El 'Réquiem' recobrado

El nuevo programa del ciclo dedicado a autores españoles nos trajo el miércoles una página importante de un compositor no menos importante: el Réquiem de Antonio Torrandell (Inca, 1881-1963). La Sociedad Coral de Bilbao, que Gorka Sierra mantiene en uno de sus mejores momentos, la Orquesta Nacional, la soprano Ana Higueras, la mezzo Mabel Perelstein, el tenor Manuel Cid, el barítono José Antonio Carril y la organista Presentación Ríos lograron transmitir bajo la guía de Luis Remartínez, titular de la Orquesta de Baleares, muchas de las emociones que encierra la espléndida partitura del compositor mallorquín.Antes, Ana Higueras expresó con propiedad las concisas y sensitivas ariette, de Miguel Ángel Coria (Madrid, 1937) sobre tres de sus poetas favoritos: Lorca, Baudelaire y Pavese y, a modo de entrada, escuchamos una discreta exposición de la Sinfonía en re mayor del vienés, con orígenes españoles, Carlos Ordóñez (1734-1785) en versión revisada por Ángel Oliver. Se trata de una muestra entre tantas del clasicismo vienés que, a la postre, representan sus puntos culminantes, Haydn y Mozart.

Con el Réquiem recobrábamos, en sus más altos pentagramas, la figura atractiva, inteligente, universal y aislada; humilde, desatendida y fervorosa de Antonio Torrandell, una voz, como escribiera Joan María Thomas "que flotó en el silencio, cual recoleto ermitaño, entre olivos y cipreses". Formado en Mallorca con su padre, Balaguer y Torres, y en Madrid con Tragó y Fontanilla, Torrandell hace en 1905 el viaje a París y allí trabaja con Ricardo Viñes y Charles Tournemire, heredero de César Frank incluso en el puesto de organista en Santa Clotilde. Muy pronto, Tournemire dijo a su discípulo estas alentadoras palabras: "Tiene usted alas, vuele". Y el músico de Inca realizó con curva serena ese vuelo, ajeno a la autopromoción, y sin querer escuchar los cantos de sirena del impresionismo que llenaban entonces los aires de Francia.

Sensibilidad

Principio y razón de toda la música de Torrandell es la peculiar característica de su sensibilidad, capaz de practicar un riguroso contrapunto y una armonía cromática acentuada por los colores instrumentales, a través de una testura transparente y de clara acuñación francesa. Entre París y Mallorca, entre la meditación y mil dificultades, entre la soledad ensimismada y la compañía de unos pocos -Manuel de Falla y Thomas, entre ellos- Torrandell creó, sin prisa y sin otras pausas que las impuestas por las circunstancias históricas o personales, una obra plena de belleza, situada al margen de las modas huidizas: el que acabamos de escuchar en su expresión madura del Réquiem, pensando y dirigido a la intimidad del ser, sustanciado en sus sentimientos, ideas y creencias. Nunca hay grito, ni apenas voz en alto en esta música tierna, sabia y entrañable que especialmente a partir del recordare nos trae los ecos renovados de Fauré y se avecina a la polifonía de Poulanc a través de un esbelto y doble juego polifónico en el que coro y orquesta se entrelazan hasta culminar en las única estrofas brillantes y potentes de la obra: las de In Paradisum.