¿Un problema étnico?
"Es un problema de blancos" es una de las frases más lapidarias con las que se puede descalificar un asunto político, social o económico en el Perú. La irrelevancia de este tipo de discusiones para la mayoría de la población ha alimentado a lo largo de los últimos 10 años de Gobiernos democráticos un enorme escepticismo con respecto a la capacidad de los partidos políticos para resolver los problemas más inmediatos. La última manifestación de este rechazo al establishment político, tanto de izquierda como de derecha, ha sido el fenómeno Fujimori, el maremo o electoral que ha modificado radicalmente la distribución del poder político en el país al recoger, en la primera vuelta de los comicios, un tercio de un electorado de casi 10 millones de votantes.La complejidad de lo sucedido permite muchas lecturas, entre las que destaca por su tangibilidad cotidiana el carácter étnico de las estructuras del poder en una nación que a primera impresión parece más bien un archipiélago de culturas, razas y tiempos históricos que coexisten en condiciones de precario conocimiento mutuo. Los sectores dominantes han vivido con frecuencia en a ignorancia, y a veces en el desprecio, de aquellos que no se mueven en sus propias esferas culturales y sociales, lo que demuestra la continuidad de la contradictoria convivencia entre lo jue genéricamente se conoce como lo andino y la vertiente hispánica y occidental de la tradición nacional.
La lectura del pasado prehispánico sigue siendo hoy un argumento de debate político constante y su uso está sujeto a los intereses y al contexto cultural de cada quien.
Tradicionalmente, la reivindicación del legado andino ha sido un monopolio de la izquierda, y las tendencias occidentaliz antes están identificadas con la élite blanca y urbana y sus partidos liberales y conservadores. Este esquema, sin embargo, resulta fácil para esbozar un retrato en blanco y negro del país pero se muestra maniqueo e insuficiente para explicar una realidad que tiene en la complejidad su característica más acusada. Un examen de la clase política revela una heterogeneidad étnica que no conoce fronteras ideológicas.
Los vasos comunicantes entre indigenismo y socialismo se establecieron desde los primeros años del siglo cuando los nacientes círculos indigenistas, integrados mayoritariamente por jóvenes blancos y mestizos de clase media, miraron hacia los Andes como la fuente de una revolución venidera que sacudiría las tradiciones y revitalizaría al país, tomando al imperio incaico y no a la colonia como fuente de inspiración. Los dos principales pensadores políticos peruanos de este siglo, Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA, y José Carlos Mariátegui, fundador del partido comunista, a pesar de las profundas diferencias que separaron sus respectivos partidos, tuvieron en común su ascendencia vasca.
Mayoría indígena
En el Perú las cuatro quintas partes de las masas están conformadas por indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano -ni siquiera socialismo- si no se solidarizase en primer término con las reivindicaciones indígenas".
Las idealizaciones extremas tuvieron siempre su correlato inverso en el discurso conservador, que hizo de Europa el paradigma de la cultura y único modelo digno de imitación. La eurofilia iba de la mano de la indiofobia. Las clases dirigentes hicieron posible que gran parte del racismo que existe actualmenteén la sociedad peruana sea herencia del Perú del siglo XIX más que del Perú colonial. José María Arguedas, el más importante intérprete del mundo andino en la literatura contemporánea, puso estas palabras estremecedoras en boca del indio Cámac, minero que agonizaba de tuberculosis en un presidio limeño, en su novela El sexto (1962): "No se puede mantener por siglos regímenes que mártirizan a millones en beneficio de unos pocos que han permanecido extranjeros durante siglos en la propia tierra en que nacieron. ¿Qué ideal inspira a nuestros dominadores, que consideran a cholos e indios como a bestias y miran yoyen, a veces, desde lejos y con asco, su música y sus danzas, en las que nuestra patria se expresa tal cual es en su grandeza y su ternura?".
Durante la larga campaña electoral estos asuntos saltaron al primer plano en un enfrentamiento ideológico que recurrió reiteradamente a dilucidar la naturaleza de la nación, si es que existe como tal, y los modelos que se debían adoptar para ingresar en el siglo XXI. La izquierda hizo suya la denuncia de la occidentalización a ultranza que pareció insinuar Vargas Llosa cuando declaró que quería hacer del Perú "un país europeo".
Alberto Flores Galindo, probablemente el más lúcido discípulo de Mariátegui, advirtió antes de morir, en marzo de este año, sobre los peligros de una modernización indiscriminada, sobre todo, dijo, porque progreso y moderniza ción en una sociedad como la andina, por lo menos desde el siglo XVI, han sido sinónimos de agresión y deterioro de estas culturas. Vargas Llosa calificó tales planteamientos como una "utopía reaccionaria y arcaizante" y se refirió a Japón, Corea del Sur y Taiwan como ejemplos de desarrollo económico sin detrimento de tradiciones e identidad cultural.
