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Tribuna:EL 32º CONGRESO DEL PSOE
Tribuna
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El socialismo en una nueva sociedad / 1

Ante el congreso del partido socialista que se inaugura hoy en Madrid, el autor señala que la experiencia de gobierno les ha enseñado que sus políticas "deben lograr el crecimiento económico -no a cualquier precio, sin duda-" para no verse abocados "al reparto de la escasez y de la pobreza".

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Me parece que quienes han planteado como debate central del 32º Congreso del PSOE el de la habitabilidad del partido no han acertado en lo que se esperaba del mismo dentro y fuera de España, aunque todo congreso debe constituir también una reflexión sobre el funcionamiento e implantación del partido.Termina un siglo que se ha caracterizado por la locura de dos totalitarismos expansionistas, el fascismo y el comunismo, así como por la confrontación de dos grandes potencias. Ambos males parecen superados, y las sociedades modernas demandan libertad, bienestar económico, seguridad, calidad de vida y equidad social. Al mismo tiempo florece en ellas el culto a los valores del individualismo insolidario -aquel que se desentiende definitivamente de la suerte de los demás- del consumo que ofrece para una parte de la sociedad la posibilidad de acopio de bienes materiales y de una vida más grata en torno a -ellos. El socialismo no puede defender a estas alturas de la evolución social -algunos no lo hacíamos desde hace mucho tiempo- ni la colectivización de los medios de producción y el rechazo del mercado, ni las nacionalizaciones -salvo en sectores estratégicos-, ni proyectos de emancipación de carácter colectivo que, en virtud de esta condición, no primen el esfuerzo y la valía individual de las personas.

La propia experiencia de gobierno nos ha enseñado que nuestras políticas deben lograr el crecimiento económico -no a cualquier precio, sin duda- para no vernos abocados al reparto de la escasez y de la pobreza, y que las utopías socialistas tienen que contar con la fría realidad de los Presupuestos Generales del Estado.

Los neoconservadores proclaman el fin de la historia y la identificación universal de la democracia con capitalismo y mercado. Sectores de las nuevas generaciones, sometidos a una fuerte competencia en su proyecto vital, pueden tener la tentación del olvido de las cuestiones públicas o colectivas y, en consecuencia, desentenderse de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. La inclinación a vivir la propia vida bajo la máxima de que "cada cual se las arregle como pueda" constituye un riesgo creciente en nuestras sociedades. A su vez, y contradictoriamente, se adopta un concepto cada vez más paternalista del Estado en la extensión de sus responsabilidades a la hora de resolver los problemas de las sociedades modernas.

A pesar de lo que antecede c:reo que, en la perspectiva del túrinino del siglo y ante el fracaso del comunismo, el socialismo tiene la oportunidad de convertirse en el único proyecto político con vocación mayoritaria que garantice libertad, bienestar económico, justicia social, igualdad y solidaridad frente al neocapitalismo, que puede ofrecer libertad y crecimiento, pero no igualdad ni solidaridad, y frente al comunismo fracasado, que suprimió la libertad y no logró ni eficacia econórnica, ni bienestar social, ni igualdad.

Si compartimos los objetivos de libertad y crecimiento con otros, nuestro principal desafío censiste en ganar la batalla en el terreno de los valores que deben regir una sociedad y un mundo de progreso, solidaridad y paz. ¿Estamos ante una confrontación fundamentalmente cultural y le proyectos de civilización que se asientan en valores diferentes? Probablemente, sí, aunque no sólo.

Valores capitalistas

La aceptación del mercado y de la necesidad del crecimiento económico no debe significar en me do alguno el triunfo de los valores capitalistas y del individualisrrio insolidarlo. Los conservadores identifican la aceptación universal del mercado con el trítinfo irrefrenable del capitalismo. Asimismo, en algunos sectores de la izquierda se supone que el socialismo deja de ser anticapitalista en sus valores para convertirse en un mero corrector de los efectos más perversos del capitalismo, transformándose, por consiguiente, en un liberalismo reformador. La duda puede ser razonable, pero debemos despejarla manteniendo el discurso ideológico socialista como un proyecto de civilización culturalmente anticapitalista que se asienta en valores diferentes a los del afán de lucro personal como único motor del desarrollo individual, a la experiencia vital planteada desde la insolidaridad o el exclusivismo, el desinterés y olvido de las desigualdades, el consumismo que todo lo uniformiza o el imperio de la ley del más fuerte en las relaciones sociales. Los valores del socialismo son éticamente superiores a los del capitalismo, porque pretenden el bien de todos, y no de una parte de la sociedad. Una definición del interés general que tenga en cuenta el objetivo de la igualdad en las condiciones de desarrollo de los seres humanos, y los niveles mínimos de protección social que hay que garantizar a cada persona para que pueda ser plenamente soberana en el diseño de su autorrealización, es una meta esencialmente contradictoria con los principios en que se asienta el capitalismo.

