Volver a la andanada
Llevaba dos años desterrado en el tendido. Ni en el alto ni en el bajo: en un término medio en el que me situé con el punto de vista ya cuajado en la atalaya del seis, a la vera del pasillo. Y volví a la andanada con mucha nostalgia en el esportón. Porque allí me bauticé cabal y recolecté imágenes y faenas que continuarán conmigo para siempre, amén. Y he vuelto a subir gigante de esperanza, con la mirada serena y el corazón dispuesto a empaparse de pasión, arte y torería.La mayoría de la afición conspicua que habita en la andanada continúa fiel en sus asientos, con el abono reverdecido otro San Isidro más. Y da gusto saludar y que te conozcan y acepten. La señora que aún recuerda la famosa tarde de Paco Camino con seis toros en no sé qué Beneficencia de aquel año y de aquella década. El chaval que hoy es periodista y que estaba haciendo COU ese año en que protestamos mucho una segunda oreja concedida a Ojeda. El joven matrimonio asiduo al Braulio después de la corrida, que corría a abrazarse a las amistades de la fila primera, junto a la puerta de entrada, en la feria de otoño en la que a Paula se le ocurrió hacer un faenón a un toro de Martínez Benavides.
Ese día el cronista tuvo la ocurrencia de ir a ver cómo llegaban los toreros a la plaza, y pudo ver a san Rafael de Paula bajar de un Dodge color vainilla, con tres o cuatro abolladuras musarañas y besuconas en su carrocería, y la memoria añade un piloto delantero colgante y perezoso. Rafael de Paula venía de burdeos y azabache, con la preocupación solapada, y cuando llegaba al umbral del patio de caballos, un aficionado le interpeló con matiz castizo: "A ver si hoy haces algo"; trincherazo que se tragó Rafael de Paula, correspondiendo con una sonrisa grave que quería ser guasona. Y después toreó. Y juro que los primeros 12 muletazos que dio los contemplé mientras mi vecino ocasional, de mediana edad, me daba cachetes en el antebrazo y me decía que na de na. No me digan que en caso semejante no está permitido un bajonazo a paso de banderillas.
Todavía no me puedo creer aquellos redondos de Curro Romero al toro de Garzón, en tarde en que el maestro Antoñete cortara tres orejas. La mayor emoción que uno haya acumulado en una plaza de toros. Tarde como la de san Rafael, en la que los gorriones del arte te silban su brisa allá por la nuca aficionada. Como la tarde de aquel verano inolvidable en que Joaquín Bernadó ligó faena en el tercio del seis, ¡ay!, esa majestad, qué paladar, ese torear por derecho con tal naturalidad que en el recuerdo uno se estremece rememorando el regocijo, como franciscano, de su toreo.
Con tal bagaje, cómo no volver a la andanada con el depósito de las añoranzas a rebosar. Y departir con Nuria y Ana, que hicieron toda la carrera sin perderse un solo abono isidril, olé, tal o cual toro, esos lances arremataos. Pero también es preciso no olvidar a los que faltan, inmensos aficionados que no volverán, algunos amigos del cronista, y que a través de nuestra memoria seguirán dando categoría a la plaza. Un toro negro de pena se los llevó a no sé dónde. En las tardes de gloria yo me asomaba al balcón y podía compartir con mi padre, que en su paz torera descanse, esos momentos que todo aficionado celebra con una sonrisa de niño feliz infinitamente agradecido. Mi bato, en su delantera de grada, alzaba el vuelo de su mirar emocionado y luego comentaba con pasión lo sucedido con sus vecinos de localidad, en esa comunión del arte con el arte compartido.
He vuelto al amparo de ese espectador riguroso, entendido, a veces cruel o justiciero, pero generoso y con memoria, observador privilegiado de la coreografía taurina en su conjunto. Que sigan sonando a rebato las campanas en la catedral del toreo.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.