Crisis del empleo
COMO ERA previsible, la desaceleración de la economía española ha empezado a poner de manifiesto su menor capacidad de generación de empleo. Los datos de la encuesta de población activa (EPA) correspondiente al tercer trimestre del año son consistentes con otros indicadores que han evidenciado la moderacion en el crecimiento de la economía desde el pasado verano, con anterioridad al estallido de la crisis del golfo Pérsico.La creación entre julio y septiembre de 100.400 empleos y el aumento en la población activa en 53.900 personas (hasta 15.048.600) han determinado una reducción del desempleo en 46.500 personas (hasta 2.391.700), situando la correspondiente tasa de paro en el 15,9% (16,3% al término del segundo trimestre), su nivel más bajo de los últimos ocho años. El contraste de esas cifras con las de periodos anteriores pone de manifiesto, sin embargo, un significativo descenso en la generación de empleo y en la reducción del paro. En el conjunto de los últimos 12 meses, los puestos de trabajo creados apenas han alcanzado el 40% del periodo equivalente de 1989; la reducción del desempleo en 76.700 personas también es muy inferior en estos últimos 12 meses si se comparan con los 381.700 de igual periodo en 1989.
El sector industrial es el que refleja más claramente la vulnerabilidad del empleo y los ya apreciables descensos en el ritmo de crecimiento de la demanda interna, y muy especialmente de las de inversión. La moderación en el ritmo de crecimiento del empleo en la industria, y la caída en el índice de producción industrial (IPI) en septiembre, pueden ser efectivamente anticipadores del comportamiento en el resto de los sectores.
La especial sensibilidad de! factor trabajo al enfriamiento de la economía, o a las meras expectativas de que dicho enfriamiento se produzca, se acentúa en el caso de España por la relativamente elevada precarización del empleo generado en los últimos meses. Durante los 90 días de cobertura de la EPA se ha intensificado el proceso de sustitución de empleo fijo por asalariados con contrato temporal, que representaban al finalizar el mes de septiembre el 30,6% de la población asalariada.
Con todo, las nuevas y peores condiciones que la elevación en el precio del petróleo imponen sobre la economía española se reflejarán en mayor medida en los indicadores de los próximos meses. La coexistencia del menor ritmo de crecimiento económico con el mantenimiento, si no ampliación, de las tensiones en precios y el desequilibrio exterior, incidirán negativamente no sólo sobre el nivel general de empleo. Muy probablemente, también, acentuará la segmentación existente en el mercado de trabajo.
La experiencia hace ser escéptico sobre la eficacia de las políticas presuntamente específicas contra el paro, tanto como sobre las mecanicistas relaciones de causalidad entre variaciones de los precios y del empleo. Lamentablemente nuestro país, y a pesar de las reducciones en los últimos años en las tasas de desempleo e inflación, sigue figurando a la cabeza de los países más industrial izados en lo que algunas publicaciones internacionales han denominado "índice de miseria", que no es sino la combinación de los dos desequilibrios.
La insuficiencia de las actuales políticas macroeconómicas para reducir las amenazas implícitas en esa asociación del paro y la inflación, obliga a esfuerzos concretos de todos los agentes económicos a la hora de convenir las pautas básicas de sus comportamientos a corto plazo. El horizonte del mercado únieo europeo justificaba sobradamente la negociación entre dichos agentes económicos para afrontar los retos del nuevo entorno competitivo desde meses antes de la crisis del Golfo. La tendencia observada en la generalidad de los indicadores, y los costes adicionales impuestos por ese nuevo contexto, acentúan aún más la necesidad de un acuerdo de ese tipo, no necesariamente limitado a las estrictas especificaciones de una política de rentas.
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