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'La ronda nocturna', de Rembrandt, no será protegida por ningún cristal

Isabel Ferrer

Los responsables del Museo Nacional de Amsterdam no piensan colocar ante el cuadro de Rembrandt La ronda nocturna un cristal similar al que protege aún al Guernica de Picasso porque "el arte debe ser contemplado sin impedimentos y su seguridad puede garantizarse entrenando a los vigilantes". El cuadro, al que un joven arrojó ácido sulfúrico el pasado viernes, regresará a la sala de honor del Museo Nacional de Amsterdan (Rijksmuseum) dentro de pocas semanas.

"Estoy bajo los efectos de fuertes medicamentos", gritó P. G., un joven de 31 años de La Haya, antes de lanzar ácido sulfúrico contra el cuadro de Rembrandt La ronda nocturna (1642) el pasado viernes. P. G. ha sido puesto en libertad provisional y según los psiquiatras holandeses necesita atención médica pero su perturbación no requiere el internamiento en un centro especial. El cuadro, que no sufrió daños irreparables, está siendo restaurado ahora y regresará a la sala de honor del museo en breve.P. G. dijo a la policía que se considera un amante de las obras de arte. Aunque ya estuvo internado antes, los médicos que le examinaron aseguran que su desequilibrio mental no requiere un nuevo encierro. Según ellos, es posible que la medicación que está tomando ahora le produzca estados de enajenación.

Segundos después de lanzar el ácido contra el cuadro, P. G. fue reducido por los agentes que vigilan el lienzo de forma permanente. Luego, ellos mismos tomaron la manguera contra incendios y remojaron la mancha de 20 por 30 centímetros situada en la parte superior izquierda de la tela. Su gesto espantó a un matrimonio de turistas norteamericanos. Sin embargo, forma parte del dispositivo de seguridad montado por el museo.

En efecto, para evitar la protección excesiva de obras maestras muy visitadas, este centro ha entrenado a sus empleados para que sepan contrarrestar de forma inmediata los efectos de un ataque así.

La decisión de no proteger con un cristal el cuadro puede parecer arriesgada, pero los directores de los museos holandeses no quieren ni oír hablar de transformar sus salas en fortalezas donde admirar un cuadro suponga una aventura seguida por agentes y entorpecida por cristales.

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