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Reportaje:

Contrabando, el río que anega Europa del Este

Las fronteras impermeables durante décadas son hoy escenario de delincuencia y violencia

"No tiene usted agallas para quitarme el pasaporte. Se va usted a enterar. Me quiere quitar el pan de mis hijos". El fornido gitano, acusado de querer saltarse la cola, se lanzó sobre el oficial de la guardia fronteriza rumana y sólo gracias a la intervención de los compañeros del agredido el incidente se saldó con el forcejeo y algún golpe. Los policías renunciaron a denunciar al agresor, "con tal de perderlo de vista", dijo uno de los agentes. Ellos llevaban para entonces seis horas de servicio. El desquiciado padre de familia había pasado en el puesto fronterizo más de 24.

Sucedió la pasada semana en Giurgiu, ciudad fronteriza en el sur de Rumania. A menos de 1.500 metros, en la otra margen del Danubio, ciudad de Russe, Bulgaria, los policías fronterizos, con aspecto de total agotamiento, se enfrentan diariamente a "centenares de incidentes" con rumanos y rusos que intentan sacar artículos no exportables, subvencionados y escasos. Los gritos son constantes, los golpes frecuentes; a veces surgen las navajas. El cruce de la frontera ya no se mide en horas, sino en días.Las fronteras entre los países otrora aliados del este de Europa que fueron permeables sólo para funcionarios, transportistas, dirigentes, invitados oficiales y turistas en grupo, controlados y dirigidos, están ya bloqueadas por una avalancha del llamado turismo comercial que desborda totalmente las posibilidades de control de los puestos fronterizos.

La comunidad del mercado negro se está imponiendo en todo el este europeo, agravando aún más la situación del suministro legal de bienes a la población, encareciendo los productos y favoreciendo la creación de bandas criminales y la delincuencia familiar sistemática.

Los coches con matrícula soviética, polaca y rumana son casi desmantelados, no en busca de drogas o armas, sino de plátanos, muñecos, transistores o juegos de café. El inmenso atasco en que se convierte el puente sobre el Danubio entre Russe y Giurgiu, en la ruta Sur-Norte que lleva desde Sofía a Bucarest, llamada en el medioevo la ruta del mal, hace caer en la desesperación a centenares de miles de ciudadanos del Este muy acostumbrados a colas y largas esperas.

Pero el puente de Russe a Giurgiu es sólo un ejemplo de cómo la concesión de libertad de viaje en condiciones de miseria ha provocado un caos sin precedentes en las fronteras entre los países del Este, antes autodenominados hermanos. Los polacos fueron pioneros en utilizar la libertad de viajar y los trucos de los mercados negros en los países de la región para obtener unos ingresos modestos pero impensables en un trabajo regular.

Les siguieron búlgaros, rumanos y rusos. Estos últimos son ya por lógica matemática los más numerosos. En la frontera de Moravica, en la carretera de Timisoara a Belgrado, es frecuente encontrar en estas últimas semanas colas de más de 15 kilómetros para cruzar a Belgrado.

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Grupos de rusos hacen hogueras para combatir el frío o cocinan con hornillos en su larga espera. Mujeres y niños hacen sus necesidades en las cunetas, y los hombres, frecuentemente calentados por el alcohol en las horas de caravana paralizada, protagonizan escenas que parece imposible que aún no hayan causado víctimas.

En tres filas en la estrecha carretera flanqueada por cerezos, miles de personas esperan burlar a unos guardias fronterizos, rumanos primero y yugoslavos después. Porque sin temor de equivocarse puede decirse que el 98% de los turistas que cruzan desde la ciudad de Kishinov en la Moldavia soviética hacia lasi y Birlad, se limitan a cruzar Rumania y Bulgaria hacia Yugoslavia. Con cuatro misérrimos artículos soviéticos y unos cuantos dólares arañados entre amigos en ciudades tan lejanas como Vilna, Moscú o Dnepropetrovsk, se echan a la carretera para después de una semana en las diversas fronteras poder comprar en Yugoslavia algún producto occidental o en Bulgaria y Rumania algún que otro artículo como zapatos para niño, jerséis o pantalones vaqueros que vender en sus ciudades de origen.

En Serbia han surgido bandas de soviéticos que roban automóviles Lada a sus propietarios yugoslavos y se los llevan a la URSS con las placas traídas previamente. Con estos movimientos de migración comercial crece la xenofobia en la zona.

Los desheredados del Este, que ven como único bien que les ha traído a la mayoría el cambio revolucionario esta libertad de movimiento, se lanzan a la búsqueda de unas mínimas ventajas materiales allende sus fronteras.

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