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Tribuna:ANTE LA CUMBRE DE LA OTAN
Tribuna
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Un equívoco 'new look'

Las instituciones militares son burocracias pesadas y poco flexibles en las que los cambios se producen mucho más lentamente que en la esfera política, lo que quizá explique que la OTAN pasara el año 1989 celebrando su 40º aniversario de una manera tan autocomplaciente como inutil y que, tras la vorágine política de los últimos meses en Centroeuropa, una fiebre reformadora no deje a líder, comité o cumbre sin expresar sus ideas sobre la nueva Alianza que necesitamos, pues, al fin y al cabo, el paso de la confrontación política entre el Este y el Oeste a un nuevo clima de distensión y entendimiento no puede sino tener su corolario en la transformación de los respectivos sistemas militares y del mapa estratégico en Europa. De ahí que cuando los más altos dignatarios occidentales se encuentren en la cumbre atlántica de Londres, a comienzos de julio, decidirán sobre lo que el Consejo Atlántico de Tumberry, Escocia, ya había acordado hace pocas semanas y que el presidente Bush venía preconizando desde diciembre pasado: el nuevo look de la OTAN.Frente a los inmovilistas, aquellos que se niegan a admitir que en el Este están sucediendo cosas y que las opciones militares de Moscú en el terreno convencional se están modificando sustancialmente y para quienes, lógicamente, el mantenimiento de la OTAN tal y como la conocemos es el único cauce de accion a seguir, así como frente a los desmanteladores, cuya filosofía consiste en afirmar que ya no hay amenazas y que, puesto que sin enemigos las alianzas militares no son necesarias, es justo avanzar en la destrucción de los bloques militares, incluso unilateralmente, la OTAN, esto es, los Gobiernos que la integran y su secretariado internacional, están adoptando una actitud escapista: ven a los primeros exagerados y a los segundos peligrosos, pero no se atreven a decirlo y lejos de establecer una defensa pública clara y decidida de la Alianza por lo que es -un sistema colectivo de defensa- prefieren hablar de una Alianza adaptada tanto en sus objetivos como en sus medios y reconvertida en una OTAN más política, menos militar, garante de la paz, la estabilidad y el orden de una manera cooperativa y siempre atenta a los retos que desde otros rincones del mundo puedan surgir.

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Sin embargo, el problema no radica en encontrar nuevas tareas con las que dar contenido a la Alianza Atlántica en un clima de estabilidad y paz, sino en saber qué hacer con eso que es la esencia misma de la OTAN, su fuerza militar, su planificación colectiva.

Efectivamente, la OTAN no debe necesitar para seguir viviendo ningún nuevo enemigo. La experiencia ha mostrado reiteradas veces que más allá de un mínimo común denominador sobre qué hacer frente a la amenaza soviética, ninguna acción colectiva ha sido posible ante otros retos o a actividades fuera de área. Salvo que la periferia de la OTAN se convirtiese en un polvorín, difícilmente se puede hacer reposar el esfuerzo defensivo de 16 naciones sobre temores que nunca han sido muy considerados.SubsidiariedadPor lo mismo, la Alianza debe responder a un principio de subsidiariedad sin que obligatoriamente tenga que dar respuesta a todos los retos del mundo moderno.

La OTAN no es necesaria para luchar contra el narcotráfico, cerrar el agujero de la capa de ozono o restaurar catedrales góticas. Ni siquiera para garantizar el respeto de los derechos humanos, el desarrollo económico o la resolución pacífica de las controversias en Centroeuropa. Para eso ya existen otros organismos internacionales específicos con un mejor bagaje y experiencia. Tampoco es la OTAN una organización de pacificación regional. Ni es ni puede ser una ONU europea.

La disuasión como fórmula de la defensa -la base de la seguridad aliada- es muy poco apta para imponer un criterio pacificador entre minorías religiosas y étnicas en lucha: ¿Dejarán de matarse rumanos y húngaros porque los países de la OTAN dispongan de un arsenal nuclear o convencional? ¿O porque ya no lo tengan? Y a duras penas puede ser una agencia de verificación del desarme. No, al menos, sin un profundo proceso de reconversión, aunque quizá sea éste el terreno más abonado para ello.

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No hay que tener miedo a reconocer que la OTAN es una institución circunstancial tanto por su origen como por su devenir. Esto es, nació para hacer frente a unos temores y su vida ha estado determinada por cuanto hacía la Unión Soviética, su enemigo principal. Por tanto, si de verdad las capacidades ofensivas de la URS S se reducen, también lo harán los requerimientos defensivos aliados. S' en el futuro la URSS llegase a convertirse en una potencia normal -como gustan decir los dirigentes soviéticos-, que respete las normas internacionales en vigor, la OTAN que hoy ten.emos habrá perdido gran parte de su sentido. Pero no todo.

Cierto que no serán necesarias tantas tropas ni tantas armas, pero en la medida en que la historia nos ha enseñado que lo impensable se torna, muchas veces posible y que lo irreversible no siempre es duradero, sería insensato negarse la capacidad de generar los recursos defensivos necesarios . para hacer frente a una amenaza si ésta llegase a concretarse. La OTAN ha sido un seguro colectivo de defensa que mediante la disuasión y la negociación ha sabido garantizar la paz y la tranquilidad para sus miembros. Y eso debe seguir siendo. Ahora bien, los medios de la disuasión varían según qué se pretende disuadir. Un mecanismo competitivo de movilización y concentración de fuerzas puede bastar en el futuro.

Pero para tenerlo hay que dejar claro ante el electorado que la defensa colectiva es más que necesaria. Si los ministros prefieren hablar, por contra, de la nueva Alianza, el equívoco new look que nos presentan, olvidando la esencla de la OTAN, no puede sino llevamos al psicodrama colectivo de la búsqueda de nuestra identidad colectiva de defensa y al interrogante sobre el futuro de nuestras propias Fuerzas Armadas.

Rafael L Bardají es director del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES).

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