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Tribuna:LOS RETOS DE UN NUEVO ORDEN INTERNACIONAL
Tribuna
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Una Europa distinta

El viejo orden ha muerto. El nuevo aún no ha nacido. La unificación alemana ha despertado los viejos fantasmas que animaron tres conflictos. La capacidad de la CE para convertirse en una potencia política y el futuro de la URSS son las incógnitas que marcan el juego del complejo tablero político internacional.

Desde que Bismarck logró la unidad alemana, la integración en el orden europeo de la nueva gran potencia surgida en el centro del continente ha planteado serios problemas. Tan serios como las guerras de 1870, 1914 y 1939. En 1945 los vencedores en la II Guerra Mundial decidieron imponer una tutela compartida por las dos grandes potencias sobre una Europa dividida y sobre una Alemania también dividida y políticamente débil.Esa debilidad política se mantuvo a pesar de la tremenda recuperación económica de la RFA en las décadas posteriores. Sólo ha terminado cuando una de las dos partes, la URSS, ha comprendido que no podía seguir controlando por la fuerza a la RDA, la cual, en cuanto se ha sentido libre, ha optado por reunificación. Impotente para oponerse a ello, EE UU se ha limitado a exhortar a la RFA a que lleve a cabo la reunificación dentro de determinados cauces, a Fin de no desestabilizar gravemente Europa. La RFA ha aceptado porque tampoco a ella le interesa dicha desestabilización, no porque nadie se lo haya impuesto. La Alemania débil ha pasado a la historia. También lo ha hecho la Europa dividida. La división de Alemania y de Europa eran dos caras de la misma moneda: la del orden impuesto por los vencedores en 1945 para resolver ese problema de Alemania que había provocado tres guerras en 70 años.

¿Qué va a pasar ahora? La verdad es que se ha abierto la caja de Pandora. El orden anterior ha muerto, y el nuevo todavía no ha nacido. Este tipo de situaciones son las que, a lo largo de la historia, siempre han sido más peligrosas. Pero las soluciones impuestas por la fuerza, como la división de Alemania, suelen tener una vida limitada, y antes o después han de revisarse y establecerse sobre bases más sólidas. Ésa es la tarea con la que se enfrenta Europa en estos momentos. De cómo lo haga va a depender que se mantenga la estabilidad que ha disfrutado en los últimos 40 años o que se inicie un nuevo cielo de conflictos entre las naciones europeas, de consecuencias imprevisibles.

Tenemos una ventaja comparativa en relación a épocas anteriores: el ya comentado interés de la RFA en evitar poner en peligro el sistema de relaciones políticas y económicas internacionales, con el que se siente en buena medida identificada. A ello se une una memoria histórica que frena a unos y a otros, recordándoles las terribles consecuencias de los errores cometidos en el pasado, que las armas nucleares no harían sino multiplicar.

Vacío de poder

Al terminar la tutela de Alemania por norteamericanos y soviéticos ha surgido un vacío de poder en el centro del continente que será ocupado en cierta medida por la Alemania reunificada. Pero una Alemania que no actuará por su cuenta, sino desde dentro de la Comunidad Europea (CE). Por eso el vacío de poder puede ser en realidad ocupado en gran parte por la CE, cuyo peso en el mundo puede incrementarse notablemente.

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Tampoco EE UU -a través de la OTAN- y la URSS van a quedar fuera de la ecuación. Pero actuarían junto a la CE, no por encima: el final de la tutela de Washington y Moscú sobre Alemania puede significar también, si los países de la Comunidad demuestran poseer en esos momentos una voluntad y una visión política suficientemente coherentes, el final de su tutela sobre Europa.

La primera consecuencia de la unificación alemana puede ser, por tanto, el fortalecimiento político de la CE. La Comunidad se convertiría en el ámbito en el que la Alemania reunificada despliegue su nuevo potencial político, sin despertar las mismas suspicacias que si lo hiciera al margen de ella.

Esto plantea el problema de lo que pueda suceder con el equilibrio interno de la Comunidad. ¿Quedará completamente dominada por Alemania? No parece probable. La propia Alemania es consciente de los delicados mecanismos de consenso por los que se toman las decisiones comunitarias, y la forma en la que hasta ahora ha manejado su enorme influencia económica ha sido perfectamente responsable. El Reino Unido, Francia, Italia, España y los demás Estados miembros no son países a los que se pueda manipular fácilmente, y tienen en sus manos suficientes cartas como para neutralizar hipotéticos intentos hegemónicos de Alemania en el seno de la Comunidad.

La unidad alemana es una buena noticia para todos aquellos que creen en la integración política de Europa occidental. Una Alemania más fuerte puede provocar la aparición de una Comunidad Europea también más fuerte.

El nuevo papel de la CE dependerá en último término de los propios países comunitarios, y en concreto de su capacidad para acelerar la unión política y económica. La alternativa podría ser el derrumbamiento de la Comunidad, desgarrada entre la voluntad alemana de afirmar sus propios intereses -en caso de que la CE sea incapaz de canalizarlos apropiadamente- y las tendencias centrífugas de otros países que reclamarían el regreso de EE UU a su anterior papel hegemónico en Europa occidental, a fin de controlar mejor a la nueva Alemania.

