Una estrella improbable
"Nunca me gustó que mandaran en mí, y en el cine el que manda es el director", declaró Concha Piquer en enero de 1984, y tal vez esté en esta frase la explicación última a una relación tan breve como tempestuosa y fallida entre la mayor estrella de la tonadilla en la posguerra y un medio que, como el cine, tanto hizo para encumbrar a tantas v tantas colegas suyas.Concha Piquer había cantado como profesional en el Apolo de Valencia con menos de ocho años. A comienzos de los 20, todavía adolescente, se embarca con el maestro Penella rumbo a Nueva York, donde permanece por espacio de cinco años, y donde habría de prestarse, hacia 1926, para realizar pruebas sonoras en el recién estrenado sistema Phono-film, que el ingeniero Lee de Forest perfeccionaba desde varíos años antes.
De regreso a España, debutó en el cine comercial con dos películas de Benito Perojo: El negro que tenía el alma blanca (1927) y La bodega (1929), ambas perdidas en la actualidad, a las que siguieron, ya en la etapa sonora Yo canto para tí (1934), de Fernando Roldán, La Dolores (1940), de Florián Rey, Filigrana (1949), de Luis Marquina, y Me casé con una estrella (1951), de Luis César Amadori. Sólo seis películas en 25 años. Un bagaje muy pobre pero Concha Pique no toleró nunca que nadie la mandase.
Con Perojo, Roldán y Marquina -protagonizó un sonoro plante durante el rodaje de Filigrana porque la productora se retrasó en sus pagos-, litigó abiertamente, acostumbrada corno estaba a que en todas partes se la celebrase como gran dama de la canción.
Babelia
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