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En el juego del poder

Hace poco he leído un artículo del escritor ruso Borís Vasiliev sobre el difícil destino de los intelectuales rusos. Escribió lo siguiente: "Es interesante que un solo partido, partiendo de consignas populistas para mítines, es decir, tareas exclusivamente tácticas, se permitiera cubrir de vergüenza, por escrito y, oralmente, a estos intelectuales" (o sea, los rusos). Era el Partido Socialista Obrero de Rusia (bolchevique), cuyos lemas populistas dirigidos contra los intelectuales pasaron rápidamente a ser actos y medidas reales. Los intelectuales... se iban convirtiendo en algo dependiente, falto de libertad, en sirvientes con un extraño estatuto de capa intermedia.Su vástago del régimen comunista checo había adoptado ante los intelectuales de su país la misma actitud, o -siempre que fue posible- aún peor. Hay que saber que el populismo gozaba en Bohemia de mayor tradición que en Rusia; las afirmaciones demagógicas según las cuales los intelectuales habían estudiado con el dinero de los obreros encontraron oídos atentos en parte del país. (Los intelectuales checos eran humillados incluso desde el punto de vista material: los jóvenes ingenieros, médicos o maestros estaban peor pagados que los obreros subordinados o los trabajadores no cualificados).

Los 40 años de Gobierno comunista significaren una lucha permanente entre el régimen y los intelectuales, quienes -en su mayoría- comprendieron pronto el poder destructivo del sistema totalitario, no sólo para la vida intelectual, sino para la existencia misma de la nación. Los intelectuales eran la capa de la sociedad que mayor resistencia oponía al sistema y que más se veía afectada por perennes persecuciones.

El movimiento que desembocó en la Primavera de Praga era un movimiento intelectual típico. Dos inventos aceleraron su advenimiento: las sesiones de los escritores checos y las manifestaciones estudiantiles. Las demás capas sociales se sumaron sólo al cabo de varios meses y el movimiento se transformó en el empeño de toda la nación en la creación de una nueva sociedad.

Tras la supresión de la Primavera de Praga por la intervención soviética y después de que ésta ayudó a Gustáv Husák, un hombre realmente capaz de todo, a asumir el poder, empezó una cruzada contra los intelectuales checos sin parangón en la historia moderna de Europa. Casi todos los centros científicos fueron dispersados; la mayoría de los profesores, expulsados de las facultades; miles de estudiantes aparecieron en las listas negras que significaban la prohibición de cualquier actividad intelectual y ofrecían a los afectados como única posibilidad de sustente) un trabajo de obrero sin cualificación.

Fue imposible llevar a cabo actividades creadoras libres. Miles de títulos de las bellas letras y la literatura científica fueron excluidos de los fondos bibliotecarios. Los intelectuales más renombrados no se podían ni mencionar en público y fueron borrados de la historia. En esa situación, numerosos intelectuales aprovechaban cualquier posibilidad para emigrar., pese a que a menudo esa decisión equivalía a renunciar a todo.

Mas, desde los mismos comienzos de la era de Husák, crecía la resistencia de la capa que se pretendió avasallar. Los primeros grandes procesos políticos de los años sesenta contra Petr Uhl, Milan Hübl, Jan Tesar o Jaroslav Sabata, y más tarde contra Váelav Havel u Otta Bednárová, eran procesos contra los principales intelectuales checos. También la Carta 77, aunque en ella se agruparon todas las capas de la sociedad, era, en primer lugar, un movimiento de intelectuales; las decenas de documentos que publicó durante los 12 años de su labor han testimoniado el empeño espiritual que los intelectuales independientes checoslovacos desplegaron en sus combates contra el sistema totalitario. Hasta en la última fase de la lucha no comenzaron a sumarse a ella otras capas de la nación, ante todo jóvenes obreros y la juventud en general. También la revolución de hace un ano empezó por acciones de los intelectuales: estudiantes y actores, a los que se adherían gradualmente todas las capas de la nación.

El hecho de que los intelectuales representaran la principal fuerza de los acontecimientos revolucionarios repercutió también en su transcurso. Václav Havel y sus colaboradores más próximos, al igual que el alto mando estudiantil, que tuvo su sede en la Facultad de Artes Dramáticas, recalcaban en repetidas ocasiones que todo tenía que llevarse a cabo sin violencia. Fue increíble que entre la gran multitud de pintadas, consignas y carteles que inundaron Praga en noviembre de 1989 no sonara un solo llamamiento a la venganza, a la violencia, un solo insulto o grosería; nada de lo que no sólo suele aparecer, sino incluso convertirse en realidad en los momentos revolucionarios en que se manifiesta la voluntad y la imaginación de las capas populares.

