La identidad de las cigüeñas
Madrid capital no tiene cigüeñas. Además, Madrid no es una ciudad, que es una villa. La única ciudad de la comunidad es Alcalá de Henares, lo que pasa es que en Madrid no se enteran. Alcalá tiene, incluso, un obispo y un gobernador militar. Y además es una ciudad con cigüeñas. Como Salamanca, Alcalá es la ciudad de las cigüeñas. Hay pueblos que se enorgullecen de tener castillos, asentamientos, piedras, e incluso canciones. Alcalá de Henares se enorgullece de lo más volátil y de lo que aparentemente resulta más ajeno: las cigüeñas. Son 52 las habituales y están a punto de llegar, aunque últimamente han hecho añicos el refrán que afirma que "por san Blas la cigüena verás" y ahora vienen en torno al 23 de diciembre, pero no siempre ese mismo día con el que antes tenían una cita fija. Tienen costumbres muy particulares y o hacen siempre lo que se espera de ellas.Ha crecido en Alcalá la población de cigüeñas en un 50%, algo menos que la propia población alcalaína, que ha triplicado en los últimos 40 años los 50.000 habitantes que tenía en la posguerra.
Cuando Manuel Azaña aún no era presidente de la República, pero ya se ocupaba del Ministerio de la Guerra republicano, el más ilustre de los alcalaínos contemporáneos tenía la costumbre de desaparecer por las tardes: oteaba el horizonte, veía a lo lejos los 25 campanarios de Alcalá, se entregaba a la melancolía y se acercaba en un coche negro a pasear por esta ciudad de frailes en la que aún están en pleno funcionamiento nueve conventos de clausura. ¿Cómo iba a ser indiferente a las iglesias teniendo tantas al lado? En Alcalá se indignan mucho cuando se le atribuye a Azaña descuido a la hora de defender los conventos en un periodo negro de la historia de España y ya están hartos de que no se haya limado la falacia.
No son tan volátiles las cigüeñas. Dejan en Alcalá de Henares herencias muy pesadas: los nidos llegan a tener hasta media tonelada, y crecen aún más, y los alcalaínos los cuidan con el mimo con que se trata a un emblema: han puesto en circulación una ordenanza municipal por las que establecen que los nidos serán intocables y que si molestan en los tejados el Ayuntamiento se hace cargo de retejar las tejas que se rompan en el oficio de mejorar el hábitat de las cigüeñas.
Manjares fatídicos
Es una verdadera obsesión. Un joven ornitólogo descubrió hace algún tiempo que habían muerto dos cigüeñas: las abrió, para analizarlas, y vio que habían comido trozos de goma que en su interior tenían el aspecto de la piel de las serpientes. Habían comido en el vertedero de una fábrica y aquellos manjares fueron fatídicos. Sellaron el vertedero, advirtieron a la fábrica y tomaron la decisión municipal de hacer un comedero para las cigüeñas. Ranas, culebrillas y carne, porque son muy aficionadas a la carne, es el menú que se les tiene preparado para cuando vienen. Un joven de Alcalá describe como un poeta la sensación que se tiene cuando se las ve comer: "Es un espectáculo verles volar muy bajo al salir el sol y difuminarse con la neblina, a un metro o dos del suelo".
Estuvieron siempre aquí. Cuentan los alcalaínos que hace dos años encontraron en la vieja ciudad los restos de una villa romana en la que se advirtieron huesos de cigüeña. Desde que fue romana fue importante Alcalá, lo que pasa es que en el siglo XVIII se produjo su decadencia, que fue la decadencia de España. Lo dicen así, con la misma solemnidad con que hablan de la identidad de las cigüeñas, "las aves más generosas, y nobles", como dejó escrito el padre fray Andrés Ferrer de Valdecebro, "calificador de la Suprema Inquisición, del Orden de Predicadores" en su libro Propiedades de la cigüeña que ha vuelto a editar el Ayuntamiento de Alcalá.
Desde el asfalto de Madrid ya no se ven los campanarios de Alcalá. La ciudad complutense es desde este lugar desde el que la adivinaba Azaña una llanura en la lejanía tapiada por el cemento irregular y urbano de una capital que ignora lo que le queda al lado. No se ve desde lejos, pero los alcalaínos juran tomar venganza. "Ya no somos el dormitorio: ahora es Madrid el dormitorio de Alcalá, y van a tener que venir. La venganza se acerca". Ahora mismo los fríos del norte están empujando hacia su río lleno de farallones a las 52 cigüeñas habituales. No tienen pérdida, y saben cómo van a ser tratadas. Aparte de la fonda que constituyen los nidos de los 25 campanarios y las torres de las fábricas viejas, Alcalá de Henares les ha preparado comida apropiada y les ha limpiado unas viviendas pesadas y rotundas que son el terror de los párrocos. Pero los curas han de aguantar el peso de las cigüeñas sobre los tejados de sus iglesias, porque para los alcalaínos el respeto por los campanarios guarda una solemnidad similar al respeto legendario que los conciudadanos de Azaña mantienen por la identidad de las cigüeñas.
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