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FERIA DE SAN ISIDRO

No hubo pases "arremataos"

JOAQUIN VIDAL El público en general y la afición en particular salieron muy descontentos de la corrida. Los primeros decían que no habían visto nada, los segundos que lo habían visto todo; por ejemplo, cómo Julio Robles y Ortega Cano escurrían astutamente el bulto para no dar pases arremataos.

El público estaba muy aburrido y la afición muy indignada, y no se sabe qué es peor. Puestos a perder el tiempo en una plaza de toros, cada cual hace lo que puede y, al parecer, las dos tendencias predominantes son aburrirse de muerte o ponerse hecho un basilisco. Hay otros recursos más divertidos, como comer pipas e introducir las cáscaras en el bolsillo del vecino, o tirar pelotillas a las calvas que se vean en el tendido, pero la gente no los utiliza, se ignora por qué.

Domecq / Robles, Ortega, Niño de la Taurina

Cinco toros del marqués de Domecq (42, sobrero), desiguales de presentación y juego, flojos, 32 impresentable; 5º, sobrero de La Castilleja, con trapío, flojo y manso. Julio Robles: pinchazo bajo, media estocada caída y rueda insistente de peones (silencio); bajonazo escandaloso (algunos pitos). Ortega Cano: pinchazo, estocada caída y descabello (división); tres pinchazos, media trasera y rueda de peones (pitos). Niño de la Taurina: estocada caída (ovación y salida al tercio); ocho pinchazos y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 1 de junio.22º corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

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Lo de los pases sin arrematar colmaba la santa paciencia de la afición. Si Julio Robles y Ortega Cano llegan a saber el disgusto que le estaban dando, seguro que habrían procurado arrematarlos En realidad, no es suya la culpa. La culpa es de los banderilleros, que dictan las faenas desde el burladero. Los banderilleros gritan a los diestros "¡pónsela!", "¡tócale!", pero nunca se les oye decir "arremátalo!". Luego, los banderilleros, culpables. Ocurrió así que Ortega Cano, con uno de los pocos toros nobles de la corrida -el segundo- rodeaba de prosopopeya los cites, embarcaba estirando la figura, al vaciar ponía pies en polvorosa y con semejantes trazas era absolutamente imposible que arrematara los pases.

Lo mismo cabe decir de Julio Robles en sus dos toros, cuya manejabilidad no justificaba las muchas ventajas que se tomó. Las ventajas de Robles también indignaron a la afición. Consistían en aliviarse con el pico de la muletaza, y cuando citaba al natural extendiéndola con ayuda del estoque, parecía la carpa de un circo (bueno, algo menos; tampoco conviene exagerar). Por si fuera poco, Julio Robles debía tener especial manía al cuarto toro pues le ensartó un mandoble bajero, y la afición, que es amiga de los animales, se lo recriminó con grandes voces y muchos aspavientos.

La indignación de los aficionados podía alcanzar proporciones de soponcio si de toros se trataba; es decir, el toro en sí, la especie bovina, lo que con tales pretensiones saltó al ruedo de Las Ventas. Hubo momentos particularmente graves. El principal, con ocasión de la salida del tercer toro, que resultó ser tora.

La tora no tenía trapío y además estaba cojita. Niño de la Taurina, que había sido recibido con aplausos, lanceó maravillosamente bien a la verónica, después por chicuelinas, y apenas tuvo refrendo en el graderío porque la tora le devaluaba el esfuerzo. Con la muleta dio unos derechazos bien arremataos y no pudo arrematar nada más pues la tora cojita apenas embestía.

Otros toros se protestaron también, dos fueron devueltos al corral por inválidos, hubo un sobrero de La Castilleja, manso de los que se aculan en tablas, al que Ortega Cano recetó eficaz macheteo. Y as¡ de pesadota y triste iba la tarde hasta que apareció por los chiqueros el sexto.

El sexto aún estaba más inválido y de poco le cuesta un disgusto al Niño de la Taurina, porque el toro compensaba su invalidez defendiéndose y le tiraba derrotes espeluznantes apuntando al pecho con toda la mala idea del mundo. Niño de la Taurina abrevió e hizo bien. Con toros así ni Juan Belmonte habría sido capaz de dar pases arremataos, y la afición lo entendió perfectamente, por lo que guardó silencio. Tuvo mérito pues a la afición madrileña, callarse, le cuesta una barbaridad. Lo que más en el mundo.

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