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Oficio de tinieblas

Fernando Savater

Acaba de comenzar, tal como temíamos, la tercera fase de la guerra en el golfo Pérsico. La guerra se inició a comienzos de agosto, como algunos parecían ya haber olvidado, con la invasión de Kuwait por Irak y su amenaza directa a otros Estados de la zona. A continuación se pasó a un bloqueo decretado por la ONU contra la potencia agresora y ejercido por una fuerza intenacional, mientras se concentraban tropas en la frontera con la clara indicación de que si no había una retirada iraquí del país ocupado empezarían las palabras mayores (es decir, lo que viene después de las palabras). Se jugó con los rehenes y con la diplomacia, se involucró a palestinos e israelíes en el contexto del fregado, se hicieron ofrecimientos velados y amenazas explícitas. La ONU dio un inequívoco ultimátum y expiró el plazo: ¡ojalá fuera ese plazo el único en expirar sobre las arenas del desierto arábigo! Sadam Husein no modificó ni poco ni mucho su postura, sea porque no quiso, porque no pudo o porque no supo. Ahora ya ha empezado de verdad el oficio de tinieblas y nadie puede decir con eerteza cuándo amanecerá.Vaya por delante que el recurso de la guerra es el fracaso máximo del ideal civilizatorio que la mayoría de los países avarizados dice desear, el fracaso no del orden militar en el que aún vivimos, sino del orden civíl -civilizado- en el que aspiramos a vivir. Sadam Husein no debió nunca haber empezado esta guerra (ya no recuerdo si la tercera o cuarta de su cruel mandato); ojalá que el resto de los países hubiese logrado por medio de su presión conjunta evitar un desenlace explosivo que la agrave aún más. Por mucho que se agite,el tapete, caigan las fichas anquilosadas y quede claro que la situación en Oriente Próximo ya no volverá a ser la misma, no hay seguridad alguna de que esta atroz cirugía resolverá (o al menos mejorará) los abscesos que allí supuran: el contencioso palestino, el calvario libanés, los oligarquismos o populismos teocráticos de regímenes que se niegan al pluralismo secularizado sin el cual no puede haber respeto a los derechos humanos, etcétera. Quizá se logre evitar que importantes fuentes de energía caigan en manos de un peligroso tiranuelo megalórríano que podría utilizarlas para chantajear a medio mundo, pero ni aun ese deseable objetivo parece recompensa suficiente para lo que va a perderse en vidas; y recursos, por no hablar de lo que va a ganarse en resentimientos. No hay motivo razonable, para sentir el más ligero entusiasmo ante este final de fiesta catastrófico.

