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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Excesos y faltas

Algo ocurre en el cine de consumo contemporáneo a lo que conviene prestar atención: el empleo de recursos narrativos y de estructuras formales que poco deben a la tradición narrativa del cine de Estados Unidos, y sí a las investigaciones formales que, en la Europa de los sesenta, llevarían a los realizadores de los nuevos cines a convulsionar el lenguaje cinematográfico clásico. A la ruptura de la linealidad en el desarrollo de la trama, ya hecha polvo -aunque con resultados para él poco agradecidos- por Orson Welles en su Ciudadano Kane, los jóvenes cineastas europeos herederos de dispersas tradiciones añadieron la voluntaria confusión temporal en el desarrollo de la acción, que creó el desconcierto cuando Alain Resnais la empleó en El año pasado en Marienbad y cuando continuó por parecida senda en películas posteriores -Je t'aime, je t'aime sería el mejor ejemplo-.Casi 30 años después, el cine norteamericano nos está devolviendo aquellas investigaciones convertidas en moneda corriente. Y si en Regreso al futuro o en Desafío total el tema de la memoria o de la ruptura espaciotemporal es el verdadero motor de la acción, ahora La escalera de Jacob riza todavía más el rizo para hacer de la destrucción de cualquier asidero lógico -¿estamos ante un sueno. ¿un sueno dentro de otro? ¿o simplemente nada de eso?- su verdadero sentido. Habrá que creer que si dos productores como Kassar y Vajda, nada menos que los padres de Rambo, apuestan por un guión que plantea situaciones así será porque confían en que el público será en todo momento capaz de interpretar los cambios -de ritmo, de tiempo, de espacio- que el filme les propone: probablemente el vídeo clip haya preparado ya a las audiencias para aceptar osadías semejantes.

La escalera de Jacob (Jacob's ladder)

Dirección: Adrian Lyne. Guión: Bruce Joel Rubin. Fotografia: Jeffrey Kimball. Música: Maurice Jarre. Producción: Mario Kassar y Andrew Vajda para Carolco, EE UU, 1990. Intérpretes: Tim Robbins, Elizabeth Peña, Danny Aiello, Matt Craven.Estreno en Madrid: salas Bilbao, Veláquez, La Vaguada, Ideal, Multicines Pozuelo, Callao.

La escalera de Jacob guarda una plausible semejanza con un relato de Julio Cortázar, La noche boca arriba, aquel en el cual un motorista sufre un accidente y, en su convalecencia, sueña que es un indio tolteca perseguido por los aztecas para hacerlo prisionero y sacrificarlo ritualmente, mientras al final resultar que la ficción trata de un tolteca que, en el momento anterior de ser ejecutado, sufre una pesadilla futurista en la cual viaja vertiginosamente por una rara ciudad con un extraño artefacto metálico apretado entre sus rodillas.

Peripecias

El filme narra la peripecia de un individuo que sufre alteraciones sensoriales que le producen horripilantes visiones. Es un veterano de Vietnam, y el recuerdo de una masacre le persigue intermitentemente. Su desarrollo integra claramente dos segmentos: en el primero se juega abiertamente a proponer una intriga fantástica, y es lo más interesante de lejos al filme, mientras el segundo pretende reconducir a esos monstruos hacia una explicación plausible, para dejar paso a un final sorprendente. En su desarrollo, el filme choca contra la dura realidad: el oficio de principal hacedor. Un filme con actores poco conocidos, con una trama interesante y con una estructura como la ya comentada se pone en manos de Adrian Lyne -Flashdance, Nueve semanas y media, Atracción fatal-, de profesión sus excesos, cuyo trabajo desmerece siempre las posibilidades de un guión que, en otras manos, podría incluso resultar grato. A él, y sólo a él, cabe reprocharle una puesta en escena plagada de efectismos baratos: sólo él es el responsable de que, a la postre, La escalera de Jacob se parezca más a Rambo que a El año pasado en Marienbad.

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