Europa y el Golfo
LA PRESENCIA de Felipe González en Estrasburgo, para irtaugurar el periodo de presidencia española del Consejo de Europa, subraya la voluntad de nuestro país de asumir un papel relevante en el complejo proceso de edificación de Europa. Proceso que se ha acelerado en el último año, con la caída del socialismo real en el Este y con la unidad alemana. El Consejo de Europa, cuyo ámbito de acción abarca a paises no miembros de la CE, está llamado a ser un primer punto de encuentro para la incorporación de los países del Este a las estructuras europeas.La historia nos enseña que, para el nacimiento de una nueva entidad política con voz propia en el mundo, casi siempre ha actuado como aglutinador un gran conflicto exterior. Diversos hechos señalan que precisamente la crisis del Golfo está cumpliendo ese papel aglutirtante. De una tímida coordinación de políticas exteriores -promovida por el Acta Única- se ha pasado, ante la agresión de Irak, a un grado de ensamblamiento de iniciativas sin precedentes.
No se trata sólo de las iniciales declaraciones de condena y de una actitud básicamente coincidente en la ONU. La acción europea ha alcanzado esferas de cooperación tan difíciles, y novedosas, como el envío de barcos y la coordinación en el terreno militar. Gracias a ello, Europa está presente como tal entre los países que, bajo el patrocinio de la ONU, bloquean y presionan a Irak para obligarlo a renunciar a su presa. Sin desconocer el papel esencial de EE UU en esa operación, se puede afirmar que la presencia de Europa ha sido decisiva para enmarcar la respuesta al agresor en la defensa del derecho internacional. Al mismo tiempo, Europa realiza intensos esfuerzos para encontrar vías que permitan restablecer la ley internacional sin que se disparen los cañones. A las gestiones con el mundo árabe, se agrega ahora la declaración conjunta de la CE y de la URSS, en la que -ratificando las decisiones de la ONU- se apunta la necesidad de considerar desde ahora la solución de otros problemas de Oriente Próximo, como el palestino.
Se está, pues, materializando una política exterior europea que, curiosamente, se ve obligada a utilizar instrumentos creados para otros fines; así, es absurdo que los países de la CE tengan que recurrir a la UEO cuando necesitan coordinar su acción militar. De ahí la oportunidad de la idea de Andreotti de integrar la UEO en la CE, dotando así a ésta de los medios para realizar una política exterior con plenitud.
Pero el problema es más general. El momento es propicio para abordar con audacia la conferencia de los 12 Estados, prevista en diciembre, para avanzar hacia la unidad política de Europa. En el campo exterior, los hechos exigen una articulación renovada de los instrumentos que permitan a Europa actuar como tal en la escena mundial. Si la conferencia sobre la unidad monetaria está abocada a ciertos retrasos del plan inicial -lo que parece inevitable-, razón de más para preparar, con horizonte de futuro, avances serios en la unidad política que ayuden a deshacer la sensación de una Europa empantanada.
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