Un dato alentador
LA MODERADA evolución del índice de precios al consumo (IPC) correspondiente al mes de diciembre ha permitido cerrar el año con una tasa de inflación que puede calificarse de buena. Dada la prioridad del objetivo antiinflacionista en la política económica del Gobierno, el dato refuerza objetivamente las posiciones del equipo que encabeza Carlos Solchaga. Es seguro que una inflación por encima de las previsiones del Gobierno (corregidas al alza el pasado verano) hubiera sido utilizada como argumento significativo por los sectores que en el interior del socialismo español pugnan por limitar la influencia del actual ministro de Economía.La energía, que desde julio es la protagonista de los índices mensuales de precios, ha mostrado un buen comportamiento en diciembre al bajar un 1,8 % con respecto al mes anterior. Ello, junto al descenso experimentado en los alimentos, tanto frescos (-0,8%) como elaborados (-0,2%), ha propiciado -al margen de desplazamientos de ciertas subidas navideñas al índice de enero- un aumento de los precios el último mes del 0,2%, la mitad del registrado en diciembre del año anterior. Ello permite situar la inflación al término de 1990 en el 6,5%, cuatro décimas por debajo de la del año anterior y menor al 6,7% estimado por el Gobierno tras estallar la crisis en el golfo Pérsico. La inflación subyacente, aquella que no tiene en cuenta ni la energía ni los alimentos frescos, queda en un 6,1%, lo que supone también un buen dato.
El mayor control de los precios es, pues, una buena señal, dada la especial coyuntura de enfriamiento económico. Supone, en primer lugar, alejar el fantasma de la estanflación (combinación de estancamiento del crecimiento con altas tasas de inflación) que caracterizó a las economías occidentales durante los años setenta y que amenaza actualmente a varios países industrializados.
Pese a que el IPC español sigue siendo alto en comparación a países de su entorno inmediato (Francia ha cerrado 1990 con una tasa del 3,4%), hay que señalar que se estrecha el diferencial con la Comunidad Europea, lo cual es el elemento fundamental de la magnitud. Con los datos de noviembre, últimos hechos públicos, la diferencia con la media comunitaria era de 0,8 puntos, la más reducida de los últimos años y muy alejada del 5,2 que se registró en diciembre de 1986. Con vistas al reforzamiento de la competitividad en la perspectiva del mercado único, ese estrechamiento es tal vez el dato más alentador.
Pero si algo tienen de preocupantes nuestros precios es que las tensiones alcistas se producen allí donde la competencia con el exterior es prácticamente nula; es decir, en los servicios, que en 1990 subieron el 8,4%. La facilidad de trasladar inmediatamente el aumento de costes a los precios, la insensibilidad que muestran ante las medidas de dureza monetaria y la persistencia de limitaciones estructurales, patentes especialmente en el turismo, hacen que sea en ese sector, y no en la industria, donde los precios experimentan un mayor descontrol.
Con todo, un IPC mejor de lo esperado permite unas mayores posibilidades de atenuar las tensiones monetarias, sin que ello suponga abandonar las cautelas antes de comprobar el comportamiento de los precios en los primeros meses de este año, y en particular cómo reaccionan a la evolución de la cotización del petróleo. El limitado margen de maniobra que tiene ahora la política económica, con los presupuestos ya aprobados y sin haber conseguido definir la política de rentas por la falta de concertación, depende también de factores externos. Concretamente del nivel de los tipos de interés en Alemania y del tipo de cotización del marco. Si caen allí habrá mayores posibilidades de un descenso de los tipos en España. En conclusión, el IPC de 1990 permite una mayor flexibilidad en la política monetaria, aunque sin demasiadas alegrías.
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