Si la Comunidad puede ser el primer paraguas bajo el que se realice la unidad alemana, la OTAN puede ser el segundo. Sólo que la naturaleza de la OTAN cambiará radicalmente. De ser una estructura para la defensa de Europa occidental frente a la URSS pasará a ser un mecanismo de garantía de la estabilidad de Europa frente a tres amenazas distintas: un rebrote de agresividad soviética contra Europa occidental; una desestabilización grave de Europa oriental por motivos nacionalistas o irredentistas; un posible aumento de la influencia en Alemania de grupos políticos dispuestos a desenterrar la política militarista y de agresión que condujo a Europa al desastre de 1939.

En este sentido, y desde el punto de vista de los viejos enemigos de la vieja Alemania -la URSS, los demás Estados de Europa oriental, Francia, otros Estados de la OTAN-, la Alianza Atlántica podría pasar de ser un instrumento del imperialismo norteamericano en Europa a ser una garantía deseable contra la resurrección de algunos fantasmas de la historia europea. EE UU seguirá siendo, por ello, un país europeo, si no desde el punto de vista geográfico, sí desde el punto de vista político.

Lo que, sin embargo, puede cambiar es el equilibrio de poder dentro de la OTAN. La hegemonía norteamericana y la complaciente dependencia europea del pasado tal vez dejen de resultar tolerables para Europa. Probablemente la Comunidad intente afirmar más claramente su independencia frente a EE UU, y hasta que se establezca un equilibrio de fuerzas más nivelado entre ambos pueden producirse choques entre aliados. Para que todo ello se desarrolle sin excesivos sobresaltos será necesario que Washington demuestre una cierta visión política y acepte adaptarse a su nuevo papel.

A largo plazo las fricciones dificilmente desaparecerán, en la medida en la que la CE vaya consolidando su papel de potencia política y económica en la escena internacional. Pero tal vez puedan mantenerse dentro de ciertos límites, por la persistencia en un futuro previsible de las tres amenazas comunes a las que hice referencia antes: los rebrotes de agresividad soviética, la inestabilidad nacionalista en Europa oriental, el peligro de un nuevo militarismo alemán.

¿Qué puede suceder en la Europa del Este? La Europa del Este puede estar evolucionando hacia su finlandización, al menos mientras la URSS no se derrumbe y mantenga su unidad como Estado. Estos países tendrán regímenes democráticos y vivirán en la órbita económica e ideológica de la CE. Pero al mismo tiempo evitarán cualquier acción en el plano político o militar que resulte amenazadora para la URSS.

Una vaga alianza o acuerdo político con Moscú que les permita a cada uno tener el régimen político que desee -la ya famosa doctrina Sinatra- puede resultarles útil como contrapeso al nuevo poder alemán en Europa central, del que históricamente han tenido motivos para desconfiar.

Es concebible que no desaparezca el Pacto de Varsovia -aunque el nuevo entendimiento entre Europa del Este y la URSS también podría desarrollarse en otro marco-, que se convertiría en una estructura de relaciones fundamentalmente políticas entre países democráticos con raíces históricas y culturales comunes y un interés también común en que Alemania siga una evolución pacífica. Se trataría en realidad de una nueva aplicación de la vieja doctrina del equilibrio de poderes, presente en la historia de Europa desde las coaliciones contra los primeros países que tuvieron ambiciones hegemónicas, como la Espafía de los Austrias o la Francia de Luis XIV.

Por los mismos motivos, tampoco es fácil que los países de Europa oriental ingresen en la Comunidad Europea. Más probable es que esos Estados firmen acuerdos generosos de asociación con la Comunidad que les permitan mantener con ella estrechas relaciones económicas y políticas, pero sin llegar,a la plena integración.

El Este, hacia la CE

Los países europeos neutrales y no alineados posiblemente deseen mantener en principio su actual posición. Pero, a medida que la CE vaya consolidando su papel en Europa, algunos de ellos podrían solicitar su adhesión.

Todo esto resulta más o menos plausible siempre que la URSS no se desmorone como Estado. Pero eso no está de rimguna manera garantizado. El futuro de la Unión Soviética es la verdadera incógnita de esta ecuación. La URSS es el único imperio que permanece unido, mucho después del comienzo de la era de la descolonización. Su descomposición en una serie de Estados más pequeños multiplicaría los focos de tensiones nacionalistas en los Balcanes y en Oriente Próximo, dos zonas del mundo particularmente delicadas, y podría provocar un golpe de Estado en Moscú que parara en seco la perestroika y sacara del poder a Gorbachov.

Por el momento es muy difícil contestar a estas preguntas. Aún más dificil es tratar de concebir lo que podría suceder si la URSS se deshiciera en una serie de Estados más pequeños. Quizá nos acercáramos entonces a un modelo orwelliano en el que EE UU y la CE serían los grandes poderes que dominaran América y Europa, respectivamente.

Rafael Dezcallar es diplomático español.

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