta actitud británica -que equivale a paralizar cualquier proyecto serio de unidad política europea-, la mayoría de los miembros de la CE, particularmente Francia, Alemania, Italia y España, han hecho un esfuerzo profundo por encontrar un terreno común que permita afirmar un papel propio de Europa en la actual situación de guerra y con vistas a los gravísimos problemas que se plantearán en la posguerra.

En ese orden, el envío de una ayuda de urgencia de la CE a la población palestina de los territorios ocupados, así como el viaje que la troika comunitaria (Luxemburgo, Italia, Holanda) va a realizar a los países del Magreb, representa una apertura hacia el mundo árabe que tiene que ser un rasgo esencial de la política europea. A la vez, el plan de posguerra elaborado en la Comunidad para Oriente Próximo -que deberá ser precisado el próximo día 19- es un esfuerzo estimable, pese a sus muchas ambigüedades. Cabe esperar que, en su redacción final, el plan deje claro el apoyo de Europa a una conferencia internacional sobre la zona en cuyo marco se contemple una respuesta viable a la aspiración de los palestinos a tener su propio Estado. Este punto es la piedra de toque para la evolución del mundo árabe, asunto a su vez absolutamente prioritario para los europeos y particularmente para los Estados ribereños del Mediterráneo.'

En ese terreno, Europa necesita hacer explícita desde ahora su posición, aunque ella difiere netamente de la de Estados Unidos. Al hacer de Israel el eje de toda su política en Oriente Próximo, Washington se hace prisionero del extremismo antiárabe de la derecha israelí. Ello le incapacita para elaborar una política de posguerra apta para resolver los problemas de fondo de la región y capaz de integrar al conjunto de los países árabes en un sistema de seguridad duradero.

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Al lado del problema palestino, y de las obligadas garantías de seguridad para el Estado israelí, el plan europeo para el día después necesita prestar una gran atención a la cooperación económica y a las ayudas técnicas y financieras para los pueblos más desfavorecidos de la zona. No habrá una seguridad verdadera si no se elevan las cotas de democracia. Y a la vez, si no se logra disminuir las desigualdades escandalosas de una región en la que la miseria de la mayoría convive con la insultante opulencia de minorías enriquecidas por el petróleo. Promover una evolución de ese tipo puede hacerse sin injerencias que atenten contra las soberanías nacionales.

El ejemplo de lo que ha sido la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, llevado al Mediterráneo con todas las matizaciones precisas, puede tener gran utilidad para favorecer un futuro de paz y progreso. Y de desarme, quizá la primera condición para una política realista de seguridad en Oriente Próximo. Europa, después de su lamentable papel en el armamento de Sadam, debe tomar medidas radicales para el control del comercio de las armas.

Pero, junto a los esfuerzos orientados al futuro, es evidente que la construcción política de la CE exige también avanzar respuestas viables a los acuciantes problemas del presente. La CE no puede permanecer callada ante las iniciativas surgidas en Irán y otros países musulmanes en orden a lograr el cese de las hostilidades sobre la base de la retirada iraquí de Kuwait. A la espera del deseable consenso sobre la cuestión, varios países están ya actuando por su cuenta. Francia lo hace con sus gestiones en Teherán y Argel; Alemania, con el viaje de Genscher a Damasco y El Cairo, y España, con el viaje de Fernández Ordóñez al Magreb. Esta realidad demuestra el doble carácter que tiene hoy la presencia de Europa en el mundo: por un lado, y en todo lo posible, debe avanzar la política común de la Comunidad. Pero a la vez Europa necesita afirmar su presencia mediante las políticas nacionales de los países que sean capaces de hacer valer su peso en el concierto internacional.

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