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'Dinosaurios' y los nuevos museos de ciencias

La exposición temporal Dinosaurios se ha organizado según la tendencia de los nuevos museos, que, para obtener éxito de público, se presenta de forma atractiva, espectacular y amena. Por sus salas ya han pasado más de 40.000 visitantes.

Todavía reciente en la memoria de los madrileños las imágenes de las largas colas de visitantes que acudían a la exposición Velázquez, organizada por el Museo del Prado, el público vuelve a responder masivamente a la convocatoria de otro museo. Esta vez es el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que el pasado 10 de mayo inauguraba sus nuevas salas con una exposición temporal titulada Dinosaurios. En lugar de la Venus del espejo, las estrella. de la exposición son ahora el Pachycephalosaurus y otros dinosaurios robóticos, fieles reconstrucciones de estos gigantes mesozoicos que dominaban la Tierra hace unos 150 millones de años.Pese a que Dinosaurios permanecerá abierta al público hasta finales de abril de 1991 y que la entrada no es gratuita, más de 40.000 personas visitaron la exposición en las dos semanas que lleva abierta al público. Nuestras previsiones nos inducen a esperar entre 500.000 y 700.000 visitantes a esta exposición temporal. Estos números son suficientemente impresionantes como para inspirar una reflexión sobre las razones de esta súbita popularidad de los museos. La explicación a este fenómeno no creo que haya que buscarla en un repentino incremento de interés del gran público por la pintura del siglo XVI o los reptiles mesozoicos, sino a un cambio en las técnicas utilizadas por los museos a la hora de preparar y presentar sus exposiciones. Dinosaurios puede ser una introducción al público madrileño de estas nuevas tendencias de divulgación museística.

Reducto elitista

El museo clásico es un depósito de objetos que definen, conservan e ilustran ciertos aspectos de nuestro patrimonio natural o cultural. En este contexto, el museo está definido, y su valor determinado, por las piezas que contiene. Por lo general, los objetos se muestran con una simple identificación y muy poca información que facilite su interpretación. Con ello, el museo tradicional ha sido un reducto elitista de eruditos, estudiantes y turistas curiosos. Algunas piezas pueden tener interés estético o monumental intrínseco, (como puede ser el esqueleto de un dinosaurio de 15 metros de longitud o una obra maestra de Velázquez), pero, por lo general, cuanto más conocimiento previo tenga el visitante mejor podrá disfrutar de su contemplación.

Pero sería iluso suponer que una exposición que atrae a más de medio millón de visitantes en unos meses tenga un público compuesto por expertos o personas que se han dedicado al estudio del tema en preparación a la visita. Por ello, los museos modernos dejan de ser sinónimos de sus colecciones para cumplir una función divulgadora y generar una oferta cultural que compita con otras opciones que pueda tener el ciudadano en cómo dedicar sus horas de ocio. Es decir, el museo moderno no sólo conserva un patrimonio, sino que también informa y entretiene. Para ello, los nuevos museos han tenido que desarrollar exposiciones más atractivas, espectaculares y amenas a la hora de transmitir información y motivar al visitante. Para garantizar el éxito deben ir acompañadas de estudios de evaluación, que definan a qué tipo de audiencia potencial va dirigida la exposición, y de un plan de marketing cuyo objeto es divulgar la existencia del evento. El éxito de la exposición a nivel popular es esencial para obtener patrocinio privado, sin el cual sería imposible llevar a cabo estos costosos proyectos.

El Metropolitan Museum de Nueva York fue quizá el pionero en esta nueva línea de divulgación cultural cuando a mediados de los años setenta empezó a organizar lo que, en inglés se denomina blockbuster exhibits. Exposiciones caracterizadas por su espectacularidad, acompañadas de agresivas campañas publicitarias y masiva afluencia de público. Velázquez (que, por cierto, se originó en el Metropolitan) es un buen ejemplo de este tipo de exposición. Un clásico y pionero del género sería la exposición de los tesoros de la tumba del faraón egipcio Tutankamen, que, con enorme éxito popular, se presentó en las principales capitales de Europa y Norteamérica.

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Si los museos de arte fueron los primeros en impulsar este tipo de exposiciones, son los museos de ciencias los que han perfeccionado las nueva técnicas expositivas con singular éxito. Así, el año pasado, la revista Newsweek publicaba que en la última década, en Estados Unidos, los museos de ciencias son los que han experimentado mayor crecimiento tanto en número de público como en creación de nuevos centros.

