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La CSCE como rescate del Este

La renuncia de la Unión Soviética al imperio conquistado en la Segunda Guerra Mundial, el consiguiente desmoronamiento de los regímenes comunistas en el Este de Europa y la descomposición del sistema político, militar y económico de la propia URSS -los grandes hitos históricos de esta segunda mitad del siglo- se han producido con tal rapidez que cabe el riesgo de interpretarlos como un fenómeno repentino.

La causa de los hechos históricos del Wunderjahr, del año milagroso que fue 1989, está en el fracaso del sistema político y económico del denominado socialismo real. El motor de estos cambios, sin embargo, ha sido un foro multinacional despreciado largo tiempo y maniatado por los intereses de las grandes potencias. Hoy ya nadie discute su éxito.

La Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) nació en 1973 como producto de una primera fase de distensión entre dos bloques aún compactos y enfrentados. Varias veces, sobre todo en Madrid, estuvo a punto de fracasar. Moscú intentó manipularla, Washington quiso bloquearla, muchos países la ignoraron cuando les convino. Pese a todo, el éxito de la CSCE puso un punto final a la bipolaridad que había congelado las relaciones internacionales y abrió en las dictaduras comunistas las fisuras que han llevado a su derrumbamiento.

El lunes en París la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los Estados miembros de la CSCE se celebrará en el marco de una situación internacional inimaginable hace tan sólo un año. El continente europeo tiene la oportunidad de convertirse en un espacio abierto y unido política y económicamente. Es ya, gracias a la CSCE, una comunidad de valores.

Estos valores democráticos, antes llamados occidentales -el pluralismo, la economía del mercado y los derechos humanos son ya principios comunes aunque su grado de desarrollo aún sea muy desigual. La división de Europa, que algunos creyeron ver consagrada en Helsinki, ha desaparecido. Las zonas hegemónicas se han desvanecido.

Las bases para la CSCE se habían sentado en 1970. La República Federal de Alemania firmaba tres acuerdos bilaterales con Moscú, Varsovia y Berlín Este. Éstos acaban con la fase intensa de la guerra fria entre el Este y el Oeste, abierta en 1948 con la implantación de regímenes estalinistas en Europa oriental y el bloqueo de Berlín. Firmados todos por el entonces canciller Willy Brandt, suponían el reconocimiento de las fronteras surgidas en 1945. La derecha alemana llegó por ello acusar de alta traición a Brandt.

Sin embargo, fue la clarividencia del hoy anciano líder socialdemócrata el origen de una política perseverante, continuada después en la CSCE en Helsinki, Madrid y Viena, de forzar el contacto con las dictaduras comunistas y fomentar el contagio de los llamados valores occidentales a las aisladas sociedades del Este. El político de izquierdas Brandt creía en el pronóstico del pensador conservador francés Raymond Aron de que "el reconocimiento por parte de Occidente del status quo en Europa oriental supone el comienzo de su resquebrajamiento". Se cumplió en la CSCE.

La URSS y sus aliados tenían objetivos claros. Eran el reconocimiento de las fronteras emanadas de la Segunda Guerra Mundial y del espacio hegemónico soviético. Además, el acceso a los mercados financiero, comercial y tecnológico occidentales, cuyas ventajas sobre los de la comunidad socialista eran ya entonces muy grandes.

Finalmente, Moscú confería gran importancia al control armamentista que se prometía instrumentalizar para presionar a los países occidentales con su propaganda pacifista.

Occidente reconoció las fronteras pero impuso, paso a paso, primero en el Acta de Helsinki, después en Madrid y en Viena, los criterios occidentales sobre el respeto a los derechos humanos. El poder en el Este los siguió violando pero estaban ya reconocidos como principios comunes. Fue el primer paso hacia su descomposición.

De la cárcel a la cumbre

En todo el Este surgieron grupos de seguimiento de los acuerdos. Fueron reprimidos pero todos han resultado finalmente victoriosos. El más célebre en Occidente fue el checoslovaco Carta 77. Uno de sus fundadores, el escritor Vaclav Havel, estuvo largo tiempo en la cárcel. El lunes estará en París como jefe del Estado.

Fue la información, impulsada por la CSCE, el motor de la efervescencia antitotalítaria en el Este. Pese a la lucha del poder comunista por impedirlo, la difusión de los principios de Helsinki por las ondas impulsó la demanda de derechos humanos. Con 1 CSCE, los europeos orientales dispusieron de mecanismos de presión sobre el poder y percibieron su creciente debilidad.

La CSCE, un proyecto político tan mesurado de forma como ambicioso de fondo, resultó ser una carga de profundidad contra el totalitarismo y la división de Europa. Todos sus miembros se contratulan por ello, y Albania, el único Estado europeo automarginado de la CSCE, ha solicitado su ingreso. En París celebrará este éxito logrado con las solas armas del diálogo y la información.

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