Obras sagradas
LA CONVOCATORIA de un acto de "protesta civil" contra la continuación de las obras del templo de la Sagrada Familia ha recalentado una vieja polémica entre quienes están a favor de proseguir la obra inconclusa de Antoni Gaudí y quienes consideran que debería permanecer tal y como la dejó el artista. Entre quienes lo ven como un templo expiatorio que una comunidad católica sufraga en un grandioso acto penitencial -al igual que las anónimas catedrales medievales, donde no importa la autoría- y quienes defienden el respeto a la póstuma fantasmagoría del gran arquitecto. Incluso desde sectores católicos se ha argumentado que Barcelona necesita más el ambulatorio del alma, la pequeña parroquia, que los grandes templos, pensados para un fervor de otras épocas.Si la religión no necesita de la Sagrada Familia, la disputa se sitúa en el terreno de la estética y los derechos del artista. En este contexto, el escultor Josep Marla Subirachs, que está en el empeño de fabricar 100 esculturas para la fachada de la Passió, se ha convertido, quizá excesivamente, en el payaso de las bofetadas. Subirachs argumenta que él no prosigue la obra de Gaudí, sino que crea una nueva en vecindad con aquélla pero sin manipularla. El problema no es que las criaturas con que Subirachs poblará el edificio sean más o menos gaudinianas, más o menos soportables. El problema está en ese empeño por proseguir una obra de arte ajena sin tener ni siquiera indicios razonables sobre lo que habría sido con Gaudí.
La Sagrada Familia está siendo pagada por donativos privados, no cuesta un duro al erario público y ello parece haber eximido a la Administración pública del seguimiento de las obras o de pronunciarse sobre si esta cuestación popular es suficiente argumento para dejar crecer un monumento que es emblema de la ciudad. La parte que dejó Gaudí fue declarada monumento histórico y es intocable... y no la tocan. Pero a su vera, haciéndole sombra, crecen otras torres inventadas, que se levantan con recursos constructivos inéditos para Gaudí, con conceptos improvisados que buscan una discutible ósmosis con las formas originales. Y la Sagrada Familia se alza como un todo. Y así lo ve el enjambre de turistas que ametralla sus torres con sus máquinas fotográficas.
Habría sido más sensato respetar la herencia de Gaudí, y ahora Barcelona contaría con un monumento civil sobre el que los ciudadanos podrían proyectar sus ensoñaciones y terminarlo cada uno a su gusto sin que ningún patronato privado asumiera este grave riesgo y descortesía hacia el artista. Quizá dentro de unos centenares de años alguna autoridad del patrimonio decidirá rescatar la obra original -como tan a menudo sucede ahora con los restos románicos- y prescindirá de los añadidos. Para muchos, serán unos centenares de años perdidos.
El otro caso ejemplar, de muy distinta significación artística pero igual constancia en rematar lo inacabado, es el de la Almudena, iglesia madrileña con vocación catedralicia. Al margen de la utilización de fondos públicos para un monumento de uso estrictamente religioso, su aspecto no llama la atención desde concepto alguno, aunque, eso sí, consigue romper la armonía del paraje en el que está situada. Vecina del Palacio Real, los jardines de Sabatini y la cuesta de la Vega, no consigue acceder al nivel plástico de las obras que la rodean, resaltando aún más su propia mediocridad. La hiedra y el tiempo podrían llegar a embellecer unas discretas ruinas. Su finalización sólo conseguirá empobrecer el entorno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Josep María Subirachs
- Escultura
- Antoni Gaudí
- Iglesia Católica española
- Arquitectos
- Monumentos
- Iglesias
- Barcelona
- Edificios religiosos
- Centros culto
- Patrimonio histórico
- Artes plásticas
- Cataluña
- Patrimonio eclesiástico
- Ayuntamientos
- Patrimonio cultural
- Iglesia católica
- Gente
- Cristianismo
- Arquitectura
- Religión
- Cultura
- Administración local
- Arte