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47º FESTIVAL DE VENECIA

Spike Lee retrata el jazz como forma de vida

Había fundada expectación ante Mo'better blues, tercera película del singular pantera negra del cine neoyorquino Spike Lee, pues el éxito mundial de su Haz lo que debas está todavía vivo Y coleando. No defraudó, aunque tampoco entusiasmó. La pantera sigue siendo negra, pero se le escapan de la pantalla algunos tintes, no blancos, pero sí rosas. La riera, algo domesticada, nos introduce en el universo cotidiano del jazz considerado como forma de vida y como hoguera donde arden acordes musicales y caracteres humanos. Cerró la sesión un ridículo filme del italo-californiano Peter dal Monte, de esos que genera la terrible solidaridad de la vergüenza ajena. La española Rosa Vergés presentó con éxito su Boom boom en la Semana de la Crítica.

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El radical Spike Lee bajó esta vez la guardia en su combate contra las leyes no escritas (o escritas con tinta invisible en los entrelineados de los códigos de su país, y de todos los países occidentales) que sancionan el dominio de la raza blanca sobre la suya. Perece en Mo'better blues haberse dado a sí mismo un respiro, un asalto blando de tanteo que le permita reponer energía agresiva para la siguiente fase de su pelea.Alguien definió al blues como el lamento de un hombre que está solo y que lo pasa mal. Es este hermoso estilo de canto, o tal vez esta hermosa queja solitaria, un modelo inimitable de tragedia contemporánea, hecha con dolores, alcoholes baratos, sombras y ritmos, y compuesta en el delicado pentagrama de un sufrimiento viejo, heredado, que todavía circula por las arterias de un pueblo oprimido. Una tragedia, es decir, un modelo supremo de las leyes de la armonía. Pero a Spike Lee se le han cruzado los cables de su bien probada sensibilidad y ha confundido tragedia con melodrama, error en el que paradójicamente no incurrió el superblanco Clint Eastwood en Bird, la magnífica y generosa Bird.

Una verdadera tragedia, y por consiguiente un verdadero blues requiere potencia mítica, aire de leyenda. En Bird existía esta potencia poética superior y ancestral, pero no en Mo`better blues, que es tan sólo un melodrama, un drama que no sobrepasa el estadio sentimental y que no alcanza tonalidades trágicas. La crítica neoyorquina -tal vez porque le tenía guardada una animadversión contenida, a causa del triunfo de sus películas de militancia negra radical- ha sido casi unánime en su dureza contra Spike Lee. Sin embargo, aquí, lejos del ring de las malas calles de Brooklyn, esta animadversión parece injustificada, cuando no arbitraria.

Virtudes parciales

Mo'better blues no es una película perfecta ni profunda, pero tiene virtudes parciales innegables: tipos perfectamente construidos, como el que interpreta el propio cineasta y el inefable correveidile puertorriqueño; y escenas aisladas, muchas, que no sólo reafirman el talento de Lee, sino que evidencian progresos en su búsqueda de un estilo propio, además de un afinamiento en su oficio.

El filme de Spike Lee (un "de" esta vez oportuno, pues es escritor, productor, director e intérprete del filme) fue la cara de la jornada de ayer. La cruz, ¡y qué cruz!, llegó inmediatamente después con un asombroso engendro del cineasta -es un decir, a tenor de lo visto ayer- italo-californiano Peter dal Monte, fabricante de un seudofilme cuyo título podría traducirse como "Trozos de vidas amorosas", aunque más preciso sería hablar de "destrozos", pues es difícil -hay que llamarse Liliana Cavani o Franco Zeffirelli para superarlo- toparse con una colección de cursilerías y banalidades con aires de cosa trascendental mayor y con menos desperdicio que el de estos "destrozos", que levantaron oleadas de risas zumbonas en la Sala Perla.

Rosa Vergés, la cineasta catalana directora de Boom boom, es Orson Welles y Billy Wilder juntos comparada con Dal Monte. Su más que bonita comedia (que inexplicablemente fue ignorada por el público madrileño tras su éxito en Barcelona) está a distancias astronómicas por encima de los antedichos "destrozos" y no sólo eso: también por encima de la media del concurso oficial de la Mostra. Pero la miopía nacionalista y el puro y simple dinero han relegldo a este ejemplo de buen cine español al consuelo de la Semana de la Crítica, fuera de los grandes escaparates del Palazzo, atestados de una mala bisuteria que cierra el paso a metales cinematográficos, que todavía los hay, y este es un caso.

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