Lo fácil bien hecho
Esta película irlandesa, protagonizada por el joven actor -uno de los más conocidos del cine y el teatro británicos de última hora- Daniel Day Lewis, va a recordarse sobre todo por el oscar que le valió a este su protagonista hace unas semanas. Es su trabajo, junto con el del resto del reparto (realmente bueno y muy bien entrelazado y unificado por el director) lo más convincente del filme, que cuenta una historia patética y de gran singularidad, pero cuyo verismo es al mismo tiempo su atractivo y su lastre.Personajes como el que interpreta Daniel Day Lewis son una percha impagable para el lucimiento de un actor de talento y con recursos: dan sutilmente el pego, porque deslumbran con composiciones perfectas, pero aparatosas, que parecen muy difíciles (y lo son a la manera de un ejercicio circense) pero mucho menos de lo que parecen. La comparación con el personaje que Dustin Hoffman hizo en El hombre de la lluvia se hace aquí inevitable: dos oscar consecutivos para dos interpretaciones sobre la normalidad que esconden dos máscaras patológicas.
Mi pie izquierdo
Director: Jim Sheridan. Guión: Shane Connaugton y Jim Sheridan. Fotografía: Jack Conroy. Música: Eliner Bernstein. Irlanda, 1989. Intérpretes: Daniel Day Lewis, Ray McAnally, Brenda Fricker, Fiona Shaw. Estreno en Madrid: cines Madrid y, en versión original subtitulada, Alexandra.
Gestualidad
La gestualidad propia del caso clínico, de lo excepcional biológica y mentalmente considerado, es cantera abundante de brillantes interpretaciones y muy del gusto del gremio de actores de Hollywood, que han repartido a lo largo de la historia de su Academia un buen puñado de premios para colegas suyos que han afrontado este tipo de personajes. Recordemos el Charlie de Cliff Robertson, actor que nunca hizo otra cosa mejor que el de aquel superpremiado minusválido mental, que levantó olas de admiración y hoy está poco menos que borrado del mapa de los recuerdos. Si a los citados añadimos la procesión de locos premiados por dicha Academia el puñado se hace grueso.El problema de estas brillantes creaciones queda enunciado: para un intérprete de fuste, en escena o frente a una cámara, estos amargos asuntos son en realidad una pera en dulce. En cambio, y para entendernos, la exquisita sobriedad y la economía de medios gestuales con que Morgan Freeman da vida y hace estallar de pura verdad al chófer de la señora Daisy requiere un esfuerzo interpretativo incomparablemente mayor que el escaso combustible creativo que requieren composiciones como las de Robertson, Hoffman, Day Lewis y tantos otros.
Buena escuela
Para el actor británico (que ocupa prácticamente todo el meollo de la película: un buen melodrama, encubierto por la cuquería del barniz propio de los documentos epidérmicos) lograr lo mucho que logra en Mi pie izquierdo es en realidad poca cosa. Un ejercicio de buena escuela, resultón y altamente emotivo, aunque se aproxima a veces peligrosamente a los bordes de la sensiblería.La película es agradable de ver y su aparente dureza resulta casi amable, es decir -y, nuevamente para entendernos, el recuerdo de un filme que guarda una lejana similitud con este- lejana al dolor y desasosiego que impregna las imágenes de El hombre elefante de David Lynch, un caso relativamente reciente donde lo excepcional clínico adquiere en el cine la dificultad de lo normal, que es donde el actor encuentra las dificultades mayores de su oficio. Lo realmente difícil es la elevación de lo normal a excepcional, a singular y a terrible. Ahí es donde el actor se deja el pellejo. Lo opuesto es para él un simple entrenamiento.
Mi pie izquierdo es una buena y recomendable película, pero valorada ambientalmente por encima de sus méritos reales.
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