Teoría del "fouetté"
Los fouettés -esas piruetas enlazadas a modo de batidora semiautomática con que las baliarinas terminan sus más apabullantes variaciones- son, desde hace un siglo, la sal de las galas de estrellas. La semana pasada, en los cinco recitales organizados bajo ese nombre con que se ha cerrado en el Centro Cultural de la Villa el primer ciclo de ballet clásico en Madrid, se ha podido ver a una buena docena de excelentes bailarinas, desde grandes estrellas como Nina Ananiashvilli y Florence Clerc a pequeñas estrellas en flor como África Guzmán y Amaya Iglesias, luchar con los fouettés.Entre el medio millar de fouettés que pudieron verse a lo largo de la semana hubo algunos sencillos pasables, pero sobre todo se vieron fouettés paseados, y también varias docenas de fouettés dormidos, fouettés angustiados, fouettés histéricos, fouettés escamoteados y hasta démi-fouettés. Con todo, fue una fiesta, porque por ahí por el mundo cada vez se ven menos menos fouettés: amparándose en los puristas, las bailarinas establecidas cada vez procuran con más ahínco evitar el compromiso de los fouettés.
Y es verdad que los fouettés -como las joyas de ley- no son necesarios, ni aportan nada esencial a la danza. Arriesgar por ellos el prestigio ganado a lo largo de toda una carrera es una estupidez. Pero no son fáciles de sustituir: los fouettés perfectos son la máxima expresión del dominio de la bailarina sobre el resto de la humanidad, su triunfo absoluto. Una pirueta -por múltiple que sea- siempre es finita, y además es un viaje de la bailarina sola, introvertido, hacia su mundo interior; casi un rechazo. El fouetté es, por el contrario, un pacto con el mundo, con el compañero y con el público: una exhibición de poderío y de triunfo, pero también una celebración y al mismo tiempo la expresión del deseo de que el gozo total pueda hacerse durar más allá de lo verosímil.
Pero además, en un recital -en que el virtuosismo de una bailarina ha de demostrarse en unos breves minutos, sin tiempo para crear un ambiente o sumergirse en una situación dramática-, nadie perdonaría que se escamotearan los fouettés, y hasta las estrellas se arriesgan, sabiendo como saben que no hay forma de hacer 32 fouettés líricos o dramáticos, intensos o despegados; que sólo cabe, de entrada, hacerlos bien o mal. Tampoco hay posibilidad de trampear, como puede hacerse con casi todo lo démás: si se pierde la vertical, se ha perdido todo y sólo cabe -si para entonces no se ha aterrizado de bruces en el suelo- salir corriendo por la derecha o por la izquierda, a ser posible sin perder el ritmo.
Por eso fue una pena que a lo largo de todas estas noches -en que se vieron cosas maravillosas, como los inverosímiles saltos casi mortales de Maximiliano Guerra, el derroche de encanto de los altitudes de Nina Ananiashvilli, la mezcla de autoridad y delicadeza de la línea clásica de Florence Clerc, la sabiduría y la elegancia rítmica de Isabelle Guerin, o la imponente claridad y presencia de Cecilia Kerche, entre otras muchas cosas bellas- no se vieran, además, los fouettés de Arantxa Argüelles.
Arantxa bailó admirablemente su parte del dúo Cor perdut, montado por Nacho Duato sobre una canción llena de resonancias orientales de María del Mar Bonet. El trabajo en la línea más natural y emotiva de la coreografía del flamante director del conjunto oficial ha dado una intensidad nueva al baile de Arantxa; la flexibilización del tronco que exige esa técnica le ha hecho ganar capacidad expresiva. Pero debería haber encontrado un momento para ponerse el tutú y salir a hacer sus fouettés. Porque en cinco días defouettés no se vio ni uno como los de Arantxa: de esos de agarrar la vertical (sobre la que tiene derechos exclusivos de propiedad) y en el espacio de una baldosa (en eso los fouettés se parecen al chotis) y en número exacto de 32 (aunque por entregas de dobles o triples, según) y, si se quiere, cambiando de plano (para que se enteren los puntos cardinales, que son muy distraídos). Las estrellas no son menos estrellas por eso, ni Arantxa es más que ellas por sus fouettés. Pero en las funciones de gala siempre es conveniente que salga alguien y explique la teoría del fouetté, simplemente para dejar las cosas claras y evitar que la juventud se descarríe.
Babelia
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