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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Petróleo 90

EL 27 de julio, en Ginebra, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) acordaba una leve subida de precios (hasta 21 dólares el barril) y una cierta restricción productiva (22,5 millones de barriles diarios). Cinco días más tarde, uno de los socios de la organización invadía a otro para después anexionarlo, haciendo saltar por los aires el siempre precario andamiaje de pactos encubiertos y sobreentendidos dudosos sobre el que tradicionalmente se ha sostenido la OPEP. Súbitamente, casi un 20% de la producción del cartel (la suma de Irak y Kuwait) ha visto cerrado su acceso a los mercados. Ello hace forzosa una nueva reunión en la que se redistribuyan las cuotas de producción entre los países miembros y se organice un mecanismo de emergencia destinado a estabilizar la situación -abastecimiento y precios- mientras se mantengan las actuales circunstancias.Venezuela -productor mediano, pero habitual moderador no árabe dentro de la OPEP- y Arabia Saudí -el mayor productor- han iniciado ya el laborioso trámite diplomático necesario para reunir de nuevo a los ministros del petróleo. Y la tarea, ya desde el principio, no es fácil. Según Irak, Kuwait no existe. Según los restantes 13 miembros -incluida la dinastía exiliada que la comunidad internacional aún considera representativa-, Kuwait sí existe. Parece razonable suponer que finalmente se sentarán a una mesa todos los ministros de la OPEP, incluidos el iraquí y el representante de Kuwait en el exilio. Al fin y al cabo, ya lo hicieron en la Liga Árabe -antes de la anexión- y, además, Irak no parece en condiciones de obcecarse en aislamientos voluntarios adicionales a los que le son impuestos.

El primer objetivo de esa reunión más o menos próxima será, sin duda, repartir proporcionalmente la cuota de exportación conjunta Irak-Kuwait (4,1 millones de barriles diarios entre los demás países, todos ellos perfectamente capaces de incrementar su ritmo de extracción, y algunos, como Arabia Saudí, especialmente interesados en ello. Hace ya casi 20 años que los saudíes pretenden ganar cuota de mercado, sabedores de que sus ingentes reservas -su país flota prácticamente sobre el mayor yacimiento del mundo- seguirán escupiendo crudo cuando en el resto del planeta no quede ni una gota. Los socios restantes, incluido Irak, no deberían oponer demasiadas objeciones reales a una sobreproducción que, en cualquier caso, siempre se presentaría como coyuntural. La capacidad de Arabia Saudí para compensar, por sí sola, la falta de exportación de Irak-Kuwait bastará en cualquier caso para que se admita como inevitable la sobreproducción. Más aún teniendo en cuenta que Arabia Saudí no sólo tiene el petróleo, sino un poderoso ejército norteamericano. instalado en sus dunas.

Lo más delicado será evitar que la confusión política y jurídica causada por la invasión empape un foro siempre muy propenso a trascender lo estrictamente económico. Para empezar, el representante de Kuwait acudirá no como productor -el exilio no tiene yacimientos-, sino como consumidor: Kuwait, o la dinastía Al Sabah reinante hasta hace dos semanas, posee una vasta red de complejos petroquímicos distribuida por el mundo, cuyo suministro hay que asegurar. Arabia Saudí ya ha hecho saber su disposición favorable a garantizar ese suministro, pero resulta poco imaginable que países como Libia o Irán condesciendan con una dinastía y un régimen que les resulta profundamente antipático. En el seno de la OPEP tendrían ocasión de mostrar abiertamente su opinión sobre los Al Sabah, cuyos derechos se han visto obligados a apoyar internacionalmente, al menos en apariencia, tras el feo gesto bélico de Irak. Arabia Saudí, quizá acompañada por otros moderados proamericanos como los Emiratos Árabes Unidos y Qatar, puede quedarse en franca minoría defendiendo los intereses del Kuwait exiliado.

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Por otra parte, ha sido paradójicamente el bloqueo internacional el que ha convertido en unidad a Kuwait e Irak, y como tal unidad se hablará de ellos -al menos en términos de producción petrolera- en el seno de la OPEP. Por primera vez, una organización tendrá que reconocer que, de hecho, Kuwait e Irak son hoy por hoy uno solo. Irak, poseedor, tras la anexión, del 20% de las reservas mundiales, podrá aprovechar tal circunstancia para seguir rechazando la representatividad de la dinastía kuwaití en el exilio y, tal vez, para insistir en una oferta de negociación global que, aunque burda e inaceptable en sus actuales términos, es estudiada con creciente interés por numerosos gobiernos, árabes y occidentales. Si el régimen de Sadam Husein se muestra moderado ante la OPEP y permite que el petróleo siga fluyendo, barato y abundante, hacia Occidente, podría lograr incluso que su plan de paz deje de ser considerado una quimera por todos los países consumidores.

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