La praxis política del escritor de asociarse a partidos de algún modo herederos de los exclusivismos mercantiles trabó sus propuestas de una economía abierta y no discriminativa presentando ante los ojos del electorado un divorcio entre lo que se decía y una coalición integrada en parte importante por miembros de familias cuyas fortunas se remontan desde generaciones.
La visión histórica del Perú utilizada por Vargas Llosa estuvo también lejos de concordar con la imagen utópica que existe en el país sobre el imperio incaico, considerado popularmente como una especie de imagen invertida de la realidad actual, apareciendo contrapuesto con la injusticia y los desequilibrios de hoy. El candidato del Fredemo, anglófilo y admirador de Thatcher y Popper, alabó el tránsito de los nuevos habitantes urbanos hacia la civilización moderna. En algunos textos anteriores Vargas Llosa ya se había referido al triunfo de Pizarro en Cajamarca como la expresión del triunfo de lo individual sobre lo colectivo y al imperio de los incas como "una sociedad regimentada y burocrática, de hombres-hormigas, en los que un rodillo compresor omnipotente anuló toda personalidad individual".
Los argumentos étnicos se introdujeron en la campaña desde su inicio, que en realidad ocurrió cuando el presidente Alan García intentó estatizar la banca privada en julio de 1987. García apeló al más inflamado populismo para justificar la medida como un acto de justicia a favor del pueblo y contra la oligarquía, autodeclarándose "cholo entre los cholos e indio entre los indios". Vargas Llosa acusó al presidente de "azuzar la lucha de clases y la lucha de razas". El Perú se dirigía aceleradamente a ser un país polarizado a pesar del anhelo de consenso de enormes sectores que no se veían identificados con ninguna de ambas opciones. El centro estaba vacío y sólo necesitaba de alguien con la astucia y la intuición necesarias para llenarlo: Alberto Fujimori.
A pesar de la naturaleza espontánea y sorpresiva de la aparición de Fujimori en el escenario político, un fenómeno que puede desvanecerse tan rápido como emergió, su fuerza inicial tuvo un sólido sustento: el prestigio de la comunidad peruano-japonesa, de 80.000 personas, y la imagen de Japón como un modelo de desarrollo en el que se conjugan democracia, economía de mercado y un fuerte sentido comunitario que pertenece también a la tradición andina.
En el mestizaje peruano la vertiente asiática eclipsa en diversos aspectos la occidental. Los inmigrantes chinos llegaron al Perú desde la segunda nútad del siglo pasado en sucesivas oleadas de decenas de miles para trabajar en los inmensos latifundios costeños dedicados al cultivo de azúcar, algodón y arroz. Su integración a la corriente central de la cultura popular fue muy fluida, formando con mestizos, negros e indios la base de la población de las ciudades de la costa.
A medida que se sucedieron las generaciones, los chinos abandonaron el campo y se dedicaron a actividades mercantiles y al comercio, que hoy siguen controlando en parte importante. La colonia japonesa, que se estableció en el país desde la primera década de este siglo, tuvo en comun con la china su original dedicación a la agricultura, pero sus descendientes, niseis -de primera generación- y nikkeis -de segunda- se integraron plenamente.
La inversión japonesa
En el poder económico y político no son menos importantes. El partido gobernante tiene en el nisei Alberto Kitasono a su secretario de organización y algunos de los grupos empresariales más fuertes del país son controlados por miembros de la comunidad nisei, como Carlos Hiraoka, Enrique Miyashiro, del grupo Fukuda, y Gerardo Maruy. Significativamente, dos destacados peruano-japoneses, el arqueólogo Yoshitaro Amano y la antropóloga Amelia Morimoto, dedicaron sus vidas al estudio del pasado prehispánico del Perú estudiando las similitudes que vinculan ambas civilizaciones del Pacífico desde los remotos orígenes de las migraciones asiáticas.
La colonia japonesa, la tercera del continente después de las de EE UU y Brasil, ha sido uno de los principales factores para que el Perú se haya mantenido en términos de inversión japonesa en Latinoamérica, al menos hasta 1987, en orden de importancia sólo después de Brasil y México. Alrededor del 75% del parque automotriz del país es de origen japonés -Toyota y Nissan- y en menor proporción en tecnología electrónica.
Pese a su éxito económico, los peruano-japoneses nunca formaron parte de la oligarquía, que creó una fosa étnico-cultural entre patronos y obreros. Las viejas familias seleccionaban cuidadosamente a los europeos para los matrimonios. Un industrial de origen italiano recordaba en una revista limeña: "Primero eran los ingleses, luego franceses, españoles, etcétera. Pero decían 'no te cases con un italiano'. A los asiáticos ni se les mencionaba. Italianos y asiáticos, aunque tuviéramos fortuna, no integramos el círculo oligárquico. Para decirlo en palabras de la época, no entramos en sociedad". la fascinación por lo asiático afectó especialmente al izquierdismo más radical como Sendero Luminoso, que vio en la revolución china un modelo más atractivo que Cuban o la URSS.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.