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Tribuna
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El retablo

Manuel Vicent

Con los restos del retablo barroco el anarquista se había construido un gallinero en la azotea. Durante toda la noche ardieron en la plaza del pueblo las imágenes del templo en una pira que acrecentaba aún más el bochorno de aquel verano de 1936, y dentro del resplandor de las llamas avivadas por las blasfemias se consumieron los santos, el Crucificado y todas las vírgenes, pero el retablo del altar mayor con las hornacinas vacías había quedado en pie hasta que entraron las hachas de los jornaleros. Las columnas salomónicas, el frontón lleno de nubes y ángeles, fueron derribados sobre las gradas del presbiterio, y de ese derribo quisieron hacer leña policromada los gañanes más concienciados para guisar una paella. El anarquista amaba el arte. Entre aquella gente sin ley era el único que sabía apreciar el patrimonio de la Iglesia, y en medio del gran festival revolucionario supo rescatar para sí la mayor parte de las antiguas maderas labradas del templo, que eran de cerezo pulido con pan de oro, y cargándolas en una carreta tirada por su mula Clavellina las llevó a casa para levantar un gallinero que también incluía el ara del altar, la cual le sirvió de banco para apilar los sacos de salvado. De las hornacinas hizo ponederos. Con las cuatro columnas salomónicas rematadas por el frontón de nubes y ángeles armó sobre la acrópolis de la azotea un tinglado a modo de partenón cuyos destellos dorados se veían desde alta mar, y con esa luz cegadora corregían su rumbo los navíos. Conejos y toda clase de aves de corral habitaron el retablo barroco mientras los españoles se mataban como hermanos. Durante tres años de guerra civil el gallo cantó de madrugada en lo alto del capitel anunciando el reino de la anarquía hasta que un tabor de la Legión entró en el pueblo y lo puso en pepitoria. El anarquista también fue ejecutado. El retablo volvió a la iglesia cubierto de excrementos, pero el tallista que lo restauró, como era liberal, labró en el tímpano una orla de huevos de oro en recuerdo. Y así se conserva ahora.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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