Arrollador el 'Cyrano' de Depardieu y salvaje tebeo de David Lynch
El Cyrano de Bergerac dirigido por Jean-Paul Rappeneau e interpretado por Gérard Depardieu llegó precedido por las entusiasmadas críticas de la prensa francesa, sobre todo hacia el trabajo del actor. La película es suntuosa y algo convencional, y está bien elaborada, lo que no es mucho para el festival de Cannes. Pero la creación de Depardieu es la de un grande de la escena, delicada y arrolladora. Completó el lote de ayer una inteligentísima y muy divertida salvajada del británico David Lynch, Wild at hearth.
También ayer se proyectaron en la pequeña sala Miramar los pocos cortometrajes que concursan en la sección oficial. Entre ellos está el español Polvo enamorado, del que es autor Javier López Izquierdo. Una de las muchas interferencias de horarios que aquí se producen impidió a este cronista asistir a la sesión del Miramar, pero la impresión es que esta pequeña obra entra en el ramillete que el jurado está discutiendo para uno de los premios a los cortometrajes de ficción.La película del día fue realmente Wild at hearth, un alarde de humor salvaje del británico afincado en Hollywood David Lynch, famoso director de Blue Velvet y El hombre elefante. Es una especie de tebeo feroz, construido con enorme gracia e inteligencia, con toneladas de vitriolo y con materiales estéticos de derribo, de los que Lynch se sirve para poner en solfa a todo lo que camina sobre dos patas.
Violentísimo, macabro, sarcástico e iconoclasta, Lynch se burla con auténtica saña de las películas de terror, y para ello se sirve de métodos terroríficos; reduce el rock al más absoluto de los ridículos, pero lo emplea magistralmente en su banda sonora; toma el pelo a los melodramas, a los thrillers, a los filmes de pandilla, a los relatos de camino, a los pornos, a las películas satanistas y, revolviendo todos sus ingredientes, hace lo que esos subgéneros hacen y un poco más.
Ese poco más es la distancia irónica y un poco aristocrática con que el cineasta británico recopila basuras para hacer con ellas auténtico oro filmado. Su película, a ratos, es un magistral revulsivo, que puede y debe entrar en la lista de premios de mañana, día de clausura. Igualmente merece entrar en esa lista -a costa de las excelencias de Dirk Bogarde, Clint Eastwood y otros merecedores del premio al mejor actor- el francés Gerard Depardieu, con su poderoso Cyrano, muy superior al que hace décadas le valió al puertorriqueño José Ferrer un Oscar de Hollywood.
La combinación exquisita entre fragilidad sentimental energía física, entre timidez gallardía, entre acción y elocuencia, que Depardieu logra en su Cyrano es insuperable. Su personaje, un niño narigudo y enorme, poeta enamoradizo, camorrista empedernido, supera con creces a la empalagosa teatralidad de Rostand y proporciona a sus vuelos románticos, un tanto pasados de rosca, peso humano, terrenal, y una credibilidad que el drama original no tiene. Esta vez, la presión de la prensa francesa para que sea premiado su ídolo está perfectamente fundada.
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