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Tribuna
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La moda de los museos

Enrique Gil Calvo

Tras los militantes y comprometidos años setenta hubo de llegar el desencanto, y así se produjo en los ochenta una retirada hacia el seguro refugio de la privacidad. Ello supuso en lo económico el rearme del capitalismo; en lo político, la desmovilización ciudadana, y en lo cultural, el renacimiento de las tecnologías del yo, representadas por el triunfo absoluto de la novela y la televisión, que se impusieron como suprema expresión del ensimismamiento privado. Pues bien, todo parece indicar que en los noventa el panorama ya está cambiando, como prueba la resurrección de los museos, que no hace mucho hubiera parecido tan sorprendente como la de los dinosaurios.Si los antiguos museos se ganaban a pulso su bien merecida fama de mausoleos del aburrimiento, los actuales, por el contrario, están comenzando a resultar excitantes y provocativos, sin dejarnos permanecer ni un momento indiferentes ante ellos.

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Esto ha supuesto un acercamiento del museo al teatro, es decir, a su consideración como escenario público donde se representa un espectacular acontecimiento festivo: una función expresiva capaz de afectar e impresionar la sensibilidad del público.

Ir al museo ya no es tanto querer aprender o cultivarse como desear participar en un espacio público donde lo que se celebra, en definitiva, es la propia exhibición del público expectante, que se admira de su misma congregación. Por ello, el renacimiento de la afición a los museos debe ser asociado al resto de fenómenos emparentados (la manía del culto a la ópera o el entusiasmo por los fastos deportivos), que parecen probar un decidido regreso al interés por lo público y colectivo (tras el pasado retraimiento privatizador), manifestado por la asistencia expectante a toda ceremonia festiva, escenográfica o espectacular.

En efecto, antaño la gente participaba en los espacios mediante algunos hábitos institucionalizados: ir a la iglesia, pasear o ir al cine. Luego, el vídeo y la televisión, como las más potentes tecnologías del yo, mataron aquellos rituales colectivos. Sin embargo, tras la resaca dejada por la privatizadora embriaguez de la televisión, el hambre y la sed de participar activamente en espacios públicos y colectivos vuelve a acuciar al público de nuevo.

Pero, claro está, ya no se puede regresar a aquellas ceremonias de antaño, pues los cines, las iglesias y los paseos hace tiempo que se cerraron. En consecuencia, han debido abrirse nuevos espacios públicos de encuentro colectivo, cada vez más espectaculares, llamativos y modernos.

'Neobarroco'

Semejante cultura del espectáculo ha sido llamada neobarroco por la casta intelectual italiana, o nuevo tribalismo por el escolasticismo francés, y puede ser también interpretada en el sentido de la revolución silenciosa de Ronald Inglehart, como cambio cultural hacia el predominio de los valores expresivos (basados en la participación pública) sobre los instrumentales (basados en la defensa de intereses). Pero también puede ser una muestra del reencantamiento del mundo, advertido por Gellner tras la culminación definitiva del proceso de secularización.En efecto, los museos son iglesias laicas, templos racionalistas, basílicas seculares y santuarios intelectuales, donde la participación pública en la fiesta colectiva que antaño proporcionaba la asistencia a las funciones religiosas ha sido sustituida por el fervor expectante de asistir a otras funciones más sagradas (por cuanto el arte y la ciencia son la religión de la modernidad), pero menos oscurantistas.

En este sentido, los museos ilustran e iluminan la memoria del pasado en lugar de cegarla y enmudecerla, como hacían las iglesias.

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