El perfil intelectual de Rodríguez Huéscar
La articulista recuerda la figura de Antonio Rodríguez Huéscar, el discípulo de Ortega recientemente fallecido, y se centra en una de las fases que para Rodríguez Huéscar constituían la llamada experiencia de vida: el descubrimiento - de que las cosas no son como las preveíamos.
Conocí a Antonio Rodríguez Huéscar hace poco más de siete años. Acababa de publicar La innovación metafísica de Ortega y accedió benevolente a participar en unas jornadas conmemorativas del centenario de Ortega y Gasset, lo que no habría tenido nada de particular si no fuera porque las organizaba un modesto instituto de bachillerato de una pequeña comarca minera de Asturias.Fue, junto con Pedro Caravia, el único discípulo directo de Ortega que atendió nuestra petición, tal vez porque, como él, conocía bien las penurias y el valor de la enseñanza secundaria, ahora reducida a mera parcela de una nueva y extraña categoría negativa, la enseñanza no universitaria.
Rodríguez Huéscar se distinguió siempre por el rigor, Ja precisión, la escritura densa y elegante, capaz de atrapar al lector sin hacer 'concesiones a recursos atractivos y engañosos.
Su constante punto de partida fue Ortega, y trabajó la obra del maestro tratando de desentrañar a la par su propio pensamiento. Pero lo más prodigioso no era leerle, porque -como ya había explicado Sócrates en el Fedro- los escritos son mediaciones que no permiten llegar con el alma al alma de quien los recibe; lo asombroso era escucharle.
Poseía el don y el arte de la palabra -también tan orteguianos-, y su frágil figura se agrandaba con los matices, la inflexión, las frases, armoniosas, la consistencia interna del discurso.
Recreaba los términos más habituales y gastados por el uso' para mostrar con ellos un aspecto insólito de la vida -de mi vida, como solía puntualizar-, precisamente el más inadverti'do por cotidiano. Continuaba también la costumbre de Ortega de extraer el sentido etimológico de las palabras y aun inventar aquellas que hicieran más patente lo que deseaba expresar, porque sólo una fuerte llamada de atención puede mostrarnos lo sorprendente de cada instante vivido.
Sorpresas reservadas
'Ta vida siempre reserva sorpresas", escribió. "Y vivir consiste, a este respecto, en el progresivo descubrimiento de que las cosas no son como las preveíamos. Es ésta una de las fases básicas constituyentes de la llamada experiencia de la vida". Además explicó que el más inesperado de los acontecimientos es que sólo suceda lo previsto, porque la vida es siempre expectativa de lo inesperado.
Tal vez él estaba p reparado y a la espera del gran acontecimiento de la vida -de la de cada uno- que es la muerte; pero no así los que le conocimos y tuvimos acceso a su magisterio. Ni siquiera es un consuelo pensar que ha muerto como había vivido, sin aspavientos, silenciosamente.
Poco ha hablado la prensa del acontecimiento de su muerte, poco para la talla intelectual y humana de este hombre. Lo cierto es que hemos perdido a un maestro, un amigo, un filósofo riguroso e irreprochable, y eso es un lujo en un país y unos tiempos en que abundan más los brillos fulgurantes del columnista y de las figuras de candelero, y donde, por el contrario, escasean las fidelidades humanas e intelectuales.
Afortunadamente Antonio Rodríguez Huéscar era un hombre pasado de moda, porque prefería el trabajo callado e intenso a la efímera fama de la popularidad, y porque su conciencia de discípulo le dejó como impronta una perpetua actitud de observador, de oyente, de aprendiz, de buscador de la verdad, que eso y no otra cosa sigue significando el calificativo filósofo.
Belleza interior
Tengo su última carta sobre la mesa, rebosante de la esperanza propia de quien acostumbra a mirar hacia adelante y acepta la constante posibilidad como una categoría fundamental de la vida.
Él hubiera podido hacer también suyas las palabras de la oración final del Fedro platónico: "Oh, Pan querido, y demás dioses de este lugar, concededme llegar a ser bello en mi interior. Que cuanto tengo fuera sea amigo de lo que hay dentro de mí. Que considere rico al sabio, y que todo mi dinero sea lo que nadie más que el hombre moderado pueda llevar consigo".
Babelia
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