En el aniversario de la matanza de la UCA
El autor rinde un homenaje a los jesuitas asesinados, hace ahora un año, en El Salvador, todos ellos amigos suyos. Para él, la matanza en la Universidad Centroamericana es una herida abierta para todos los salvadoreños, la muerte de los seis sacerdotes sirve de recordatorio de que los miles de muertos salvadoreños no deben ser una cifra estadística, fría y sin rostros.
Un recuerdo:Hace un año, el 16 de noviembre de 1989, recibí una llamada de San Salvador. Era mi hermano gemelo.
-¿Salvador?
-Sí, hola.
-Mataron a todos los padres de la UCA.
-¿Qué?
-Sí, mataron a todos los padres: a Ignacio, a Montes, Amando, Martín Baró, Pardito, Tío Quin; a las empleadas; a todos los que estaban en la casa.
La sangre helada en el cuerpo, la mente en blanco, apabuelado, con angustia indescriptible e inmenso dolor, dije a mi hermano que saliera inmediatamente del país. Me despedí y colgué el auricular.
Desde el primer grado de la escuela primaria hasta el fin de mi carrera universitaria me eduqué con los jesuitas. Después trabajé como profesor y administrador del colegio de los jesuitas en San Salvador; y como instructor, coordinador de la carrera de Filosofia y miembro del Consejo de Redacción de la revista ECA en la Universidad Centroamericana. Así pude conocer muy de cerca a todos los padres asesinados por el Ejército de El Salvador. Todos ellos fueron mis maestros. Todos eran amigos muy queridos, especialmente Ignacio Ellacuría.
... Y una reflexión.
La escena dantesca de este asesinato es una herida abierta. Es la imagen viva de la crueldad y la agresión violenta que ha sufrido todo un pueblo. Nuestros muertos no son estadísticas de guerra. Tienen rostro. Tienen nombre y apellido. Nos duelen en lo más profundo del alma. Y dicho muy francamente, estamos hartos de la intimidación, el terror, la cárcel, la tortura y la muerte que los militares salvadoreños nos han impuesto a lo largo de décadas.
Ha pasado un año ya desde el asesinato de los padres jesuitas. Los responsables siguen impunes. Son los mismos que han torturado y asesinado a decenas de miles de salvadoreños de todos los sectores sociales: obreros y campesinos, estudiantes y maestros, sacerdotes y religiosos, empresarios, periodistas.
Por eso la lucha de todo el pueblo ha sido justa y legítima en El Salvador. Por eso surgió y creció incesantemente la guerrilla del FMLN, hasta convertirse en una poderosa fuerza política y militar que tiene en jaque a todo el aparato de dominación.
Sin recetas
No damos recetas de guerra a otros pueblos. Creemos que debe evitarse la violencia por todos los medios posibles. En nuestro caso no ha quedado otro camino.
Ha sido necesaria una guerra larga para abrir posibilidades a la democracia, la justicia social y la modernización del sistema político. Ahora está abierta la ruta de una solución política al conflicto en El Salvador. Pero el asesinato de los padres jesuitas nos recuerda que no habrá paz hasta que cese la impunidad de los jefes militares y desaparezca para siempre su capacidad de intimidar y aplastar a la sociedad civil.
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