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TIEMPO DE DECEPCIONES

La era del recelo

Los intelectuales y el poder político, Se miran de reojo

Juan Cruz

La idea principal que Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, lanzó a los intelectuales al final del encuentro de Carmona (Sevilla) en homenaje a Besteiro requería "mensajes de esperanza" y, "crítica constructiva" a los que ejercen el pensamiento en España. El poder está perplejo ante el alejamiento de los intelectuales que en un tiempo añoraron un régimen de libertad. Los intelectuales no están tan extrañados. Algunas reacciones lo muestran. Eugenio Trías: "Yo creo que estamos en uno de los periodos de mayor asfixia de la libertad". Félix de Azúa: "La expresión crítica constructiva es en si misma imposible. Bajo ese término, el vicepresidente quiere emplear a unos funcionarios sin ponerlos en plantilla y sin pagar a la Seguridad Social". Ninguno de ellos estuvo en Carmona. Otros que sí estuvieron y algunos de los que nofueron explican en estas páginas dónde chirrían las relaciones entre los intelectuales y el poder político en esta era de mutuo recelo.

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Derribar o construir

El profesor Santos Juliá, historiador del socialismo, resumía en Carmona, en los pasillos de un encuentro que, como es habitual en las reuniones convocadas por la fundación socialista Sistema, se celebró a puerta cerrada, qué lo que tiene obsesionado hoy al poder político no es exactamente el intelectual considerado como filósofo de la política, "sino, el intelectual mediático, el que ocupa lugar en los medios de comunicación". Él mismo tuvo una intervención en Carmona sobre, la escasa originalidad de la contribución teórica de los socialistas españoles de la preguerra al socialismo europeo, "porque estuvieron más preocupados del obre rismo que del concepto del Estado". Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, que clausuró el encuentro, pondría luego a Besteiro y a Fernando de los Ríos en la balanza contraria al juicio del historiador Juliá."Y es que lo qué se está pensando", decía Santos Juliá, "es que cuando se produce una actitud crítica frente al poder, esa crítica no sólo afecta al partido o al Gobierno, sino a la propia democracia, y se interpreta como si deslegitimara a la propia democracia. En el rechazo ideológico del poder se deslegitima a la propia democracia: ésa parece ser la deducción". Según José Félix Tezanos, director de Sistema, que fue el portavoz de Guerra en las reuniones de Carmbna, el vicepresidente del ¡Gobierno se extrañó luego lo harían otros de que los intelectuales españoles siguieran la costumbre vieja de estar contra el poder, como si fuera lo mismo estar contra el fascismo que estar contra la democracia. Pidió Guerra a los intelectuales que la suya fuera una crítica constructiva, llena de mensajes de esperanza. Algunos de los intelectuales españoles a los que ha llegado ese mensaje del socialismo en el poder han reaccionado ante esa voluntad de diversa manera. Félix de Azúa resume su propia opinión: "Me parece que la expresión crítica constructiva es en sí misma imposible. Es un oximorón, y bajo el término crítica constructiva el vicepresidente quiere emplear a unos funcionarios sin ponerlos en plantilla y sin pagar a la Seguridad Social", dice el escritor Félix de Azúa.

