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LA CUMBRE DE PARÍS

El Acta de París proclama la democracia como único sistema de gobierno legítimo en Europa

Aunque toda la humanidad lo afirmara desde hace más de un año, el presidente norteamericano, George Bush, nunca había pronunciado en público la solemne frase con que ayer acompañó la firma de la Carta de París para una Nueva Europa: "La guerra fría ha terminado". Ese documento, que establece el nacimiento de un nuevo orden en el Viejo Continente basado en la democracia (a la que se considera única forma de gobierno legítima), el diálogo y la renuncia al uso de la fuerza, lleva las firmas de Bush, de Mijaíl Gorbachov, de Helmut Kohl, de Margaret Thatcher, de François Mitterrand, de Felipe González y del resto de los 34 jefes de Estado y de Gobierno.

"No veo ninguna objeción para firmar", bromeó Mitterrand dando un vistazo al texto de la Carta de París, antes de sacar su pluma estilográfica. El presidente francés tenía delante una veintena de páginas en las que todos los países de Europa (excepto Albania), más Canadá y EE UU proclaman el final de la "era de la confrontación y la división" en el Viejo Continente y el nacimiento de otra basada en la democracia y la paz".En la avenida Kleber, muy cerca del Arco del Triunfo, había terminado la cumbre parisiense sobre la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), la segunda de este organismo desde la celebrada en Helsinki en 1975. Los participantes se disponían a tomar los aviones que debían sacarles de París cuando Mitterrand propuso un último brindis. "Vamos a tomar un refrigerio. Pasemos, si no tienen inconveniente, a la Sala Roja", dijo.

Entonces, Bush, Havel, Kohl, González, todos los presentes, miraron a Gorbachov, quien escuchó la palabra roja y sonrió. Divertido, Mitterrand precisó: "Se trata de una causalidad. Creánme. En este centro de conferencias hay una Sala Roja, otra Azul y una tercera Blanca, los colores de la bandera republicana francesa".

La noche anterior, el republicano Mitterrand había ofrecido a sus invitados en el palacio de Versalles una velada digna de los fastos del Rey Sol: un espectáculo de ballet seguido de una cena exquisita. El marco de esta última también tenía ecos guerreros: los embajadores, jefes de gabinete y periodistas se sentaban en la Galería de las Batallas, con inmensos cuadros conmemorativos de las victorias militares francesas; los jefes de Estado y de Gobierno estaban en la contigua Galería de los Espejos, donde se firmó el Tratado de Versalles que consagró la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial.

Pero como había dicho Mitterrand en la sesión inaugural de la CSCE, esta vez los europeos no establecían un nuevo orden continental basado en "la victoria de un país o una alianza de países sobre otros". O al menos no en una victoria militar.

Salto cualitativo

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En una conferencia de prensa en la Embajada española en París celebrada tras la clausura de la cumbre, Felipe González no ocultó que la Carta de París es "el resultado del triunfo de la Europa democrática, la que respeta la libertades". El Acta de Helsinki, el resultado de la primera cumbre de la CSCE, "hizo posible una cierta coexistencia pacífica en Europa de dos siste mas diferentes", recordó González. La Carta de París, añadió, es "todo un salto cualitativo; significa que toda Europa se adhiere a unos mismos valores".

González señaló ayer algunos de los riesgos que planean sobre el nuevo orden europeo y que la cumbre parisiense, menos triunfalista de lo que se hubiera imaginado a comienzos de este año, ha sacado a la luz pública. Uno de ellos, según el presidente del Gobíerno español, es el constituido por los "flujos migratorios desde el Este hacia el Oeste", previsibles por "los diez años económicamente durísimos" que esperan a los países del antiguo bloque comunista.

Otro riesgo evocado por González es el "creciente foso" entre los países ricos del Norte y los países subdesarrollados del Sur. Una situación preocupante que, el pasado lunes, también había sido subrayada por Mitterrand y el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellar.

La posiblidad de que el resurgimiento de los nacionalimos conduzca a la "balcanización" y hasta a la "libanización" de la URSS y algunos de sus antiguos aliados, citada por Gorbachov en su discurso ante la CSCE también provoca pesadillas a europeos y norteamericanos.

La persistencia de situaciones consideradas "anacrónicas" por sus víctimas, como la partición de Chipre o el carácter colonial de Gibraltar, también ha sido denunciada en la cumbre de la CSCE en París.

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