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La remodelación, mejor por dentro que por fuera

Al margen de ser uno de los que creen que estas obras de remodelación no tenían ni la urgente-necesidad ni aún menos el carácter prioritario, en lo que se refiere a los presupuestos asignados, que se le ha otorgado -imaginense lo que se podría haber hecho en el capítulo de compras de obras de arte, que es nuestro auténtico gran vacío, con los varios miles de millones de pesetas que se han gastado-, los hechos ya consumados nos hacen al menos respirar con alivio, en la confianza de que se recobrará finalmente el pulso normal, tras la traumática e inexplicable interrupción que padecimos en uno de los escasos sectores donde la política oficial había brillado con luz propia.Puestos, en fin, a analizar lo que hay, mejor que lo que pudiera haber habido, la remodelación, llevada a cabo por los arquitectos Miguez Onzoño y Vázquez de Castro, tiene, a mi entender, dos aspectos bien diferenciados, que coinciden, además, con el exterior y el interior del edificio. Cuando hablo del exterior, creo que inmediatamente se habrá comprendido que me refiero a las polémicas torres adheridas a la fachada, surgidas de la necesidad funcional de facilitar verticalmente el acceso del público, así como de la estética de pronunciar jerárquicamente la entrada en una hasta ahora digamos que enorme pared muerta. Nadie puede negar la existencia de estos problemas, ni tampoco de esos otros que plantea este edificio histórico sólo parcialmente terminado respecto al que fue su diseño original, pero pienso -porque no me gusta la solución adoptada- que podrían haberse meditado más, en el sentido de haber provocado una confrontación amplia entre expertos. Por mucho ' que se aluda al carácter no cruento de la intervención, al estar exentas ambas torres, así como a su relativa interferencia, por ser transparentes, la realidad es que en la agobiada plaza en la que se ubican parecen descomunales prótesis tecnológicas.

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Bella estructura

Los reparos críticos del exterior desaparecen, no obstante, en el interior, pues no sólo se ha respetado muy sabiamente la para mí bellísima estructura de las salas, sino que con todas las labores de infraestructuras realizadas se ha sacado un mejor provecho de las mismas. Estoy alabando, claro, la labor arquitectónica en lo que ésta afecta al aspecto positivamente realzado de las ciertamente hermosas y originales posibilidades del espacio interior, pero me reservo la opinión sobre el diseño político del conjunto y su actual distribución, pues no hace falta ser un lince para otear los gravísimos asuntos que quedan pendientes acerca precisamente de las capacidades del almacén -recuérdense los fondos del antiguo MEAC- y otros servicios que han sido tenidos en cuenta, pero no sé si calculando acertadamente las necesidades de un futuro en absoluto lejano. En cualquier caso, la arquitectura, como casi todo, sólo se aprecia de verdad mediante el uso y de ahora en adelante tendremos oportunidad de comprobarlo.

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