Desde esta perspectiva, no podemos dejar simplemente en manos del mercado áreas básicas en la orientación estratégica de la economía, aquellos sectores que son generadores de igualdad, esencialmente la educación, la salud, la protección social ante los accidentes de la vida y la vejez, los mecanismos de redistribución de la renta y la riqueza, la solidaridad interterritorial, la protección del medio ambiente y la calidad de vida, la lucha contra las nuevas marginaciones y la consecución de la igualdad real para la mujer. No es sólo ésta una oferta de economía mixta frente a la economía de mercado, que lo es, sino supone que ante la tesis neoconservadora del Estado mínimo debemos defender una concepción del Estado como factor clave de la integración social y de reducción de desigualdades.

Esta concepción intervencionista del mercado en el sentido de mantener una esfera pública amplia que cumpla los objetivos señalados choca con evidentes problemas en su realización. O logramos la dignificación y la eficacia de lo público o aumentarán las tendencias sociales que reclaman la privatización de determinados servicios, o que valoren cada vez más negativamente el pago de impuestos en relación con los servicios percibidos. Es necesario que logrernos convertir el pago del impuesto sobre la renta en un acto de solidaridad de los que más poseen hacia quienes menos tienen. Para ello es necesario que los objetivos de la solidaridad colectiva sean definidos con claridad por los poderes públicos ante los ciudadanos, y que éstos perciban una reversión indirecta en el buen funcionamiento de los servicios. La reforma y coordinación de las distintas administraciones es una tarea que debemos acometer en los próximos años, así como el ensayo de fórmulas que permitan contrarrestar el gigantismo de los aparatos administrativos por una organización más pequeña, ágil y eficaz, que, en vez de decidir y gestionarlo todo, diseña las políticas, pero en bastantes casos concierta su ejecución con iniciativas privadas, a las que controla en lo que es necesario para asegurar los objetivos fijados. Significa también que debemos municipalizar más el país en el desarrollo de micropolíticas de integración social, en la lucha contra las nuevas marginaciones, en la defensa del medio ambiente y en la mejora de la calidad de vida.

Un tercer aspecto que me parece básico es ganar la batalla al individualismo insolidario. Partiendo de la aceptación del proyecto vital como experiencia inevitablemente individual debemos mantener y acentuar, si cabe, el espíritu emancipador que significa la rebelión contra la desigual condición humana a la hora de afrontar el desarrollo de una vida o la existencia de relaciones de dominación y explotación en nuestra sociedad que originan todo tipo de injusticias. La lucha por la igualdad no pued e ser un valor que se devalúe por la abstracción en su formulación. El comunismo edificó un sistema de seguridad personal al margen de los valores individuales. El socialismo debe construir un sistema en el que la igualdad de oportunidades para todos los españoles sea real, asumiendo que a partir de ella deben primar el esfuerzo y la capacidad de las personas. Por ello, el sistema educativo debe ser pieza esencial del proyecto socialista, y dentro del mismo, el sistema de ayudas a los jóvenes más desfavorecidos socialmente que demuestren su esfuerzo y su valía. A la hora de construir un sistema de igualdad de oportunidades, nos queda un largo camino por recorrer hasta lograr que sea una realidad para la mujer española.

Nueva cultura

El socialismo no puede dejar de hacer frente a un rasgo básico del final de siglo: la mundialización de los problemas. Esta nueva circunstancia exigirá, según palabras de Jacques Attali, "una nueva cultura, una nueva visión política y nuevas instituciones". No podemos seguir ignorando pormás tiempo al Sur. No podernos permitir que las urgencias del Este o del Golfo nos lleven a olvidar por más tiempo que la década de los noventa debe romper la inercia fatal que ha ampliado durante los ochenta el abismo entre el Norte y el Sur. El socialismo democrático debe debatir y proponer un nuevo orden político, económico y ecológico mundial que permita construir un mundo en que prime la solidaridad entre los pueblos, la paz y la defensa de la naturaleza.

El debate sobre la construcción de un nuevo orden mundial, su contenido y cuáles son las nuevas instituciones que deben dirigirlo acabamos de iniciarlo, y no podía ser de otra manera, porque, en un mundo en rápida transición, ningún debate puede ser zanjado con carácter definitivo. Sólo es posible un acuerdo claro sobre lo que parece haber muerto definitivamente.

Estamos ante un nuevo mundo y una nueva sociedad. El 32º Congreso del PSOE, en estas circunstancias, debe formular cuál es el interés general de España para la década de los noventa.

José María Benegas es secretario de organización del PSOE.

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