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FERIA DE SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

"¡Esos pitooones!"

Ninguno de los seis toros lidiados ayer en San Sebastián de los Reyes tenía pitones. ¿Usted lo entiende? Había en el tendido quien los reclamaba a la salida de cada toro. Decía: "¡Esos pitooories!". Sin gritar mucho; sólo para que lo oyera el presidente, que estaba cerca. Y el presidente, la verdad, no se daba por aludido.Cuando el toro no tiene pitones, una de dos: o los ha perdido o se los han quitado. Según taurinos (se incluyen en el censo ganaderos sobrados de tragaderas), todos los toros que no tienen pitones -es decir, la mayoría de cuantos se lidian por esas ferias de Dios- padecen comezón en el cuerno, se la alivian rascándose contra las piedras y ahí se dejan el pedazo pitón. Según aficionados (se incluyen en este censo los ganaderos no referenciados en el anterior), si los toros saltan a la arena sin pitones es porque se los han afeitado.

Benavides / Castillo, Lara, Reyes

Toros de Francisco Martínez Benavides, muy bien presentados pero sospechosos de afeitado, encastados, cuatro nobles, con dificultades 52 y 42; éste, manso, condenado a banderillas negras. Pedro Castillo: pinchazo y estocada delantera, siempre perdiendo la muleta (oreja con escasa petición); bajonazo escandaloso cerca del brazuelo (vuelta). Pedro Lara: estocada (oreja con escasa petición); pinchazo, rueda de peones, pinchazo a toro arrancado, nuevo pinchazo, estocada delantera, tres descabellos -aviso con casi dos minutos de retraso- y cinco descabellos (silencio). José Luis de los Reyes: estocada (oreja sin apenas petición y muy protestada); estocada caída enhebrada, estocada y rueda de peones (oreja); salió a hombros.Plaza de San Sebastián de los Reyes, 1 de septiembre. Sexta y última corrida de feria. Más de media entrada.

Seis toros sin pitones suponen 12 pitones de menos, y esa es demasiada carencia para una sola corrida. El espectador que los reclamaba desde el tendido tenía toda la razón del mundo, y la autoridad, que si no estaba sorda ni ciega se tuvo que dar por enterada, debió to mar cartas en el asunto orde nando indemnizar al público y la apertura de un atestado para averiguar cual fue la suerte d esos 12 pitones escamoteados.

No lo hizo así, tal como pudo comprobarse -al parecer le meten en el palco para rega lar orejas- y su actitud absten cionista resulta clífilcil de entender. Uno entiende que quiene han de pelear con el toro teman sus pitones e incluso se los qui ten, si pueden. Por ejemplo, si vas a la guerra, lo primero que procuras hacer con el enemigo es quitarle el fusil. Sin embargo uno no entiende que la autoridad se haga la sueca cuando salen los seis toros sin sus doce pitones, pues esto supone esta far a un público que paga carísi mas las entradas para presen ciar completo el espectácul que le anuncian.

Y si la razón legal no fuera suficiente, están otras, como la ética, la estética, y el propio respeto a la fiesta, con su ganade ría de bravo en primer término Sin ir más lejos: los toros de Martínez Benavides eran her mosos, y seguramente no pu dieron ofrecer el emocionante espectáculo de su bella estampa, de su poder y de su casta ca bal, porque les faltaban "esos pitooones!".

Cuatro de ellos dieron juego, y de los cuatro, los dos prime ros, pastueño. A uno le bande rilleó regular Pedro Castillo y le hizo luego faena valentona, en la que incluyó naturales de es tupenda factura. Al otro Pedro Lara le embarcó con gusto por redondos pero luego empezó a rectificar terrenos, pegar molinetes, finalmente manoletinas y por culpa de estos alardes supérfluos el noble toro se le fue sin torear.

El cuarto, un cuajado ejem plar de frente abombada, fuer za bastante, mansedumbre toda y pitón ninguno, exhibía genio y Castillo se peleó bravamente con él para enjaretar los pocos derechazos que tenía. El quinto se quedaba en el centro de la suerte y Pedro Lara le aguantó los parones con una serenidad impresionante.

Los otros dos toros mostraron casta agresiva, lo cual significa que no eran fáciles. José Luis de los Reyes, un diestro poco placeado, suplió con coraje su falta de experiencia, y si no podía aplicar los recursos técnicos adecuados, cuarteó banderillas, con la muleta bulló, pegó pases, se pasó cerquita "¡esos pitooories!" y acabó resolviendo guapamente la papeleta. Le dieron por ello sendas orejas, o se las regalaron, más bién. Nada se objeta al obsequio, por supuesto. Al presidente le habían subido al palco sólo para que regalara orejas y cumplió su misión sin rechistar. Vamos, que no dijo ni pío.

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