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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pintarse la cara

DE VEZ en cuando, unos cuantos militares argentinos deciden pintarse la cara y salir a la calle para dar un nuevo golpe de Estado. Es la señal de que ha empezado un nuevo acto de la interminable opereta de las reivindicaciones de las Fuerzas Armadas ofendidas.Ayer, una vez más, un reducido grupo de soldados con uniforme de campaña y maquillaje de guerra tomó el edificio Libertador (sede de la Jefatura del Ejército argentino), el Regimiento 1 de Palermo y la Fábrica del Tanque Argentino Mediano. El presidente de la República, Carlos Menem, decretó el estado de sitio; el jefe del Ejército estableció su puesto de mando en las inmediaciones de] principal edificio tomado por los sublevados; las autoridades recomendaron a la ciudadanía que no se lo tomara en serio, y a las pocas horas la sublevación fue sofocada. Detrás de la rebeldía se escondía, como es habitual, la mano del conocido coronel golpista Mohamed Alí Seineldín. Lo de costumbre.

Lo que hace de estas insubordinaciones algo totalmente ridículo es su carácter explícita, manifiestamente gremial, ya sin tan siquiera aquella retórica patriótica que otras veces fue la coartada. Algunos oficiales quieren ser indultados por sus actos durante la guerra sucia contra el terrorismo (e incluso ser condecorados por ello), otros están en desacuerdo con la cúpula militar, otros más se encuentran insatisfechos con la política de ascensos o de provisión de destinos o de salarlos. Y para llamar la atención sobre tan abigarrado revoltillo de causas, a ese sector de la milicia educado en el intervencionismo permanente no se le ocurre otra cosa que dar un golpe de Estado. Con riesgo, pues se trata de hombres armados, para las personas y las instituciones: lo ridículo no excluye necesariamente lo dramático.

En esta oportunidad, el movimiento de rebeldía ha tenido lugar dos días antes de la visita a Buenos Aires del presidente Bush. Ni por un momento la delegación de Estados Unidos ha pensado en renunciar al viaje, lo que subraya la escasa credibilidad que a la payasada se le da en el exterior. Pero lo terrible es que el Gobierno y la sociedad argentina deberán de nuevo dedicar a solventar el caso las energías que necesitan para enderezar una situación económica y social extremadamente delicada.

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Los problemas que padece Argentina son mucho más profundos que los del cacareo de unos cuantos oficiales rebeldes. Tienen más que ver con el lastre social tremendo de la política de indultos por crímenes durante la dictadura, rechazada con creciente decisión por amplios sectores de la población; con la imposible situación en que los sindicatos quieren colocar al Gobierno de Menem por oponerse a su política de privatizaciones y de reforma del Estado; con la poca firmeza en la conducción de tal política; con el incremento espectacular del paro; con la inmoralidad en la gestión de la cosa pública. Nada de ello tiene ya nada que ver con las quejas caprichosas de parte de un Ejército que .debería volver definitivamente a los cuarteles y no salir de ellos en una buena temporada. Otra cosa constituye una permanente injuria a los argentinos.

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