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Petróleo y cañones

Es cosa b en conocida en el Oriente Próximo que el petróleo vuelve locos a sus jefes: la crisis del Golfo actual lo demuestra -y a ambos lados del frente de batalla- una vez más.Sin duda, Occidente tiene dos razones muy racionales y poderosas para intervenir: la primera, salvaguardar su suministro de petróleo; la segunda, conseguir la paz y la estabilidad en la región. Pero el problema está en que cuanto más nos preocupamos del petróleo, más amenazamos la estabilidad.

Arabia Saudí se halla en el centro de esta paradoja. Occidente y Japón saben que no pueden sobrevivir sin el petróleo saudí -una cuarta parte de las reservas mundiales- pero cuanto más evidente es su interés, más vulnerable se vuelve Arabia Saudí. En estos momentos -con 60.000 soldados que pronto serán 200.000- este interés es muy evidente.

Claro que Sadam Husein parece, al menos a primera vista, más enloquecido que todos los demás por su obsesión de petróleo y poder. Hay que recordar que su cruzada contra Kuwait comenzó a un nivel bastante racional. Amenazado por la bancarrota, intentó obligar a la OPEP a restringir la producción de crudo para así forzar los precios hacia arriba e intimidar a Kuwait y a los emiratos que estaban produciendo demasiado. Hace un mes obtenía resultados positivos, con la ayuda de Irán. La OPEP necesitaba a un hombre enérgico para imponer su cártel y Sadam se hacía cargo encantado de ese papel.

Pero de pronto Sadam perdió la paciencia y los estribos. Probablemente pensó que invadiendo a los impopulares kuwaitíes en agosto, cuando nadie miraba, obtendría el control sobre más petróleo y así podría dominar la OPEP y obligar a los saudíes a someterse.

Desde luego, no contó con la reacción unánime de la ONU, ni con la decisión de los americanos. Desde entonces viene dando una sensación de inconsistencia creciente, lanzando cada día una nueva iniciativa contradictoria. Ha empujado a sus antiguos aliados, Egipto y Siria, al campo occidental, ha dividido a Jordania y, al final, ha entregado a su enemigo acérrimo, Irán, los frutos por los que Irak luchó en una terrible guerra de ocho años de duración.

Parece la obra de un loco.Pero no debemos subestimar la capacidad del petróleo para enloquecer también al otro bando, ni la tendencia -confirmada por la historia- que tienen las aventuras extranjeras en el Oriente Próximo a conducir al desastre. La primera reacción internacional ante la invasión de Kuwait fue magnífica -un momento estelar de la ONU y, si se: moviliza eficazmente, la cooperación global aún tiene grandes posibilidades. Sin embargo., es difícil recordar esa toma (le posición unánime ante el agresor, a la vista de la concentración masiva de fuerzas norteamericanas -quiero decir, multinacionales- en la zona.

A medida que estas fuerzas crecen -ya son 60.000 y llegarán a 200.000 hombres-, se desvanece la diplomacia más sutil. Son tropas que, cada vez más, parecen destinadas a defender un petróleo barato para Occidente.

Los soviéticos y otros países han exigido que sean puestas bajo el mando de la ONU y George Bush ha insistido en que la concentración militar no tiene nada que ver con el petróleo, sino con disuadir a un agresor. Pero las expediciones militares tienen su propia dinámica y su propia lógica. Las tropas, los barcos y los aviones de guerra que convergen en las áridas arenas de Arabia Saudí cada día que pasa tienen más aspecto de estar defendiendo un enclave de petróleo de Occidente.

También parecen cada vez más una fuerza militar dispuesta a atacar el mismísimo centro de Irak. Con esta eventualidad cuenta Sadam al mover sus divisiones desde la frontera iraní al posible campo de batalla en Kuwait y Arabia Saudí. Sadam es un guerrero y está en su elemento. Hay que oponerse a él con la decisión, sin ninguna clase de ambiguedades, hacer frente a su agresión. El problema es que, tras una prolongada y desmoralizadora espera en el desierto, esta fuerza parecerá bastante ambigua. Si Sadam proporciona algún tipo de provocación a las fuerzas americanas en Arabia Saudí que las de pie a poner rápidamente fuera de combate la aviación iraquí, derrocar a Sadam y luego retirarse dejando una mínima presencia en la zona, el uso de la fuerza sería eficaz y obtendría la aprobación general.

Quizá Sadam no sea tan loco. Con 200.000 soldados extranjeros en el desierto lograría más apoyo y crearía más dificultades jugando el juego de la dilación: no le importaría demasiado que sus gentes sufrieran bajo el bloqueo.

Podría contemplar el considerable desprestigio del régimen saudí, dependiente -a la vista de todos- del apoyo masivo de Occidente. El rey Fahd ya no sería considerado el protector de La Meca y los santos lugares, sino el hombre del Pentágono y de las compañías petrolíferas. Los príncipes saudíes y los emires del Golfo tendrían que temer aún más a los palestinos, fundamentalistas y demás elementos subversivos entre sus gentes. Cuanto más tiempo permanezcan los occidentales en Arabia Saudí más dificultades tendrá este país para arreglárselas sin ellos. Y más peligrosa será la dependencia occidental del petróleo saudí.

Entretanto los americanos, con la euforia de la guerra, han ignorado el problema de fondo de sus suministros de petróleo y no han hecho nada para reducir su dependencia de las importaciones, que constituyen más de la mitad de su consumo.

George Bush ha dejado pasar la oportunidad histórica para establecer un impuesto sobre la importación de crudo que corte el consumo indiscriminado de carburante y al mismo tiempo contribuya a reducir el déficit americano. Presupuestos y déficit han sido olvidados con la excitación de la expedición militar, que, por cierto, hará que aumenten vertiginosamente.

La adicción americana al pe-

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Petróleo y cañones

es periodista y sociólogo británico, autor de The seven sisters y de The arms Bazaar.

Traducción: Genoveva Dieterich.

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