En contraste con la concepción clásica, una exposición moderna deja de ser una colección de objetos para convertirse en una especie de montaje teatral con su propia escenografía y guión. (La analogía exposición-teatro va, en algún caso, más allá de la simple metáfora: el Museo de, la Ciencia de Londres, por ejemplo, usa actores en sus exposiciones). Las piezas pasan a ser personajes dentro de este contexto global en el que se intenta que el espectador adopte una actitud activa. Lo fundamental es la producción, guión, diseño, método expositivo, etcétera, en lugar de las colecciones. Por ejemplo, algunos museos de enorme éxito popular, como el Museo de la Ciencia de Barcelona, no poseen colecciones, siendo su función estrictamente la de divulgación de conceptos y actualidad científica.

Más allá de lo anecdótico

Dinosaurios es un claro exponente de las nuevas tendencias de divulgación museística. Pretende ir más allá de lo anecdótico o con una simple galería de monstruos y curiosidades de la naturaleza. El objetivo es informar sobre la historia de la vida en la Tierra y presentar conceptos científicos de una forma amena y accesible a todos los públicos. Esto es un reto importante en un país como el nuestro, en el que cultura tiene unas connotaciones básicamente humanísticas. La ciencia, a pesa de su papel central en la sociedad contemporánea, no es comprendida ni representada como una actividad lúdica. Se la considera aburrida y poco estética, relegada al dominio de unos pocos especialistas, así como el disfrute del arte se considera una actividad agradable y refinada. La apreciación de la ciencia es vista como una obligación escolar cuyo entendimiento requiere una tediosa dedicación y disciplina Por ello, y a pesar del gratificante y recibimiento a nivel popular que está teniendo nuestro museo, me duele leer comentarios como el aparecido en un reciente artículo de este periódico y atribuido a un anónimo visitante que estaba haciendo cola a la puerta de la exposición Dinosaurios. Decía: "Yo estuve tres horas para ver la exposición de Velázquez, pero no aguanto otra para ver a estos bichos".

Los dinosaurios son embajadores de un mundo lejano en el tiempo, un mundo que tuvo una forma muy distinta a la actual. Si muestras de la genialidad del hombre merecen tres horas de espera, la creatividad de la evolución biológica deberia ser acreedora de un respeto similar.

Sublimar la creatividad humana y al mismo tiempo calificar despectivamente a los productos de los procesos creativos de la naturaleza como "bichos" demuestra una antropocéntrica visión del mundo. Una visión que delata una falta de perspectiva 'histórica, pero no de nuestra historia, sino de la historia de la vida Al ciudadano de a pie no le resolverá sus problemas el saber que la vida evoluciona en dos escalas de tiempo. Por una parte existe el llamado tiempo ecológico, en el que ocurren las interacciones que definen la vida en un organismo, su nacimiento, su lucha cotidiana por la supervivencia, la preocupación por el futuro de sus hijos, su muerte... Al extrapolar esta serie de vidas individuales obtenemos la historia de una sociedad y una civilización.

Por otra parte, existe una segunda escala de tiempo registrada en las rocas de la Tierra, y por ello bautizada tiempo geológico, que se cuenta en millones de años, y que plasma, cual registro histórico, la inexorable evolución de la vida en la Tierra y nos permite elucidar las perspectivas de futuro de las especies.

Si estudiamos la evolución de las especies ilustradas en el registro fósil, veremos que los dinosaurios dominaron la Tierra durante unos 130 millones de años; el hombre lleva escasamente 50.000 años de existencia. Si algo nos demuestra claramente la evolución biológica es que así como la muerte es inevitable para el individuo, la extinción lo es para la especie. Más del 99%, de las especies conocidas han desaparecido del mundo de los vivos dejándonos solamente sus restos fosilizados. Por tanto, sería presuntuoso que el hombre pretendiera ser la excepción a este destino.

Siendo muy optimista, se podría predecir que el linaje humano puede durar unos 50.000 años más. Si comparamos los 100.000 años del hombre con los 130 millones de los dinosaurios, está claro que en los anales de la historia de la vida que escriban los seres inteligentes que puedan existir dentro de otros 200 millones de años el hombre merecerá una breve nota, quizá se le considerará una anomalía de catastróficos resultados en la evolución de la vida en el planeta, comparado con el espléndido reinado de los dinosaurios. Una reflexión que debería inducirnos a ver con más humildad nuestra posición en el orden natural. Copérnico demostró que la Tierra no es el centro del universo; años más tarde, Darwin y las teorías de la evolución nos recuerdan que el hombre no es tampoco el centro de la vida, sino una etapa en un proceso caracterizado por el cambio y puntuado por la extinción.

Por ello, la exposición Dinosaurios pretende ir más allá de la presentación de una colección de "bichos" raros y monstruos curiosos. Nos produce una reflexión sobre nuestro origen y nuestro destino, sobre la dramática mutabilidad de nuestro mundo. Éste es el museo moderno: en el que priman los conceptos sobre los objetos, la reflexión activa sobre la contemplación pasiva.

Pere Alberch es director del Museo Nacional de Ciencias Naturales.

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