Chirridos

Azúa considera normal que chirríen las relaciones de los intelectuales con el poder político: "En realidad, la ruptura o el malentendido viene fundamentalmente por parte de los intelectuales y no por parte del poder. Los intelectuales suelen mirar con enorme desconfianza al poder como si todavía el poder tuviera alguna relación con la moral, pero si tenemos en cuenta que lo actualmente llamado político es pura administración técnica, sin relación alguna con la moral, trabajar para el poder es indiferente a hacerlo como intelectual, como funcionario, como militar, como sacerdote o como empresario. La máquina del Estado en este momento no puede perturbar moral alguna. Simplemente porque es totalitaria". El pensador Eugenio Trías, que tampoco estuvo en Carmona, pero que fue singularizado por Guerra en su cita de intelectuales que piensan en España, cree que las relaciones entre el poder político y los intelectuales chirrían por todas partes. Yo creo que estamos en uno de los periodos de mayor asfixia de la libertad. He definido siempre ,esta época como la gran restauración socialista. El país está pidiendo un nuevo 98, tal como sucedió con la antigua Restautación. Quizá la guerra del Golfo, podría ser una buena ocasión. El socialismo se ha convertido en lo que yo llamo socialismo sociológico, idéntico o peor a lo que en los años sesenta se llamó franquismo sociológico. Creo que es un sistema sostenido por media España enriquecida que no quiere saber nada ni de pensamiento crítico ni de verdadera cultura, que, para mayor inri, goza de la legitimidad que le da la palabra democracia. Creo que la crítica hoy tiene que ser radicalmente destructiva. No hay lugar ya a ningún tipo de pacto ni componenda, y el intelectual que no parta hoy de estas premisas temo que sea arrastrado hoy por el propio horror que este régimen político está suscitando". Fernando Savater, filósofo que, como Azúa y Trías, tampo co estuvo en Carmona, resumía así la situación que se ha produ cido tras el franquismo en Espa ña: "Resulta un mito absurdo que el intelectual siempre tenga que estar contra el poder, enten diendo a éste por el Gobierno; El intelectual no está contra el po der, porque él mismo ejerce un poder". "En otro tiempo", añade Savater, "el intelectual servía al poder del rey y de la Iglesia, pero ahora no necesita hacerlo, por que él mismo tiene sus propios espacios de poder. Es impropio creer que el que habla a favor del Gobierno está vendido al poder, y en cambio no lo está aquel que se gana un espacio en la prensa o en la televisión para atacarlo, porque también está ejerciendo el poder". Contra el recelo, el respeto, dice Savater: "La relación debía ser de respeto mutuo, pero no de temor ni de chantaje. El chantaje se produce por ambas partes, y tanto el poder como sus críticos debían acostumbrarse a vivir en una sociedad conflictiva en la que la dialéctica fuera lo normal". Lo normal es: "Haya mucha bendición y mucha maldición, y todo el mundo quiere estar ungido. "Savater se ha pasado al Gobierno", dicen cuando escribo algo a favor de una decisión de éste, como si cada vez que lo haga me fuera a vivir a La Moncloa. Pero nadie da argumentos. Tampoco cuando pasa lo contrario". El recelo ha dado paso a la paranoia, como dice José Ramón Rekalde, profesor de la Universidad de Deusto y consejero vasco de Educación. Él sí estuvo en Carmona como "militante socialista, enviado por mi partido guipuzcoano". Según él, "la fricción más importante que se produce hoy entre políticos e intelectuales ocurre por el choque de ciertas actitudes subjetivas entre el recelo del político ante las críticas y la perplejidad, a veces disfrazada de seguridad, del intelectual ante la nueva situación". La capacidad de encaje de políticos e intelectuales "escasea por ambas partes", dice Rekalde, y proviene del recelo". José Luis Aranguren, que suele ser tomado como el modelo del intelectual independiente español, cree que esas relaciones recelosas entre el poder político y los intelectuales en España se producen en dos campos: el nacional y el internacional. Aranguren, que no estuvo en Carmona, cree que el poder tiene la tentación de pensar que cuando se ataca su gestión "se critica la democracia, cuando lo que se critica es una gestión insuficiente de la democracia. Yo no hablo por mi herida, que no tengo, porque a lo sumo lo que el Gobierno hace conmigo es hacerse el sordo". Esa actitud hace al poder añorar una figura que Savater describe muy gráficamente: "Asumen la crítica mal. Lo que le gusta al Gobierno, a todos los Gobiernos, son los intelectuales que se comportan como los perritos que se ponen en la parte trasera de los coches y dicen que sí con la cabeza cuando el automóvil se pone en marcha".

