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Tribuna:TRAS LAS HUELLAS DE OCTUBRE
Tribuna
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El viejo Pegaso y el automóvil Ford

"Los fundamentos de la práctica productivista", escribió Nikolal Tarabukín en su manifiesto Del caballete a la máquina, de 1922, "se encuentran en lo más profundo de la vida y no en el Parnaso. El viejo Pegaso ha muerto. El automóvil Ford lo ha reemplazado. No son los Rembrandt los que crean el estilo de nuestra época, sino los ingenieros". Pero los que construyen los barcos transoceánicos, los aeroplanos y los trenes aún no saben que son los creadores de la nueva estética".Dificilmente encontraremos otra síntesis más completa que la de Tarabukín para expresar los ideales de los vanguardistas soviéticos. La ecuación artetrabajo-producción-vida, por seguir citando fórmulas empleadas no sólo por Tarabukin, sino en realidad por la vanguardia soviética toda, alumbró la noche de verano artística de la Revolución. Esta noche de verano no dio más de sí que el parpadeo luminoso de una luciérnaga o el de una estrella fugaz ante cuya encantada e instantánea aparición se permiten formular los deseos que tienen vedado su cumplimiento.

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13 años de furia

¿Qué ha sido de la vanguardia soviética? Tenemos dibujos, planos, maquetas y fotografías amarillentas. El exilio de algunos de sus más significados protagonistas, el contrabando de obras y, finalmente, los pactos diplomáticos que desde hace aproximadamente unos 20 años permitieron que se viera en Occidente lo que estaba almacenado, bien oculto, en los museos soviéticos, nos ha permitido conocer, aunque defectuosamente, también ciertas obras concretas de algunos de los artistas revolucionarios más célebres, como Malevitch, Pevsner, Gabo, El Lizzitzky, Tatlin. Pero ni siquiera estas obras que materialmente hemos podido contemplar dejan de poseer el aura de un sueño, como lo que soñamos que fue el sueño de la Revolución.

El sueño y la realidad

Nada hay más lógico y creíble que lo soñado, donde los deseos campan por sus respetos sin más estorbo que las angustias del soñador. El sueño se enfrenta a la realidad, y por eso el arte tiene que ver más con lo soñado que con las revoluciones que se llevan a la práctica, donde la supervivencia aconseja acabar con sueños y soñadores. La pintura soviética que triunfó fue la de caballete; la industria se esmeró en producir viejos pegasos, y el Moscú realizado por Stalin y sus seguidores se acerca más a los ideales del zar Pedro que a los audaces diseños de los constructivistas.

¿Quién dice que haya habido algún arte que no se quedara en estado de proyecto? Los trenes de propaganda, el monumento a la III Internacional, las ciudades proyectadas por Iván Leonidov, fueran diseños concebidos como efímeros o no, no traspasaron el umbral del cartón-piedra o el papel. No importa: de estos sueños se siguen alimentando los nuestros, al menos cuando nos sentimos artistas. Tarabukin no pudo sospechar que el automóvil Ford viniera de la mano de Bush como tampoco sospecharía Malakovski que sus verso "Haremos que arda Siberia con los cien soles de los hornos Martin" se cumplirían en Chernóbil, pero ésta es la venganza del viejo Pegaso del arte, tan in tempestivo y contrarrevolucionario como un sueño. Olvidados Lenin y Stalin, seguimos soñando gracias a Malevitch o Tatlin, Pegasos del futuro.

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