Un sábado para Domingo
Y llegó Plácido Domingo: el gran tenor, la humanidad extrovertida, la simpatía arrolladora, la creación de imagen, el tono cordial de su figura y de sus interpretaciones y, en fin, el mito.Nunca se conoció un ser que contradiga más su propio nombre, pues Plácido provoca convulsión, a pesar de que estos conciertos de ópera por raciones dificultan la creación del clima adecuado a unos intérpretes que no tienen tiempo material de entrar en los diversos personajes, lo que se advirtió más en la gentil Carmen González que en el propio Plácido Domingo.
El tenor madrileño pasa con facilidad de ser Rodolfo de Luisa Miller, a Alfredo de La Traviata; de aquí saltó al Edgardo de Lucia, al Lemorino de Elixir, al Vasco de Gama de La Africana, al Cavradosi de Tosca, a El Amigo Fritz o El gato montés, del valenciano Penella. Todavía, ante los aplausos, accedió Plácido al Ramérrez de La muchacha del Oeste y al Leandro de La tabernera del puerto. Como final feliz y aclamatorio cantó e hizo cantar a todos con él el brindis de La Traviata. Todo ello contando con la colaboración y alternancia de Carmen González, Guadalupe Sánchez, Carlos Jesús García, el escolano José Epalza, la Sinfónica de Madrid y la dirección siempre segura del maestro García Asensio.
Concierto extraordinario
Fiestas de Madrid.Plácido Domingo, Carmen González, Guadalupe Sánchez, José Epalza, Carlos García. Orquesta Sinfónica de Madrid. Auditorio Nacional, Madrid, 12 de mayo.
Contar a estas alturas quién y cómo es Domingo parece ridículo. Es Plácido personal e intransferible, dueño de una potencia de arrastre que para sí querrían los Nissan todo-terreno. Así es que el multitudinario, popular y entregado público marchó a casa, bien pasada la medianoche, feliz y contento. Un Domingo bien merece la noche de un sábado.
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