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Crítica:FESTIVAL DE OTOÑO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cohabitación

A lo largo de los últimos 15 años el grupo Teatro de la Danza ha logrado sobrevivir y montar una decena de obras con éxito variable, en base a la cohabitación escénica del texto y la danza. Pero lo que hace Teatro de la Danza tiene, en general, poco que ver con lo que habitualmente se llama teatro-danza o danza-teatro -en que se potencia la expresión teatral de la danza, pero se recurre poco al texto, y cuando se hace, casi nunca se toman las palabras en sentido literal- ni con el teatro que tiende a utilizar al máximo la llamada expresión corporal o expresión del movimiento para reforzar el juego del actor y la expresividad de la escena en su conjunto, como hacía, por ejemplo, Berkoff con Baryshikov en su versión de La metamorfosis de Kafka o José Luis Gómez en algunos de sus montajes. Antonio Llopis y Luis Olmos siempre han pretendido la utilización simultánea de ambos lenguajes, en la nostalgia permanente del teatro total o quizá de una forma no degradada de comedia musical.Género híbrido

Teatro de la Danza

La pasión de Drácula, de Luis Olmos. Coreografía. José M. Bau. Música: Tomás Bohórquez. Escenografía Gabriel Carrascal. Iluminación: J. Gómez Cornejo. Intérpretes: José Bau, Vidiana Doynell, Roberto Álvarez, Amalia Ochandiano, Germán Cabrera, Gemina Gallardo. Dirección artística: Luis Olmos. Madrid, Sala Olimpia, 18 de octubre.

Sin entrar en disquisiciones teóricas, lo cierto es que todo género híbrido es artísticamente discutible y en la práctica, difícil. Olmos Y Llopis tuvieron sus mayores éxitos cuando se apoyaban bien en un texto sólido -Gógol o Chéjov- al que la danza sólo aportaba florituras accesorias, bien en un antecedente logrado. como la Historia de un soldado de Stravinski y Afanasiev. Ahora, Olmos, con José Miguel Bau, ha continuado profundizando en la hibridez sin más apoyaturas que un texto propio -una fantasía sobre el personaje de Drácula-, la coreografía de José Miguel Bau -antiguo animador del grupo Dinamo Danza- y una música original de Tomás Bohórquez, bien interpretada en vivo por un pequeño grupo de ocho instrumentistas. Respecto de algunos montajes anteriores hay una mayor delimitación de los ámbitos propios de cada forma de expresión que clarifica el intento: el baile se reserva para el mundo de la locura, de la muerte y de la bailarina profesional, o para los terrenos intermedios de seducción o embelesamiento; es accesoria en cuanto a la obra dramática, pero se le asigna una función específica.

Drácula bailarín

Hay algún momento brillante -cuando Drácula (José M. Bau) convence al empresa rio teatral Harker (Roberto Álvarez) para que trabaje para él y le hace bailar con él encima de la mesa, o las primeras apariciones del loco Renfield (Germán Cabrera)- Pero a lo lar go de la obra ocurre que la dan za interrumpe el discurso pura mente dramático -por fantástico y delirante que éste sea-, y debilita la fuerza de la intriga, vampirizándola en cierto modo. Además, tanto texto como coreografía están más trabajados en la primera mitad de la obra, que se presenta sin interrupción. Luego el interés dramático decae y la danza se muestra impotente para sostenerlo, por que se le ha asignado ese papel accesorio o porque el grado de elaboración coreográfica -con demasiada facilidad apoyado en movimientos convencionales y académicos- no es suficiente. El público de la Sala Olimpia recibió con calurosos aplausos la presentación.

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