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Entrevista:

"Todas las decadencias se parecen"

La sospecha es legítima cuando se lee la obra: Azúa no está hablando sólo de la Venecia del XVIII, por más que nos cuente cuántas penas de muerte se ejecutaron en la Serenísima en el XVIII (89, frente a las 323 del XVII), el número de troncos que sirvieron para dar cimiento a la iglesia de La Salute (1.156.627) o el número de peluqueros en ejercicio en 1797 (852)."Las decadencias buenas se diferencian de las malas en que las primeras se ríen de sí mismas y las segundas no. Venecia tuvo una buena decadencia, los venecianos se lo pasaron estupendamente. En cambio, la decadencia española o la de EE UU es cada vez más triste".

Azúa anda en busca de constantes que se encuentren en todos los procesos de declive. Son datos que rastrea con Eugenio Trías, cómplice en tan singular safari. "Hemos encontrado varias", asegura, "por ejemplo, no hay decadencia sin automóvil. El historiador Amiano Marcelino, en el siglo IV, constata que los jóvenes cada vez están más preocupados por sus carruajes, que adornan con toda suerte de cachivaches. Y en ese momento empieza a haber serias dificultades para circular por Roma. Junto a este fenómeno se produce también una hipervaloración del deporte. Exactamente igual que ahora".

Enfermos mentales

En busca del paralelismo con la actualidad, Azúa se apoya en una estadística publicada hace algunos días por este diario: "El 80% de los barceloneses manifiesta estar entusiasmado con su ciudad. Por un lado es un dato encantador: debe de ser la única ciudad del mundo, junto con el Vaticano, en que la gente se siente tan solidariamente unida con su ciudad. Por el otro indica hasta qué punto somos enfermos mentales: admitimos todos los horrores que nos destruyen y encima estamos encantados".

Otro dato imperturbable de todos los procesos crepusculares es "mantener entretenido a eso que se llama pueblo y que no es otra cosa que una proyección de las bajas pasiones de los poderosos". Venecia, en el siglo XVIII, contaba con más teatros que París. "Hoy, según leí el otro día, el 55% de los espectadores de Canal Sur son analfabetos y, si no recuerdo mal, en Cataluña es el 36%. En un periodo con nervio moral eso impone que los directores de esas cadenas traten de remediarlo. En un periodo de decadencia, por el contrario, se contratan más programas de Berlusconi".

No hay un tiempo específico de la decadencia. Venecia agonizó, en pleno jolgorio, durante 80 espléndidos años. "A Inglaterra le ha costado incluso menos: en 40 años ha pasado a ser una potencia de tercer orden. No hace falta más que ver la diferencia entre el Londres de hace 20 años y el de ahora. Es un cadáver, al que, como ocurre con todo cadáver, acuden de inmediato seres ajenos al cuerpo: pakistaníes, indios, turcos, árabes... Los autóctonos son incapaces de regir su propio destino. A Venecia le ocurrió lo mismo".

El autor habla en su ensayo de los burdeles venecianos, los tugurios de juego venecianos, los teatros venecianos, las tertulias venecianas en los cafés... y sin embargo, se ahorra cualquier referencia al célebre Carnaval, que en ese momento duraba en la Dominante nada menos que seis meses. "Me pareció demasiado obvio hablar de él. No hacía falta: toda la vida veneciana era una máscara". Napoleón será el encargado de echar la persiana a ese mundo de sombras: "En la devastada senda del huracán", concluye el texto, "quedaba la cómica figura de un escarabajo aplastado casi por inadvertencia: era Venecia, hija de Neptuno, gloria de los hombres del mar".

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