Es natural que el movimiento que refleja los intereses de los intelectuales se diferencie del movimiento que refleja los intereses de las capas populares. Simplificadamente, podríamos señalar que los intelectuales consideran la restauración de la libertad como su meta principal, mientras que las capas populares se esfuerzan ante todo por mejorar su posición social. El transcurso de los acontecimientos de finales del año 1989 dio una gran satisfacción a los intelectuales, al cabo de pocas semanas se restablecieron las libertades civiles fundamentales, se abolló toda forma de censura y fueron eliminados todos los obstáculos para viajar al extranjero; nacieron más de 39 partidos, asociaciones y movimientos políticos.

Pero la sociedad ha entrado en el espacio de la libertad en condiciones difíciles. La mayoría de los ciudadanos, además de haber crecido en el sistema totalitario, participó -en mayor o menor medida- en la nefasta existencia del mismo, La sociedad democrática necesita a sus políticos, líderes, profesionales; necesita en los puestos dirigentes a hombres que gocen de la confianza de los ciudadanos y ha sido justamente en ese campo en el que, en los 40 años de totalitarismo, hemos padecido de una falta desesperada. de ese tipo de personas. Ciertamente, también ese estado funesto de la sociedad (la participación única de los intelectuales en los acontecimientos revolucionarlos) ha originado el hecho de que ellos, los no profesionales de la política, actores, escritores, historiadores, periodistas, guionistas o traductores, y, naturalmente, juristas y economistas, ocupen los cargos dirigentes del Gobierno y de los órganos representativos, y aparezcan, también, entre los asesores del presidente.

Los intelectuales checoslovacos, o más exactamente una parte de ellos, la digna de ese nombre, manifestaron en los malos tiempos no sólo la valentía, la honradez y la abnegación (muchos de ellos prefirieron la cárcel a la sumisión o al exilio), sino incluso un heroísmo en la lucha por la libertad y una disposición que no suelen ser típicos de los intelectuales. Mas, ¿cómo se portarán ahora, después de haber alcanzado su meta principal, o sea, la libertad?

El intelectual, tal como le co-

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Ivan Klíma es escritor checoslovaco, presidente del Penclub. Traducción: Jana Novotna.

En el juego del poder

Viene de la página anteriornocemos en su imagen clásica, es un hombre que está fuera del juego del poder, puesto que sólo así puede plasmar su misión -reflexionar libremente y, guardando la distancia sobre los problemas esenciales de la sociedad, juzgar imparcialmente y criticar sus defectos-. ¿Cómo seguirá realizando su papel participando, al mismo tiempo, en la ejecución del poder? ¿No tendrá que sacrificar su papel de intelectual y convertirse en un empleado poco cualificado? ¿No se quedará, lo que posiblemente sea aún peor, en el medio, es decir, dejará de ser intelectual y no será un buen funcionario?

Los intelectuales, al moverse en un espacio libre, y especialmente cuando han alcanzado la libertad tras de muchos años de opresión, resisten difícilmente la tentación de pasar el tiempo en discusiones sin compromiso y a menudo en reflexiones abstractas. ¿Sabrá renunciar a semejante tentación el intelectual que toma parte en el poder? Las discusiones preelectorales de los representantes de los respectivos partidos políticos en la televisión, al igual que las primeras presentaciones de los nuevos diputados, libremente elegidos, provocaron ciertas dudas, si no temores en ese sentido. Es natural que los intelectuales tiendan a sobreestimar los problemas de la esfera intelectual, que se sientan atraídos por el mundo de ideas y símbolos más que por el mundo de realidades cotidianas y a menudo triviales. Por esa inclinación podemos explicarnos que en un país que tiene que solucionar lo más rápidamente posible problemas obviados durante decenios en el campo de la economía, ecología, salud pública, construcción de obras o educación pública, se discuta durante semanas enteras, tanto en la prensa como en el Parlamento, sobre el nombre del Estado o sobre su nuevo escudo. Por otro lado, muchos intelectuales han sabido aplicar en sus nuevas funciones lo que era tan característico y estimulante en sus actividades pasadas: la originalidad creadora, la perseverancia y, ante todo, la fidelidad a los principios superiores.

El que un número tan alto de intelectuales participen en la administración del país considero que es un punto de salida, necesario mas a la vez pasajero, del estado de miseria. En breve nos daremos cuenta de cuáles de ellos sabe cumplir con su nueva posición. No dudo de que en el próximo futuro surjan, sobre todo entre los jóvenes, nuevos especialistas cualificados, profesionales dispuestos a sustituir a los que a menudo han cargado sobre sus espaldas el ingrato deber de participar en la gestión de los asuntos públicos sólo por la tentación de la responsabilidad. Estoy seguro de que la mayoría de los intelectuales volverán luego a su anterior actitud independiente, y sólo el tiempo podrá evaluar imparcialmente los impulsos aportados por su actuación en un papel que no les caracteriza.

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