Gladiadores
EXISTE UNA perversa creencia, lamentablemente bastante común, de que hay zonas y fuerzas oscuras en toda sociedad democrática que son peligrosas para la supervivencia misma del sistema y contra las que no se puede combatir con los resortes democráticos de que dispone un Estado de derecho, sencillamente porque éstos no son suficientes. Es preciso, se asegura, aplicarles remedios prácticos y contundentes, naturalmente no siempre legales, pero sí eficaces. Y si el olor molesta, basta con taparse la nariz; todo sea por una buena causa.Muchos países democráticos parecen ceder a la tentación de utilizar las cloacas de forma expeditiva. Lo malo de ello es que, al final, los fontaneros manchan a todos, campan por sus respetos y además desarrollan sus actividades utilizando el dinero público sin control. Es decir, los que surgen como supuestos defensores se convierten en peligrosos enemigos de la democracia. Y antes de que nadie pueda impedirlo, estas pequeñas áreas de criminalidad tolerada proyectan sus actividades generales al servicio coyuntural de los Gobiernos para, con su anuencia tácita o explícita, ejercitar la protección del Estado contra cualquier enemigo real, imaginado o conveniente.
Tal ha sido el caso de la oficina francesa de Informaciones Generales, un selecto grupo de agentes creado para defender a la patria, que hace poco, han acabado secuestrando, torturando y asesinando a un pastor protestante por el mero hecho de que era homosexual. Pero lo grave de que exista un servicio así no reside sólo en la delincuencia de sus miembros, sino en la complicidad de los sucesivos Gobiernos, que encuentran cómodo disponer de la información obtenida o del método sumario utilizado, y por ello escamotean los crímenes del conocimiento público.
Tal ha sido el caso célebre de la organización Gladio, una red de agentes guerrilleros entrenados y pertrechados por la OTAN y la CIA para responder a una doble eventualidad: la toma del poder por los comunistas en los países europeos democráticos o una invasión por el Ejército Rojo. Puesta en pie durante los años cincuenta -en los peores momentos de la guerra fría-, respondía a la desconfianza en la fortaleza de la democracia europea y a la paranoia del Gobierno de Washington frente a los enemigos del Este.
Tan secreta organización, montada con el conocimiento de los respectivos Gobiernos (en Italia, Francia, Holanda, Bélgica, Grecia, e incluso en países neutrales, como Suecia y Suiza), probablemente se justifica con argumentos de utilidad pública en la defensa de la integridad de cada país o de la salvaguarda del sistema democrático. Pero una cosa es el área de actividad reservada del Estado, amparada en una legalidad demostrable, y otra es la degeneración del uso de los medios arbitrados. Mientras en algunos países nuevos Gobiernos basados en una mentalidad menos obsesiva aseguran haber desmontado el sistema Gladio en cuanto llegaron al poder, en otros, como ha sido el caso de Italia, hay indicios sólidos de que la red, que ha seguido funcionando hasta ser descubierta, fue aprovechada por la extrema derecha. Las implicaciones de ello son demasiado graves como para que puedan ser desdeñadas en un país en el que el historial de terrorismo, Mafia, logias masónicas y connivencia de la policía en actividades ilegales ha costado mucha sangre en las últimas décadas.
Y si todos los Gobiernos están de acuerdo en que hace años que Gladio dejó de tener utilidad, no se entiende por qué hace menos de un mes se reunió en el cuartel general de la OTAN su "comité clandestino de coordinación" para estudiar el futuro de la red. No puede tolerarse que instrumentos del Estado queden sustraídos del control parlamentario. La mitificación del pragmatismo tiene necesariamente un límite: aquel que marcan nítidamente las reglas del juego voluntaria y democráticamente aceptadas. Los Gobiernos de la Alianza, incluido el de España, tienen la obligación de pedir a los órganos competentes de la OTAN que expliquen públicamente cuáles han sido las actividades de esta legión de gladiadores y proceder a su desarticulación total.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Estrategia militar
- Ingeniería militar
- Guerra fría
- CIA
- Democracia
- Opinión
- Contactos oficiales
- OTAN
- Comunismo
- Fuerzas armadas
- Servicios inteligencia
- Mafia
- Italia
- Relaciones internacionales
- Seguridad nacional
- Espionaje
- Estados Unidos
- Conflictos políticos
- Partidos políticos
- Delincuencia
- Europa occidental
- Política exterior
- Defensa
- Ideologías
- Fuerzas seguridad