Por tanto, se explican muy bien las manifestaciones antibélicas que ha habido en numerosos países, entre ellos el nuestro. Nadie con un mínimo de decencia racional puede estar a estas alturas a favor de la guerra, lo mismo que nadie lo está a favor del hambre (que causa constantemente más muertes que los enfrentamientos armados), el analfabetismo, el racismo, las dictaduras salvadoras, la marginación cívica de la mujer, etcétera. Además de una señal de cordura, esas manifestaciones lo son también de la salud democrática de los países en que ocurren: la prueba es que el único sitio en el que no ha podido nadie manifestarse contra la invasión de Kuwait y el militarismo de Sadam ha sido precisamente en Bagdad. Sin embargo, algunas de las justificaciones ideológicas que acompanan estas demostraciones son bastante inconsistentes, por decirlo con suavidad. Me centraré en las españolas, por mejor conocidas. Dejo de lado, desde luego, ciertas sospechas que pueden prevenir contra algunas proclamas por culpa de sus proclamadores: las de los pacifistas de Herri Batasuna, por ejemplo, que no se atreven a pedir a ETA que deje las armas, pero quieren desarmar al resto del mundo; o las de nuestros escritores oficialmente expertos en morerías, lenguaraces para denunciar los males del golfo Pérsico, pero callados hasta la complicidad respecto a la represión en Marruecos, aunque les pille más cerca.No parece lógico decir ahora que hubiera debido seguir el bloqueo todo el tiempo necesario sin recurrir a la intervención armada cuando se sostuvo desde el principio que los barcos españoles destinados a realizarlo debían retornar inmediatamente. Es un poco obstuso insistir tanto en que lo que más interesa en Kuwalt a los occidentales es el petróleo, como si a Sadam Husein le hubiese interesado otra cosa al invadirlo: parece injusto tener por codicioso al que intenta recuperar el botín robado y no al ladrón. Es ridículo presentar a Husein como un líder algo bruto, pero "preocupado por su pueblo", como ha llegado a decirse; desde luego, motivos de preocupación no le faltan, porque está a punto de quedarse sin ese pueblo al que tiene metido en una guerra tras otra desde que llegó al poder. ¡El exterminador de los kurdos, el provocador de una guerra sin sentido de 10 años con Irán, está procupado por su pueblo; Felipe González manda tres fragatas al Golfo para participar en el bloqueo y es un enemigo de la humanidad! Se dice que Sadam es malo, pero los demás también, empezando por los invasores de Granada y Panamá o los verdugos del pueblo palestino. Son razonamientos semejantes a los de quienes ahora revisan la historia de la Segunda Guerra Mundial y presentan a Hitler como un jefe nacionalista no peor que los otros, empujado a la guerra total por la intransigencia británica y la brutalidad estalinista. Lo que cuenta no es comparar catálogos de fechorías, sino valorar la amenaza que suponen para un rompecabezas internacional en el que deben hallar contrapeso y quizá un día remedio. ¿,Hemos sido los españoles, junto a los demás países europeos, acólitos de la política estadounidense en esta crisis? Está claro que el papel de Europa no ha sido ni mucho menos brillante como conjunto: no se ha sabido mediar, ni presentar alternativas unitarias. Pero al menos no se ha hecho dejación absoluta en manos de los yankis de una firmeza a la que sin duda hubiera sido suicida renunciar en este caso. España ha estado dentro de lo más crítico y matizado del grupo al que pertenecemos, junto a Francia y Alemania: desde luego no hemos hecho el papel de Cuba europea, como quizá hubiese gustado a algunos, pero creo que debemos felicitarnos por ello.

Todo esto, sin duda, es inmoral, como advierten personas excelentes. En efecto. El juego entre las naciones es todavía la ley de la jungla, aquel tipo de vida "pobre, breve y brutal" que, según Hobbes, corresponde a quienes aún no se han reunido bajo la protección de Leviatán. Mientras no haya una efectiva autoridad supranacional seguirá siendo así, sin remedio y por mucho que prediquen en contra las bellas almas. Ese Leviatán que intentará abolir las guerras por la fuerza (como se han intentado abolir los crímenes entre los particulares) no caerá del cielo, sino que brotará del cieno: de la ONU actual y del país con más poderío militar de los que tienen sistema democrático, Estados Unidos. Seguir profesando el antiamericanismo tradicional no evitará los peores abusos de ese gigante cuestionado ni aprovechará las posibilidades de resolución generosa de problemas que cabe esperar de su tradición y de la persuasión de una Europa imaginativa y unida. De ahí también la importancia de reforzar el papel de la ONU a partir de esta crisis y la exigencia de que sus restantes resoluciones sean cumplidas tajantemente, como en el caso de Irak. Pues desacatar y execrar ese organismo deficiente pero prometedor nos devuelve a la plaza de Oriente, con sus clamores raciales contra la "conjura inernacional". No se trata de ética todavía, sino de sentar las bases eficaces de un derecho internacional que no sea puramente retórico o legitimador de lo ya impuesto. Entretanto, prosigue el oficio de tinieblas bélico. Como en la célebre novela de Joseph Conrad, mueren los hombres violentamente con la palabra "horror" en los labios. ¡Ojalá algún día podamos decir que ése ya no es el verdadero nombre de nuestra colectividad sin banderas! es profesor de Ética en la Universidad del País Vasco.

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