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EL ASCENSO DE LAS MUESTRAS ARTÍSTICAS

Kilo y medio de catálogo

En 1990, la exposición Velázquez en el Museo del Prado, en Madrid, desbordó las previsiones. Los responsables del Libro Guinnes de los récords quedaron demudados tras comprobar que sólo en dos meses se vendían 250.000 catálogos (en la exposición sobre Tutankamon del Metropolitan de Nueva York fueron 150.000); había gente que preguntaba dónde estaba el segundo tomo, porque le sabía a poco el de kilo y medio: la gente traía bolsas y cargaba con varios catálogos, un regalo que se puso de moda. Precio, 3.500 pesetas. Los organizadores habían previsto una tirada de 15.000 ejemplares.Cuestiones como la de la ampliación del horario de la exposición faltó poco para que se convirtieran en casus belli. Si en los albores de la transición el Paseo del Prado había sido testigo de múltiples manifestaciones políticas, la víspera de la clausura de la exposición Velázquez, por la noche, se produjo una concentración de 200 personas, que protestaban porque, contra lo anunciado por el director del Museo, Alfonso Pérez Sánchez, el edificio no permaneció abierto hasta la madrugada, sino que se cerró al filo de las 9. La presión de los manifestantes consiguió una prórroga de hora y media. La Venus pudo -¡al fin solos!- coloquiar sin testigos con el angelito que le sostiene el espejo.

Acababa así, el 1 de abril, la liturgia multitudinaria que había empezado el 24 de enero. Al arrimo de Velázquez, Madrid, con mucha menos población que Nueva York incluso contando los expedicionarios culturales, había igualado en asistentes a los que en otoño e invierno visitaron el Metropolitan para contemplar las obras del pintor sevillano. En el Prado se había reunido el 80% de la obra velazqueña, pero nadie hubiese podido imaginar que el primer día ya entrarían en el museo casi 4.000 personas.

Lunes importantes

Ni los lunes descansó el Prado. La Familia Real y gavillas de gente importante aprovechaban esos días. San José cayó en lunes, y casi 3.000 españoles no madrileños, confundidos por el lío de si era o no fiesta estatal o autonómica o qué, se presentaron ante el museo y, viendo cómo las bien cerradas puertas se entreabrían a ciertos encumbrados, montaron cirio tan contundente que se les dejó acceder.Ningún día faltaron los vídeos domésticos en las colas. Semanas, meses, años después esos testimonios se proyectarán, a lo largo y ancho del mundo, igual que las imágenes de los niños en la bañera o de cuando estuvimos en las cataratas de Iguazú. Como los marines pegándose por clavar el rejón de muerte en lwo Jima, como el alpinista vasco plantando la ikurriña en la cocorota del Everest, así quien aparezca en un vídeo en la cola de Velázquez, podrá exclamar: "Yo estuve allí, yo entré, yo vi la Venus, y el Aguador, y Los Borrachos". De eso se trataba. Porque de los 79 cuadros entonces asediados, 49 siguen en el Prado. Y el visitante, sin necesidad de dejarse el pellejo en la refriega, tranquilamente, va y los ve.

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