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Akihito al trono del crisantemo

Era las 13.20 de ayer en Tokio, aún no había nacido el día en Europa ni América, cuando Akihito, de 56 años, vestido de corte y con voz solemne, anunciaba ante la mirada de 2.223 dignatarios japoneses y extranjeros que había ascendido al trono del crisantemo, convirtiéndose en el 125º emperador ole Japón y en el jefe de la más antigua dinastía del mundo, desprovista de todo poder real. Dos minutos después, el primer ministro, Toshiki Kaifu, gritaba el famoso: "Termo heika banzai" ("Diez mil años de vida al emperador"), coreado tres veces por los invitados nacionales con los brazos en alto y bajo el silencio de los extranjeros, puestos en pie.

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Cena de gala en el palacio imperial

La entronización fue una ceremonia que duró escasamente 30 minutos, pero la teatralidad con la que se desarrolló evocó los tiempos en que el emperador de Japón era todavía considerado como una divinidad. Akihito y su esposa, la emperatriz Michiko, aparecieron de repente expuestos, en posición erguida, desde dentro de dos gigantescos quioscos octogonales (más pequeño el de ella) a los que habían ascendido por detrás. Sus pesados cortinajes púrpura fueron lentamente descorridos por ayudantes de ceremonias para que todos pudieran observar, a una distancia de unos 70 metros, el acontecimiento histórico que no se repetía desde 1928, cuando fue entronizado el emperador Showa, en vida Hirohito, padre de Akihito, que murió en enero del año pasado.Era la primera vez en la historia que esta ceremonia tenía lugar en Tokio y no en Kyoto, la antigua capital imperial, y que se realizaba conforme a la Constitución de 1947, según la cual el emperador no es jefe de Estado ni un dios viviente, sino el símbolo de la unidad del pueblo japonés. El rostro de la emperatriz, vestida de blanco, era de tal palidez que recordaba a una estatua dispuesta para la veneración.

La entronización se realizó en esas dos estructuras octogonales con simbolismos chinos, recamadas de espejos y aves fénix, y levantadas sobre plataformas de laca negra con dibujos mitológicos. Ambas, construidas hace 75 años para la coronación del emperador Taisho, el abuelo de Akihito, habían sido trasladadas el pasado verano desde Kyoto. Corresponden a modelos de tronos imperiales que datan de hace más de 13 siglos. El del emperador, llamado takamikura, de más de seis metros de altura y ocho toneladas de peso, simboliza la montaña en la que el nieto de Amaterasu Omikami, la diosa del Sol, descendió a la Tierra para, regir los destinos de Japón hace: 2.600 años.

El octógono fue puesto en el centro de la sala de audiencias del palacio, y en el interior fueron colocadas la espada y la joya, los tesoros sagrados, y los sellos del Estado y del emperador. A la izquierda estaba el de la emperatriz.Los invitados

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Reyes, príncipes, presidentes, primeros ministros y representantes de 158 países y de dos organizaciones internacionales llegaron en automóviles o autobuses oficiales, según el rango, hasta la entrada del palacio Imperial y aguardaron la llegada de la procesión imperial en unas tribunas levantadas en la explanada, a cierta distancia del interior de la sala de audiencias. Los reyes Balduino y Fabiola de Bélgica, Gustavo Adolfo y Silvia de Suecia, la reina Margarita de Dinamarca, los príncipes de Gales, el príncipe Felipe de Borbón, el presidente de Alemania, Richard von Weizsaecker; el vicepresidente norteamericano, Dan Quayle; la presidenta de Filipinas, Cory Aquino; el presidente de Brasil, Fernando Collor de Melo; el presidente del Sóviet Supremo de la URSS, Anatoli Lukyanov; el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, y muchos otros, se inclinaron en señal de respeto cuando Akihito apareció a lo lejos, acompañado del gran chambelán y de varios maestros de ceremonias, vestido con un traje de corte color ocre, tocado con un bonete oscuro del que sobresalía una larga gasa negra enlacada, y portando un pequeño bastón de madera en la mano derecha, y se levantaron de nuevo de sus asientos cuando Kaifu lanzó los vítores al tenno.

El primer ministro, vestido de chaqué y no de traje de época y espada, como deseaba la casa imperial, fue el primero en entrar al escenario, seguido de los presidentes de las Cámaras parlamentarias y del presidente del Tribunal Supremo, para situarse a la derecha del trono imperial. Delante de ellos se colocaron los seis miembros varones de la familia de Akihito, encabezados por el príncipe heredero, que iba enfundado en un antiguo atuendo mezcla de color amarillo y rojo. A la izquierda, junto al trono de la emperatriz, se pusieron las siete mujeres de la familia. No estaba presente la anciana emperatriz madre, Nagako, que padece una parálisis.

El discurso

El emperador y la emperatriz por separado, fueron los últimos en entrar. El silencio fue completo. No hubo más música que la de los gongs cuando los ayudantes de ceremonias descorrieron los cortinajes del trono de Akihito y luego el de Michiko. A cierta distancia, Kaifu, tenso y en posición de firmes, escuchó el discurso del tenno, que a pesar de su brevedad había sido revisado nada menos que por 12 ministerios. Akihito pronunció sus palabras de pie, y desde lo alto empequeñecía la Figura del primer ministro: "Observaré la Constitución de Japón y cumpliré con mis deberes como símbolo del Estado y de la unidad del pueblo, deseando siempre el bienestar de todos, con el mismo espíritu que lo hizo mi padre, el emperador Showa", dijo, agregando que confia.ba en que Japón contribuirá a la amistad, la paz y la prosperidad de la humanidad. Kaifu respondió en parecido tono y lanzó el grito de banzai. Veintiuna salvas de cañón fueron disparadas desde un parque cercano poniendo fin a la ceremonia.

Una hora y media después, Akihito y Michiko, vestidos de gala, subieron en un Rolls-Royce descapotable de color negro e iniciaron un breve recorrido de apenas cuatro kilómetros desde el palacio Imperial hasta su residencia en el palacio de Akasaka.

Más de 30 atentados

Las fuertes medidas de seguridad no impidieron que durante toda la jornada de ayer los grupos radicales de extrema izquierda perpetraran más de treinta atentados con explosivos en varias estaciones de metro y ferrocarril, instalaciones militares, templos y edificios del centro, sin que hubiera víctimas ni grandes daños materiales.El camino recorrido por Akihito y Michiko estaba exageradamente custodiado por 10.000 de los 37.000 agentes que el Gobierno ha decidido utilizar para proteger el orden público estos días. Fuentes policiales indicaron que el paso del automóvil imperial fue seguido en la calle por más de 100.000 personas, que para ello tuvieron que sufrir diversos controles.

Grupos opuestos al sistema imperial, incluidas organizaciones estudiantiles, sindicales y religiosas, protagonizaron protestas en Tokio, Osaka, Kioto y Sapporo. Dos concentraciones de manifestantes intentaron sin éxito en la capital iniciar una marcha hacia el palacio Imperial.

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