Consecuencia

El esquema con el que el poder se enfrenta a lo que ocurre es distinto al que mantiene el intelectual. Es un problema de consecuencia, dice el escritor Francisco Ayala, que fue invitado, pero no acudió a Carmona. "Yo creo que lo que pasa es que los intelectuales son más afectos a los esquemas mentales, y cuando la realidad es tan fluida les resulta difícil repensar las cosas. Durante años, los esquemas mentales estaban contra el poder establecido, que era una dictadura. Eso queda ahí como una fijación. Ahora bien, yo creo que ese estar en contra de por principio es algo tan dogmático como el conformismo; es el conformismo al revés". "Como a todo el mundo", dice Ayala, "al poder, que lo forman los cargos públicos, le revienta la

La era del recelo

crítica; por otro lado, el que está fuera del poder se siente muy honesto, muy ético a poca costa". Javier Muguerza, filósofo que acaba de publicar sus ensayos Desde la perplejidad, tiene estos juicios sobre la actitud que el po der tiene ante el intelectual: "En lugar de pedir a los intelectuales su colaboración, que no sé, a fin de cuentas, si les iba a servir de mucho, no estaría mal que los políticos se habituasen, ya que no a agradecer las críticas, al me nos a encajarlas con buen ánimo. O con mejores modales que en los viejos tiempos".El recelo es natural, dice José María de Areilza, que ha sido diplomático en los dos regímenes recientes, y que es escritor. "El recelo se debe, a mi juicio, a que el político no puede asumir el rigor intelectual y ético que caracterizan al verdadero intelectual, porque su condición de gobernantes que ejercen el poder les obliga a una serie de componendas inevitables en su oficio".

Escribiendo

El novelista Luis Goytisolo, que no es del PSOE, pero sí estuvo en Carmona, cree que puede contribuir a ese compromiso con la sociedad que parece pedirse cuando se solicita del intelectual una actitud constructiva cum pliendo su oficio: "Escribiendo, escribiendo novelas y, ocasional mente, escribiendo artículos. No creo en la figura del intelectual militante". Amelia Valcárcel, profesora de Filosofia Moral y Política de la Universidad de Oviedo, cuya ponencia en Carmona fue recibida con beneplácito por asistentes y organizadores, criticó al intelectual que al cumplir su cometido se halla "más preocupado por ser original que por ser exacto, por empatar que por resolver". Para ella, hay muchos modelos de intelectuales y de compromisos de éstos con la sociedad. "Lo que me preocupa", dijo, "es que, habiendo tantos modelos, los que ocupen el ruedo sean ciertos restos de la intelectualidad esperpéntica". Según ella, la suspicacia no es de la vida política hacia la vida intelectual, sino al revés, "por una inercia del pasado". "Mi im presión es que los intelectuales derivan hacia el esperpento con mucha facilidad, y eso ocurre porque el intelectual se olvida que no se piensa solo".

Será el cuento de nunca acabar, decía Juan Marichal, el especialista en Azaña y Negrín, que acudió a Carmona a homenajear a Besteiro. "Las relaciones del poder con la intelectualidad han de chirriar siempre. Lo dijo Ortega hablando de Mirabeau: los políticos mienten, los intelectuales están obligados a la verdad. El deber de los intelecluales en nuestro tiempo no es el de estar en la política, como pudo ocurrir en el pasado, y por eso su papel y el del político han de confrontarse siempre: son dos temperamentos profesionales completamente opuestos".

A veces se juntan. Y hasta tal punto es obvio que se saben distintos, que en ocasiones se extrañan de encontrarse. Ocurrió, sin embargo, más de una vez durante las jornadas de Carmona. Como un ejemplo de ese hallazgo, la charla que Guerra mantuvo después de su discurso con la pensadora Amelia Valcárcel. Al término de la conversación Guerra pidió, desde los aledaños de la estatua de Besteiro: "¡Un vino fino para la filósofa!".

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